Parece mentira pero es verdad. ¿Qué palabras originales se pueden usar en un momento así? Si las hay, no sé adónde buscarlas porque no creo que el diccionario pueda ayudarme. Y de lo futbolístico, ¿qué más se puede decir que no se haya escuchado o visto en la tele, en las radios, en los diarios, en la red? Nada. Ni de Ceballos, ni del partido, ni del olvidado penal que el Cata Díaz le hizo a Larrondo en el primer tiempo. Nada. Todo está visto, dicho y escrito.

Pero… siempre hay un pero… hay un par de cosas que visitaron mi memoria, las cuales quiero compartir.

La primera de ellas, es el recuerdo de aquella final de 1970, también entre Central y Boca que se jugó en cancha de River, y que por supuesto ganaron los de la ribera capitalina. Pero ¿cómo la ganaron aquella vez? Con los hinchas de Boca que habían pasado de las tribunas al campo de juego. Si. ¡Miraban el partido a la par de los jueces de línea! Y en esas condiciones ¿quién podía salir campeón? ¿El mejor o el que podía hacer uso de la arbitrariedad?

Acertaron. El robo aquel fue alevoso, sin televisión y sin tecnología, pero con el mismo desprejuicio que tienen los que se saben impunes a la hora de ejercer su fuerza por sobre lo justo o lo valedero.

Pasó el tiempo y 45 años después, en medio de la revolución de las comunicaciones, volvió a pasar lo mismo. Entonces, ¿hubo cambios?, claro que sí. Cambiaron las herramientas, cambiaron las formas de vivir el fútbol, de verlo, de difundirlo. Pero algo está ahí, algo que conserva su estirpe y nada tiene que ver con la televisión satelital o con las redes sociales.  Y sí tiene mucho tiene que ver con aquellos que con el argumento de que las cosas cambiaron porque evolucionó la tecnología, no hicieron absolutamente nada para cambiar algo esencial: su estatura moral.

Tan voraces son éstos, que están a la vista de todos, o podríamos decir aún mucho más que aquellos que no estaban tan expuestos por tanto zapping o facebook.

Conclusión: pasaron los años, cambiaron las formas, los colores y los modos, pero no cambiaron su esencia abusiva, injusta y lacerante para las mayorías.

¿Y dónde está la esperanza del título?

Acá viene. Porque uno es hincha de fútbol, pero antes que eso es un ser social que comparte o rivaliza con otros, en función de los colores que le tocó amar.

Y acá viene a mi memoria otro momento del fútbol, que siempre y de alguna manera, pinta la sociedad que tenemos o pretendemos tener.

Al otro año de aquel amargo 1970, para nosotros los Canayas vino el ’71, año en el que nos tocó festejar un par de cosas pero por sobre todo, el primer campeonato. Recuerdo que cuando se festejó, había hinchas de Newell’s, con banderas de Newell’s, en medio de los festejos de Central…¡compartiendo esa alegría! Si. Así fue, los Leprosos festejaban con nosotros aquel primer título.

Y eso hablaba de otra sociedad, menos enferma que ésta, que nos dejaron décadas anteriores en las que la Argentina y los argentinos la pasamos muy mal.

Pero, insisto, ¿y la esperanza del título de esto que escribo?… ¡Ya va! ¡Ahí viene! ¡Paciencia!

La esperanza del título está reflejada en algo que no paro de leer, de escuchar y de ver después del despojo que le hicieron a Central en la final de la Copa Argentina.

Montones de Leprosos, de Bosteros o de Gallinas, que aún apañados en esa profunda fuerza que la identidad futbolística les proporciona a cada uno, le dieron un lugar a la justicia y andan diciendo por ahí y escribiendo por allá, lo injusta que fue la situación por la que le tocó atravesar a Central, a pesar de ser el club de fútbol al que siempre han querido ver perder.

Eso, es un aliento cálido que parece estar aún en algún lado de una comunidad que quiere seguir poniendo las cosas en su lugar, a pesar de que algunos aún se valen de su impunidad, que creen es eterna, y a los que ya no les importa si está viralizada a través de las redes.

Y ahí está la esperanza. En haber visto que aún conservamos lo que debemos conservar, es decir, el sentido inmanente de justicia que como seres humanos tenemos. Más allá, quedan las falsas promesas de cambio que han tenido y tienen siempre un único objetivo: que nunca cambie su condición de impunes.