Tomás Felipe Carlovich, mejor conocido como «El Trinche», supo despertar la admiración de todo el mundo del fútbol en su época como futbolista, realizando la mayor parte de su carrera en Central Córdoba de Rosario, su querido Charrúa.

El hombre nacido el 19 de abril de 1946 en el barrio Belgrano de la ciudad rosarina, se inició en las inferiores de Central y se convirtió en un mediocampista de estilo elegante y displicente que llevaba la pelota atada al pie y hacía del juego en sueño.

El mito nació en un recordado partido amistoso de 1974 entre la selección argentina y el combinado rosarino: cinco canallas, cinco leprosos y uno del Matador de Tablada; ese uno, justamente, fue el que hizo bailar a todo el Parque Independencia.

El equipo local se marchó entonces al primer tiempo con un abultado marcador de 3-0 a su favor, por lo que el entrenador nacional Vladislao Cap le tuvo que pedir a su par rosarino que sacara a Carlovich, que estaba jugando el partido de su vida.

Tan grande fue la repercusión que se generó por ese partido, que cuando Diego Maradona fichó para Newell’s en 1993, declaró: «Yo creía que era el mejor, pero desde que llegué a Rosario escuché maravillas de un tal Carlovich, así que ya no sé».

Asimismo, otra voz autorizada como el técnico campeón del mundo, César Luis Menotti, lo definió al destacado volante como «uno de esos pibes de barrio que, desde que nacen, tienen como único juguete la pelota. Era impresionante verlo».

Otras voces como las de Carlos Griguol, si bien lo elogiaban por su capacidad técnica ya que «desaparecía por cualquier lado y con él desaparecía el balón», le remarcaban su falta de sacrificio ya que prefería irse de caza o de pesca en su tiempo libre.

Además de sus inicios en el club de Arroyito, Carlovich jugó en primera con Colón de Santa Fe, pero fue un emblema del ascenso también con Flandria, Independiente Rivadavia, Deportivo Maipú, Andes Talleres Sport Club y Newell’s de Cañada de Gómez.

El Trinche alzó dos trofeos en su carrera y fueron ambos en la Primera C con Central Córdoba, en 1973 y 1982, y es tanto el cariño que tomó por ese club en distintos ciclos que hasta sus últimos días no se perdía un solo partido en el estadio Gabino Sosa de Tablada.

La leyenda se hacía presente en los tablones charrúas y tomaba contacto con los hinchas que le brindaban su cariño. Y por más que la próxima vez que Central Córdoba salga a la cancha él ya no esté físicamente, su mito vivirá para siempre en el corazón de todos.