El 13 de julio de 2002, la FIFA dio a conocer el resultado de una encuesta de carácter universal, a través de la cual los amantes del fútbol podían elegir “El gol del siglo XX”, conocido también como “El mejor gol en la historia de la Copa Mundial de Fútbol”.

Por abrumadora mayoría fue elegido el segundo gol de Diego Maradona frente a los ingleses, en el Mundial jugado en 1986 en Méjico en 1986.

Ese inolvidable tanto fue convertido en el minuto 55 de la segunda parte: Héctor Enrique pasa el balón a Maradona diez metros detrás de la línea de medio campo; en ese momento, Maradona inicia una carrera de 60 metros que se convertirá en los 10 segundos más famosos de la historia del fútbol, gambeteando a cinco jugadores ingleses (Hoddle, Reid, Sansom, Butcher y Fenwick) y batiendo al portero Peter Shilton.
Una de las miles de crónicas de ese partido diría: “Maradona tomó el balón en el centro del campo, con esa calidad y esa soltura que solo los elegidos tienen el don de hacer. Los ingleses se veían totalmente impotentes de frenar al 10, que con un talento descomunal se recorrió la mitad del terreno de juego para plantarse ante la meta defendida por el inglés Peter Shilton, al que batió por bajo.
“Los 115.000 espectadores del estadio Azteca se quedaron pasmados mientras Maradona avanzaba hacia la meta. Fue la obra maestra de un genio del fútbol”.
“El gol del siglo” de Maradona sirvió para conseguir el pase de Argentina a las semifinales del Mundial.

El relato de Valdano

Jorge Valdano,  compañero de Diego en esa Selección, dejó esta síntesis sobre el famoso gol:

«Danzó y salió como un proyectil enloquecido. Con el balón, el cuerpo y las velocidades dio gato por liebre a cinco súbditos del imperio británico y puso un gol maravilloso en la memoria de todos. Inglaterra y Argentina jugaban uno de esos partidos de quedarse o irse. Calor, polución, altitud. Miraban millones. Tensión, miedo, emoción. Ya saben. De pronto, el Negro Enrique ve a a Maradona y le pasa el balón en corto, pura burocracia. Lo recibió en el callejón del ocho, de espaldas a la portería contraria, con un inglés a cada lado todavía en su propio campo. Controló, giró y se metió a contramano por una autopista que sólo un chiflado podía trazar. Quedaban algo más de cincuenta metros y muchas curvas; le esperaban tipos duros, pero nobles. Empezaba la gran antología del regate: belleza, asombro y un final útil. Diez segundos, diez toques: un héroe con el número 10.»