Por Pablo Martínez – Edición: Hernán Cabrera

La pelota está de luto, se fue el Trinche, esta mañana su cuerpo dijo basta y falleció a los 74 años, dos días después que un malviviente le arrebatara la bicicleta y la vida.

De repente, los rosarinos nos quedamos sin el mito, ese jugador elegante de Central Córdoba que te hacía el doble caño, ese que manejaba la pelota y que nadie se la podía sacar.

Tomás Felipe Carlovich abandonó el anonimato, en aquel inolvidable partido de la selección rosarina ante la Argentina, donde hizo lo que quiso y le pegó un baile de aquellos, a los que tenían chance de jugar un mundial, y lo tuvieron que sacar de la cancha, para que la selección nacional no dejara de pasar vergüenza.

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Tal vez, por su talento, merecía un recorrido en clubes de primera división o del exterior. Pero el Trinche era así, un jugador del potrero, que se prendía en cualquier partido de barrio, que disfrutaba de jugar a la pelota, de los futbolistas de antes, con poco amor a la actividad física y mucho de destreza en sus pies.

El mago como le dicen en Tablada, era amigo de sus amigos, siempre acompañado, idolatrado por los suyos, Esos amigos que lo mimaban, que le daban una mano para que no tuviera zozobras en lo económico.

Carlovich fue un hombre común, de perfil bajo, que solo hablaba de fútbol, no se perdía un partido de su Córdoba querido en el viejo Gabino Sosa, prendido al alambrado para alentar al Azul de Tablada.

La bicicleta era su compañera inseparable, recorría la ciudad y con la humildad de siempre, disfrutaba del reconocimiento de todos.

El Trinche fue un rey sin corona, que será recordado para siempre por el mundo del fútbol, que nos dejó la enseñanza de que se puede ser feliz con poco, nos deja su humildad y su simpleza.

Carlovich dejó de ser mito, ahora es una leyenda.