Por Pablo Bloise

No es para menos la lluvia de elogios que recibió Di María luego del baile que le dio PSG a Barcelona en la ida de los octavos de final de la Champions League. Más allá del contexto, que no deja de cobrar importancia (estamos hablando de una de los resultados más resonantes de los últimos tiempos), no se puede desviar el foco de la actuación del rosarino.

Cualidades le sobran. Di María es un jugador completo, que cuando no está atolondrado y enredado en terminar la jugada él mismo, se convierte en un aliado de lujo para cualquier jugador y en el «7 bravo» que siempre fue. ¿Por qué a veces no se acerca ni un poco al nivel que mostró ayer? Porque depende de la confianza que le inspira la primera jugada.

Fideo es un jugador extraordinario, pero envalentonado con la confianza que le puede dar un inicio correcto, es imparable. Sabe que va a tirar la pelota hacia adelante y ya sabe que va a llegar y que va a mandar al área un centro preciso. Le sobra visión para acomodar la pelota, tomar aire y ponerla donde él quiera.

Depender de la primera jugada o de los primeros movimientos no es una cuestión que sólo le suceda a Di María, pero no hay vuelta que darle: a él le pasa. Para bien y para mal. Se lo ha criticado y con razón en los últimos tiempos cuando vistió la camiseta argentina, porque estaba visiblemente ensañado con terminar su jugada y hacer su gol. Claro, a veces es el gol que nunca llega y termina siendo una carga en cada ataque de su equipo.

¿Se puede comenzar mal y terminar haciendo un partido bárbaro? Por supuesto. Lo cierto es que un volante como Di María, con su velocidad y calidad, apoyado en su confianza que suele ser leal una vez que la adquiere, no tiene desperdicio y regala cosas como el concierto que montó ayer en el Parque de los Príncipes.