Por Alejandro Maidana

Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 están a la vuelta de la esquina. No será un agosto más, estará repleto de ilusiones, de gloria y de frustraciones. Lo profesional atravesado por el amateurismo, las potencias intentando marcar el terreno ante los países emergentes, y los más humildes abrazados a ese corazón que hará que lo lúdico, desintegre toda atisbo de desigualdad.

En ese marco creímos pertinente entrevistar a uno de esos rosarinos que enaltecen a la ciudad, y que sin duda alguna, nos ha sabido representar de una manera más que digna que en lo que fue “Múnich 1972 “.

remo— ¿Juan Carlos qué lo motivo a practicar remo?

— Era socio de Regatas, y un día volviendo de la isla con mis amigos, entre ellos estaba Jorge Casas, me desafiaron argumentando que no me iba a animar a agarrar los remos. Así fue, así comenzó todo.

— ¿Cuándo uno comienza a darse cuenta que está preparado para grandes desafíos?

— En el día a día, cuando te das cuenta que perteneces a un grupo bárbaro y que juntos aspiran a la gloria máxima. A llevar al país a un lugar memorable, siempre afianzados al trabajo duro. Vale la pena destacar que se dio en un contexto histórico especial, donde confluyeron varios puntos, entre ellos la jerarquía de quienes integraban el plantel y quien nos entrenaba, el maravilloso río y la constancia de los muchachos que a veces venían a remar a las 20 o 22 horas después de una jornada ardua de trabajo.

— ¿Cuánto influyo la enorme presencia de Alberto Demiddi?

— Muchísimo, era un fenómeno, un caballero al cual todos nosotros, pibes en su mayoría nos apoyábamos para seguir adelante y superarnos día a día. Roberto fue una pieza motivacional alucinante.

— ¿Cómo se va conformando un equipo, un bote de 8 por ejemplo?

En eso se ve la mano del entrenador, don Mario Robert tenía un don y una capacidad maravillosa no solo para prepararnos, sino para juntar a los que consideraba superiores. Nos hacía entrenar en botes chicos para luego terminar en lo que se llamaba el bote del entrenador, el 8, un bote al cual las potencias dominantes consideraban el más importante por la mística del trabajo en equipo.

— ¿Cómo eran seleccionados para participar de las competencias internacionales?

— En el remo el obstáculo más duro, es el tiempo. Venciendo al mismo, mejorándolo, quebrándolo, te vas posicionando y de esa manera en las durísimas eliminaciones internas das un paso fundamental en la consideración nacional. Por eso te vuelvo a contextualizar todo, antes no había tantas disciplinas como las hay ahora, la oferta actual es infinita. En mi época llegaban muchos pibes diariamente con la inquietud de sumarse a los entrenamientos empujados por la figura exuberante de Alberto Demiddi, referente absoluto.

— ¿Qué le dejó la enorme experiencia de haber participado en Múnich 1972?

— Cuando te ponían la camiseta argentina, te ponían un turbo que te empujaba a demostrar y a dar todo por el país. En esos juegos el oro fue para Nueva Zelanda, a quienes les copiamos el arranque, que era desconocido para nosotros y a ellos les daba un plus notable. La plata fue para los Estados Unidos, y si bien finalizamos décimos, a ellos los habíamos vencido un par de meses antes en una pista nueva que habían inaugurado en San Pablo (Brasil).  Terceros y con el Bronce en su poder, fueron los alemanes del este. Historia aparte fue lo ocurrido en la madrugada de ese 5 de septiembre que enluto a Múnich y nos golpeó a todos de una manera notable. Ocho terroristas de “Septiembre negro “ejecutaron a varios  atletas israelíes y tomaron varios rehenes, estaban en el monoblock siguiente al nuestro en la Villa Deportiva. No sabíamos si era ficción o para tomarlo como una realidad inmediata, no existían los medios de comunicación que hoy tenemos, fue espantoso.

La ciudad lo recuerda con una más que merecida placa homenaje que se codea con las baldosas en el Paseo de los Olímpicos.