Por Carlos Viacava, para La Prensa

Alberto Demiddi tuvo al mundo debajo de su bote. En realidad, lo dejó atrás con la fuerza de sus poderosos brazos y el impulso de una insaciable sed de victoria. “Yo no soy humilde, es difícil serlo cuando lo que uno se propone es ser el mejor del mundo”, explicó poco antes de su muerte, acaecida el 25 de octubre de 2000. Sus palabras rozaban la pedantería. Sin embargo, las refrendó con hechos. Ganó todo cuando se podía ganar en la categoría single scull del remo. No concebía la posibilidad de perder. En realidad, perdió muy pocas veces. Simplemente porque era el mejor.

Grandote, de carácter hosco y voluntad férrea, Demiddi tiene reservado un lugar entre los máximos exponentes del deporte argentino. Admirado y respetado en todas las latitudes, no se permitía disfrutar demasiado de sus éxitos. En todo caso, en su mente la victoria le imponía la misión de seguir en lo más alto del podio. Se mantuvo allí durante una década. Sufrió hasta el último de sus días la derrota en la final olímpica de Munich 1972. En esa ocasión sucumbió ante el soviético Yuri Malishev en una carrera digna de dos colosos. Persiguió la revancha por todos los ríos, lagos y lagunas posibles. Recién dejó de remar contra la corriente cuando se cansó de buscar un desquite que el destino le negó.

Esa férrea determinación nacía de la convicción de que solo tenía sentido ser el mejor. Se trataba, sin dudas, de una autoexigencia extrema. Por eso no caía simpático. Él sabía mejor que nadie que no era sencillo habitar en el cuerpo de un hombre que no admitía otra posibilidad que el primer puesto. Y tuvo muchos primeros puestos. En torneos argentinos, sudamericanos, panamericanos, europeos, mundiales… Solo le faltó el oro olímpico. Debió conformarse con una medalla plateada y una de bronce. La verdad es que nunca se conformó.

EN BUSCA DEL RUMBO DESEADO

Nació el 11 de abril de 1944 -Día del remero, en su honor- en el seno de la familia formada por el italiano Alberto Demiddi y la rusa Sara Gabay, ambos exiliados en la Argentina antes de que la Segunda Guerra Mundial sembrara muerte y desolación. Su padre era profesor de natación, pero el joven de físico exuberante decidió contrariarlo y practicar waterpolo. Ese desafío inicial era un síntoma del particular carácter de alguien que no permitía que se tomaran decisiones por él.

Pasado el tiempo, finalmente se dedicó a la natación. Llegó a ser quinto en el ranking nacional en tiempos en los que el mejor era Luis Alberto Nicolau, otro fenómeno del deporte argentino de su misma edad que en 1962 batió dos veces el récord mundial de los 100 metros estilo mariposa. Pero Demiddi se alejó pronto de la pileta. Incursionó en disciplinas tan variadas como atletismo, básquet, tenis criollo y frontón. Ninguna de ellas lo atrapó por completo. Eso cambió cuando a los 16 años Napoleón Sivieri, presidente del Club de Regatas Rosario, le pidió a su padre que lo llevara para ver qué se podía hacer con ese cuerpo que rondaba los 180 centímetros y los 80 kilos.

El comienzo fue en botes en los que remaba con varios compañeros, pero muy rápido su espíritu competitivo lo llevó a incursionar en el single scull. Sus brazos fuertes contra el resto. De hecho, alguna vez se jactó de que le gustaba que se lo conociera como “el hombre más fuerte de Rosario”. En su mente no existía la opción de ser segundo. Primero o nada. Primero, siempre primero…

GANADOR NATO

No tardó demasiado en trasladar a la realidad sus aspiraciones de triunfo. Los éxitos fueron moneda corriente en su carrera. Fue campeón argentino de su especialidad entre 1962 y 1973. En el país era invencible. También lo fue en el ámbito sudamericano: se llevó los títulos continentales en 1964, 1965, 1968 y 1970. Obtuvo la medalla dorada en los Juegos Panamericanos del ´67 Winnipeg (Canadá).

A su cadena de éxitos le sumó eslabones lejos del continente americano. Logró los títulos europeos de 1969 en Klagemfurt (Austria) y 1971 en Copenhague (Dinamarca) y en ese último año también se impuso en la Real Regata Henley, desde 1839 una tradicional prueba de 2.112 metros sobre las aguas del río Tamesis, en Gran Bretaña. Ya había sido segundo en esa competición en el ´64 y el ´66. Claro, el segundo puesto no era lo que buscaba…

Si algo le faltaba para terminar de ganarse la admiración en todos los puntos cardinales era ganar el Campeonato del Mundo. La cita era el 6 de septiembre de 1970 en Saint Catherine” s (Canadá). Venía de una larga temporada de carreras y el bote con el que consiguió un año antes el título europeo se averió en la ciudad alemana de Hamburgo. Su nueva embarcación llegó apenas dos días antes de iniciar la remada. Descubrió que era más larga de la que usaba habitualmente y pesaba 18 kilos más.

Por si fuera poco, el bote construido por la fábrica suiza Stämpfli tenía un defecto que le impedía cabecear. Es decir, no se elevaba y descendía como correspondía por la acción de las olas de proa. Además de luchar con esa rebelde y desconocida embarcación, la temperatura rondaba los 40 grados centígrados y sus rivales eran los remeros más importantes del planeta. Bueno… eran adversarios de su misma jerarquía. Entre ellos estaba, por supuesto, Malishev.

Aprendió a dominar su bote mientras avanzaba en las series eliminatorias. En la final se encontraron los seis exponentes más destacados de la especialidad single scull. Eran dos mil metros a todo o nada. Demiddi picó en punta y lideró la prueba hasta que el soviético lo superó en la marca de 1.200. La cabeza del argentino comenzó a funcionar con la misma precisión que la combinación de fuerza de brazos y piernas que le confería un ritmo de remada sumamente parejo y eficiente. Recordó que ya había visto a Malishev quedarse sin resto después de una remontada como la de esa jornada.

Faltando poco más de medio kilómetro apareció en todo su esplendor La Máquina. Con ese apodo se conocía a este porteño de 26 años afincado en Rosario. Tal era la precisión de su estilo. De pronto, su cadencia se incrementó como si en su mente alguien oprimiera un botón que liberara una carga de energía extra almacenada en algún rincón de ese cuerpo poderoso y bronceado.

“Fue la mejor y más brava carrera de mi vida. Salí a 40 remadas por minuto, luego andaba en 36, disminuí a 32 y rematé en 34”, describió a la hora de ponerle palabras a su faena. Se apoderó de la victoria relegando a los otros escalones del podio a Götz Dräger, de la República Democrática Alemana, y a Jaroslav Hellebrand, de Checoslovaquia. Malishev, consumido por el agotamiento y el calor, finalizó quinto. Ya era el mejor del mundo. ¿Qué duda podía caber después de ese formidable triunfo?

LA FRUSTRACIÓN ETERNA

Otra medalla dorada en los Panamericanos del ´71 en Cali (Colombia) permitía que su sed de victorias no se saciara. No contemplaba esa alternativa. El segundo titulo europeo, ese mismo año Dinamarca era el anticipo ideal para el próximo desafío. El único que le faltaba: el oro olímpico.

En el horizonte aparecían los Juegos de Munich ´72. Con apenas 20 años, en tiempos de su incipiente unión con el remo, había sido cuarto en Tokio 1964 y, ya con más experiencia y laureles colgando de su cuello, había trepado al podio con un tercer puesto en México 1968. Sí, en Alemania Federal se presentaba la magnífica oportunidad de saldar cualquier deuda que el éxito se sintiera en condiciones de reclamarle.

Se preparó como nunca. Mejor dicho: se preparó como siempre. Sin retacear esfuerzos. La cita olímpica se antojaba la culminación de una carrera intachable. Se había quedado holgadamente con su serie de cuartos de final y repitió en las semifinales. Asomaba como el gran favorito para el oro. Pero perdió. Lo vencieron.

Malishev salió en punta. A Demiddi le llamó la atención verse segundo desde el comienzo mismo de la prueba. La confusión se apoderó de él. Creyó haber salido muy despacio y entonces apretó el ritmo. Dejó todo para alcanzarlo antes de la mitad de la carrera. Comprendió que no era posible y se tomó un breve descanso para intentarlo nuevamente en el tramo final. Con alma y vida exigió su cuerpo acostumbrado a los rigores de la lucha por la gloria. No pudo. El soviético lo dejó atrás por apenas 1,41 segundos. Un suspiro. Tal vez menos que un suspiro.

“Fue un golpe muy duro. Era campeón argentino, sudamericano, panamericano, europeo, mundial… Me quedaba una sola, una sola. Cuando el alemán oriental Wolfgang Güldenpfennig (medalla de bronce) se acercó para saludarme y me dijo tú debiste haber ganado, me dieron ganas de llorar… Me ganó bien. Hacía mucho tiempo que no perdía y estaba desacostumbrado a mirar las cosas desde abajo. Me entrené a fondo para el oro. Fue la peor frustración de mi vida como deportista”, confesó en aquella ocasión el apesadumbrado Demiddi.

Esa derrota marcó el cierre de una trayectoria plena de éxitos. Siguió remando dos años más clamando por la oportunidad de volver a enfrentar a Malishev. El soviético se retiró poco después del título olímpico en Munich. Demiddi siguió en actividad hasta 1974. Colgó los remos y se dedicó a entrenar a las nuevas generaciones de deportistas del Club Regatas La Marina, en Tigre. Hasta su muerte, a los 56 años, lo persiguió el dolor de ese segundo puesto en los Juegos del ´72. Nunca entendió que, aun en la derrota, había sido el mejor.