Por Fabrizio Turturici 

Un destacado pensador griego reflexionó, hace miles de años, que el defecto no está en el tiempo sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo con la pasión. En el caso de Matías Vidondo, no hay líneas temporales ni barreras que se interpongan. Con 38 años, a cinco de su debut profesional, llegó en busca del título mundial al Madison Square Garden, un lugar mítico para el boxeo, y además está a pocas materias de recibirse de médico en la Universidad Nacional de Rosario.

Sus manos quirúrgicas, tanto para el pugilismo como para la medicina, lo han llevado a explorar lugares insospechados. Neuquino de nacimiento, desembarcó en la ciudad de Rosario para forjar su futuro.

Recibe a Conclusión en el gimnasio, su segundo hogar, donde entrena tres veces por día sin descanso. Su humor permanente y la capacidad histriónica serán condimentos esenciales para narrar esta historia de vida tan particular como increíble.

boxeador3_fvizziLa pasión, en su caso, se bifurca hacia dos caminos. Pero Matías tiene la capacidad de recorrerlos con pericia y, sobre todo, con esfuerzo.

“En la infancia me dedicaba a estudiar, siempre pensé en ser médico. Es una pasión que tengo desde chiquito”, cuenta a Conclusión. Y agrega: “Mis viejos nunca me dejaron boxear, pero siempre fui deportista. Jugué en la selección nacional de vóley, practiqué artes marciales y estuve a punto de irme a un mundial en Estados Unidos. Pero ahí salió la posibilidad de venirme a estudiar acá y no lo dudé, mi prioridad era el estudio”.

—Una vez declaraste que te daba más miedo rendir un examen que entrar a un ring…

—Absolutamente, le tengo un profundo terror al fracaso intelectual.

—¿Y a la hora de pelear no tenés miedo?

—Todos tenemos miedo, es lógico. Ellos son los que te hacen cubrirte, ver una mano. Una película de Rocky (Balboa) fue muy clara: “El miedo es como una llamita de fuego, si vos dejás que se agrande, te puede quemar”. La idea es manejarlo vos.

—¿Te preguntaron si es contradictorio ser boxeador y médico al mismo tiempo?

—No, es lo mismo que le preguntes a un médico si es contradictorio ser neumonólogo y fumar.

—¿Fue acá en Rosario donde diste tus primeros pasos en el boxeo?

—Sí, empecé acá, en el gimnasio “La Bajada”. Luisito (Luis Vila Ginés, aún es su actual entrenador) era el profe. Un día me invitó porque me veía siempre pegándole solo a la bolsa. Recuerdo que a la primera o segunda clase le dije: “Yo quiero entrenar para boxear. Si hago algo es para competir y ganar; no me interesa otra cosa”.

—¿El boxeo te encontró a vos, o vos lo buscaste a él? ¿Casualidad o causalidad?

—Nadie es boxeador por casualidad. El boxeador lo siente adentro, desde chiquito. Algunos te pueden decir “empecé porque tenía hambre”, pero el boxeo se lleva en el alma.

—¿Creés en la suerte?

— Sí, claro. Yo no soy un tipo de suerte, pero hay gente que sí. Todo lo que he logrado, lo hice con mucho esfuerzo. Nada me fue fácil, nunca. No tengo suerte. Es más, nunca aprobé un examen sin haber estudiado. Si la tenía “más o menos”, me partían como un queso. Es así; las peleas que no entrené, perdí.

boxeador12_fvizzi—¿Y quién te apoyó en esta odisea boxística que estabas emprendiendo?

—El apoyo mío y de Luis. Nada más. Mientras fui amateur, me han respetado; pero mi viejo estuvo mucho tiempo sin hablarme y mi mamá nunca más miró boxeo. No me apoyaban [silencio nostálgico de varios segundos]. Pero desde que me hice profesional, se dieron cuenta que no podían ir contra esto.

—¿Eso era algo que te tenía mal a vos?

—No, porque yo no le hago mal a nadie. Esto lo busqué para mí, es lo que me hace sentir feliz, vivo.

—¿Te imaginabas llegar tan alto?

—Jamás. Siempre fui paso por paso y proyectando ganarle al siguiente. Disfruto el momento. Ése es el problema de la gente que se frustra: ponerse objetivos enormes y no alcanzarlos. [Matías piensa unos segundos y desliza una confidencia]. En esta última pelea (derrota por KO técnico contra el cubano Luis Ortíz en el Madison Square Garden) que fue por el título del mundo; la verdad que no me interesaba el cinturón. Para mí era un lindo desafío y nada más.

—¿Pero te tenías fe?

—Como nunca. Si yo no tengo fe, no subo al ring. La gente que a veces te dice “no vayas a perder” no tiene ni la remota idea que en el boxeo perder significa que te lastimen. Están acostumbrados al fútbol que si perdés 2 a 1, la semana que viene tenés revancha. Acá, te rompen la cabeza y dentro de seis meses, capaz que te la rompen de nuevo. No saben lo que es el sacrificio, el esfuerzo del entrenamiento.

—Me llamó la atención que dijiste que no te sacaba el sueño ser campeón mundial…

—No, a mí me quita el sueño terminar la carrera (de Medicina en la UNR).

—¿Qué sentiste al convertirte campeón nacional de los pesos pesados?

—Al principio fue muy triste, porque no gané la pelea como yo quería. La iba ganando y Moli (Fabio) hizo otra de las suyas. Ahí lo descalifican y me dio mucha bronca, mucha tristeza: tanto entrenamiento y trabajo para ganar así.

—Más allá que las estadísticas indiquen que tenés sólo dos peleas perdidas. ¿Sentís que la vida te ha forjado a golpes o a laureles?

—La vida no forma a nadie con laureles, ellos son para festejar unos días y listo. Las derrotas te fortalecen. Las que te tiran al piso, te arrodillan y te hacen volver a levantarte.

Vidondo confiesa no estar arrepentido de haber empezado a boxear tarde. “Si me pongo a pensar eso, tengo que pensar qué hubiese pasado si nacía en otra familia. Esas son preguntas que nos hacemos sin sentido”. A continuación afirma no vivir del boxeo y cuando es interpelado sobre qué siente al ver a Floyd Mayweather tirar dólares al aire, declara con contundencia: “A mí, particularmente, me parece un pelotudo (sic). Hay mucha gente con hambre y carencias, entonces me molesta”.

“El boxeo me cambió la vida: conocí gente increíble, Nueva York con mis viejos. Ir al centro de Neuquén y ver una placa grande con mi nombre, donde está el apellido que me dio mi papá con honor. Lo único que me faltó es recibirme de médico. En algún momento tengo que despertar  y hacerlo realidad para que deje de ser un simple sueño”.

—¿Matías Vidondo está hecho de talento o de trabajo, esfuerzo y sacrificio?

—Un poco de cada cosa. Vos podés nacer con el alma de un campeón, pero si no transpirás, lo vas a decir toda la vida y nunca vas a ser nada. Los campeones no nacen, se hacen.

—¿Qué le dirías a los deportistas que recién están empezando?

—Que estudien y que esto (el deporte) lo hagan con pasión.

—¿Tenés alguna frase de cabecera que te motive o quieras compartir?

— «Alea iacta est». La suerte está echada. Lo dijo Julio César antes de una batalla. Significa que las cartas ya están dadas, ahora tenés que dar lo mejor para que las cosas salgan bien.

—¿Qué mensaje le dejás a los rosarinos?boxeador20_fvizzi

—Siempre les agradezco. La energía del público y el apoyo de la gente me sorprenden. Terminar una pelea y estar cuarenta minutos arriba del ring sacándome fotos con nenitos, me llena el alma. Ahí es cuando decís “algo bien debo estar haciendo”. Porque el grande te quiere hoy y mañana te insulta. Pero los pibes te miran y sos el ídolo, es lo más lindo que puede existir porque es el cariño más puro.

—¿El boxeo o la medicina?

—Todo a su tiempo. En este momento, el boxeo. Y cuando suene la campana y termine mi hora, la medicina. Ya me imagino con el guardapolvo, haciéndole bien a alguien. Esa es mi idea, hacerle bien a alguien.

—Todo lo contrario que arriba del ring…

—Es que arriba del ring también le estoy haciendo bien a alguien: a un montón de gente que quiere que gane [entre risas]. Y sobre todo, me estoy haciendo bien a mí.

Fotos Florencia Vizzi