Por Pablo Bloise

Acostumbrado a la cara de pocos amigos, desde hace algunos meses, Roger Federer manda mensajes con su rostro. Lejos ha quedado aquel tenista que, tras batallar tres, cuatro y hasta cinco horas, festejaba un triunfo con el puño apretado y una sonrisa algo forzada. Quizás para las cámaras, quizás para su gente. Lo cierto es que no lo necesitaba y no lo hacía. Sin embargo, hoy que la línea de tiempo va llegando a su fin, cosa que el mundo de tenis quiere pero no logrará impedir, el suizo muestra otra faceta. Alegre, sonriente y eufórico cuando gana, y claros gestos de fastidio y enojo cuando algo falla en el court.

El lenguaje corporal, clave y notable en cualquier deporte y deportista, parece haber tenido una dura tarea con Federer. Ni hasta en los momentos de máxima tensión dejó de tener esa característica mirada fría, con los ojos entrecerrados y en puntas de pie, esperando jugar el próximo punto.

La famosa historia de las raquetas rotas en su juventud y la batalla interna que ganó para que eso no suceda durante una carrera gloriosa, parecen darle una pequeña licencia en el final, aunque obviamente, con actitudes medidas. La clara muestra: el explosivo duelo ante Nick Kyrgios en las semifinales de Miami. El australiano tuvo chances de ganarlo y Roger estaba entre el insulto y el hartazgo, visiblemente ofuscado, largando palabras al aire en busca de respuestas.

Dejando de lado el análisis de su tenis brillante, este “nuevo” Federer lo hace más humano y más querido aún de lo que ya es. Siempre fue un hábil declarador con la prensa, pero ahora se sienta relajado y lleva adelante una charla distendida. Aparenta ser aquel que ya logró todo y no tiene nada más que perder, pero en su mente, él tiene todo por ganar. Le costará mucho por su edad, y él no es ajeno a eso. Es más, exterioriza esa hipótesis porque sabe que es el pensamiento común, pero si sintiera que no pudiese triunfar, no estaría ahí.

Desde el saludo inicial, pasando por una montaña rusa de gestos, sentimientos y muecas en el universo que encierra a un partido de tenis, y concluyendo con la firma del final a la cámara y un gesto amigable y simpático para toda la audiencia que lo aplaudirá de pie para siempre. El nuevo Roger Federer, más enchufado, con muchas ganas y con un tenis que lo hace más grande todavía.