Como los humanos, los simios son capaces de referirse al pasado frente a sus crias. Esta capacidad es propia más que nada de las hembras.

Los científicos sometieron a las hembras de Ketambe a un estrés inesperado: la aparición de un tigre mientras pasaban el rato con sus crías en los árboles. Los orangutanes son unos simios bastante asociales, por lo que es normal que estén solas con su retoño. En ese contexto, el experimento esperaba registrar los gritos de alerta de estas orangutanas, pero se llevaron un chasco. El (falso) tigre aparecía, permanecía dos minutos en escena y se desvanecía. Pero estas madres no decían nada. «Nos sorprendió su silencio», reconoce el barcelonés Josep Call, uno de los autores del hallazgo, «pero más que vocalizaran luego». Se trata de uno de esos descubrimientos con los que se da cuando se buscaba otra cosa.

Lo que hacían estas madres ante la amenaza del tigre era quedarse mudas, defecar y orinar de la tensión, recoger a la criatura y comenzar a ascender por las ramas sigilosamente. Y cuando la fiera desaparecía, entonces sí, contarle al vástago lo que había ocurrido. «Sabemos que se trata de vocalizaciones que ellos utilizan en situaciones así, por ejemplo de conflicto. Claramente demuestra que lo perciben como una amenaza y sin embargo no vocalizan hasta que se marcha», explica Call, de la de la Universidad de St. Andrews, que publica este estudio en Science Advances junto con Adriano R. Lameira.

Los científicos que están detrás de este descubrimiento se muestran cautelosos con sus propios resultados, pero hay muchos elementos llamativos en su trabajo que lo respaldan. Por ejemplo: entre los 24 casos en los que experimentaron estos sustos con siete hembras distintas, hay una correlación muy clara entre la edad de los retoños y lo que tardan sus madres en explicar lo ocurrido. «Si la cría no importa, la edad no tendría efecto, pero los avisos llegan mucho antes cuanto más pequeña es», afirma Call. De media, tardaron 7 minutos en hacer esas vocalizaciones (una especie de chasquidos de besuqueo), llegando a los 20 minutos con crías mayores y casi inmediatamente con las más pequeñas.

Este psicólogo recuerda que se trata de una situación «emocionalmente cargada» y por eso las crías mayores son capaces de establecer la conexión entre las palabras de advertencia de la madre y lo ocurrido minutos antes durante la visita del tigre: la madre defeca (que es una respuesta habitual en situaciones de estrés), se puso en tensión, miró hacia un punto, lo protegió, huyó sigilosa hacia arriba… «La clave es cuál es la causa fundamental de esta vocalización», advierte Call, «y los datos abren la puerta a que esta sea la explicación».