Central pasó, pero en el desarrollo del juego fue más de lo mismo, siendo optimista, o menos de lo mismo. Un partido en donde volvió a repetir los vicios, donde en forma exasperante sigue jugando sólo a la pelota detenida, donde hoy no fue inteligente porque el superior al inferior tiene que someterlo con dinámica, con ritmo, hacerlo correr, falta de oxígeno, lleva a la imprecisión, y cada ceremonia de Gil para un tiro libre de cualquier lado terminaba que el rival se pudiera recuperar.

De hecho, cualquier partido que hayan visto ustedes en cualquier estadio del mundo, el superior pone en juego la pelota rápido, el superior quiere dinamismo.

Central hizo el gol y se creyó que el partido era al gol gana, cometió un pecado que casi es capital, la de ser cauto, guarecerse en esa diferencia, hacer tiempo y darle la pelota a un rival que no tenía potencia física en los últimos metros, que estuvo casi media hora sin poder llegar al área, pero que sobre el final y sobre todo cuando se fueron desmereciendo las razones de Ortíz, del propio Bettini, que reventaron la pelota a cualquier lado, un par de centros terminaron con el empate de Mazur, que fue justo y un castigo para un equipo que había renunciado a jugar, a buscar el segundo gol y a cerrar la serie.

Después en los penales, como ante Almagro y ante Talleres, Central logró clasificar a la final, se lleva el objetivo buscado. Esa es una alegría, es una ilusión que hay que tenerla, que no hay que desmerecerla, pero como cuando se le dice a los chicos “después hablamos en casa”, dentro del Canalla tienen que hablar de cómo juega el equipo y a qué juega, porque de los últimos 12 partidos que salió a la cancha ganó en los 90 minutos uno solo, a Newell’s.

Lo más importante, Central finalista. Lo que trasciende a esa clasificación, es que el Canalla tiene que adquirir un formato de juego más allá de la Copa Argentina.