Una banda que desde su gestación decidió tomar un camino de romper con lo convencional en sus canciones y en el escenario, priorizando el vivo por sobre el disco y mezclando la música con el teatro y lo audiovisual. Desde los shows en el mítico Boris Furman hasta las fechas actuales a sala llena, pasando por algún patio que ha sabido abrirles las puertas.

Los Cuentos de la Buena Pipa es la banda que protagoniza la primera edición de 70/30, la nueva publicación transmedia del Diario Digital Conclusión, pensada especialmente para la difusión de la rica y vasta cultura rosarina, incorporando elementos en diversos formatos.

Dentro de las distintas producciones realizadas en esta edición, una de ellas es el #1 de la revista en formato papel, que fue distribuida a los asistentes del show que la banda dio en el Club 1518 el sábado 13 de abril de 2019.

Para leer todos los contenidos, podes acceder a la edición digital de la misma.

(A)salto de fe (sensación)

Por Facundo Díaz D’Alessandro

Como bien sabía Teseo (y también Asterión), para salir del laberinto hay que poder escuchar. El canto de sirenas que confunde al oído, predestinado a ser engañado y ser así el más engañoso laberinto hacia el palacio mental (al que se llega por la ignorancia y no por el saber). Y también el llamado redentor de la conciencia, real y no analizada, que pide sin calma que se calle el alarido impaciente de aquellos que necesitan terminar con esto de una vez. Hay que poder seguir un hilo musical (que por supuesto también ata silencios) que puede ser o bien de amor o bien de astucia. Aunque no tenga sustancia, el poder es casi asible, puede sentirse en el cuerpo, pisa fuerte en la tierra, el contacto real con el contexto. El saber es más endogámico, insustancial como el poder pero insensible como no otra cosa. Fundamental, pero indoloro. Destinado a ocupar el taburete de la estrechez bohemia y consagrada.

En cambio, lo que sabía Ariadna, parada ante las puertas del deseo, es que además de escuchar, hay que poder esperar: no siempre lo bueno es repentino y menos aparente.

Pipa, por su parte, tenía muchas cosas para decir todo el tiempo. A todos polvoreaba su fulgor y su algarabía, sus palabras se oían aquí y allá, no era para menos porque siempre divertía. Pero un día empezó a cansar. Nadie quiere una (ni un) sabelotodo, pero en especial nadie puede establecer un vínculo con aquello que nada ignora. Algo hay que ignorar: por esa grieta se mete tu cantar completo, en las famosas (y poéticas) vacuidades del humano pensar. Por que el Martín, aunque matrero y un fierro, tiene una ida y una vuelta, algo al mundo (al otro) se devuelve siempre, si igual va a acabar con vos. A Pipa la castigaron con un embrujo, y por un tiempo no pudo contar más ninguno de sus cuentos, sino sólo repetir lo dicho por los que ella antes ignoraba. Por suerte Pipa después pudo volver a escuchar, recién cuando venció (entre lágrimas) al embrujo, pero a su propio embrujo, el de su ego; y cuando escuchó atentamente y se fundió su inconsciente en un colectivo, habló sinceramente por primera vez.

Estas son dos (abreviadas) leyendas, de tantas, con las que se podría profetizar sobre la música si no fuera una ignominia tratar de explicarla en palabras. Menos aún cuando ya palabras contiene, aunque sofisticadamente desplegadas, como en un carrousel polifónico y funcional. Los Cuentos de la Buena Pipa son un buen ejemplo de ese despliegue, de esa entrega, pronta o tardía (que importa), que parece pedir el mundo constantemente, como si no le bastará con que estemos acá. Al fin y al cabo los pibes se salen con la suya, capa tras capa de misterio, textura tras textura musical, hay siempre un corazón que late y delata. En ese carrousel, donde algunos vomitarían, una banda forja su destino en la perdición: quieren ser inclasificables. Muy bien simulan serlo, pero nada puede escapar a su esencia, donde siempre de perseverar se trata. Una revista, como una canción, o un libro, no son sólo música o sólo palabras. Entonces, si en una gota cabe el universo, que en una revista, por lo menos, quepa una sensación. Genuina. Y mestiza. El oxímoron es la vida.

En el vivo está el agite

Por Santiago A. Fraga

Lo mismo que hacen con su música en el estudio o en los ensayos, lo hacen en (y con) el escenario. Los Cuentos de la Buena Pipa es una banda que desde su gestación rompe con lo convencional, con lo cómodo. Desde aquel disco grabado en Ascochinga con tintes lo-fi, experimental y progresivo hasta la evolución y revolución constante del presente. Desde aquellos shows en el mítico Boris Furman hasta las fechas actuales a sala llena, pasando por algún patio que ha sabido abrirle las puertas a un público heterogéneo, que no encaja en ningún perfil de “fan” ya analizado, aunque quizás sí con la heterogeneidad del sonido que han sabido conseguir.

Ahí, en el vivo, es en donde más sale a relucir el espíritu de este colectivo de artistas. Capaces de realizar en simultáneo con la música una performance teatral entre dos departamentos de pasillo, de convertir un galpón en un laberinto, de mimetizarse en cuerpo entero con el espacio y tomar parte de visuales psicodélicas o de desatar una tormenta rítmica sobre el escenario.

Once años no son poca cosa y el tiempo ha sido testigo de las mutaciones de la banda tanto en integrantes como en ideas y en mensajes, pero sin jamás perder la esencia que los caracterizó desde un primer momento. Contestatarios e introspectivos. Gritándole a aquel dictador dueño de un bar que exige cachengue para facturar, a un amor frustrado que pega mal, contando la triste historia de un Milton más que cotidiano o, a veces, sin gritar nada siquiera.

Un recital de Los Cuentos es un must see en la escena rosarina. Ir y dejar que la música fluya y envuelva, que baile al ritmo de una cumbia frenética o un pasaje electrónico, que ondée con un tema instrumental, que poguée con un tema rockero. Un show de uno de los pocos grupos capaces de pasar de una referencia a Pink Floyd, a una a Daft Punk, a una a la Mona Jiménez con total fluidez. Para ir solx, con amigxs o en pareja. Como alguna vez dijeron en lo que terminaría siendo una suerte de declaración de principios: “Por las ganas de excedernos, porque no nos sobra prolijidad […] por la ingenua necesidad de que se escuche nuestro susurro en el hormiguero”. Lucidez y placer.

Discografía 

Contada por E’Bo’, vocalista y guitarrista

Así gritó el dictador!!! (2012)
«Fue el primer disco al que llegamos conformes, en el 2012, después de haber hecho muchas, muchas pruebas. Nosotros siempre nos grabamos a nosotros mismos, nos mezclamos, etc. “Así gritó el dictador” fue la primera vez que después de probar muchísimas cosas, no sólo desde la grabación sino desde lo musical o del escenario, estuvimos conformes. Por eso medio como que borramos todo lo anterior y dijimos “bueno, acá arrancó”, de alguna manera».

¿Qué es el laberinto? (2015)
«Estuvo bueno porque fue un disco que fuimos por primera vez a grabar, con todos los temas ya armados, cerrados 100%. Entonces lo pudimos encarar más desde la grabación íntegramente. Empezamos grabando la batería en un teatro y de ahí se fueron sumando todos los instrumentos. El disco tiene como una unidad que antes no teníamos como banda y que no sé si vamos a volver a tener, pero tiene esa cosa bien de disco, de pe a pa».

Próximo disco -posiblemente llamado «De repente»- (2019)
«Tiene algo muy interesante también como propuesta que fue irnos cinco días a una ciudad, Timbúes, acá cerquita, y estuvimos cinco días zapando. Nos trajimos 90 pistas, 90 zapadas, y fue un proceso ya desde el vamos muy bueno a nivel humano y a nivel creativo. Fue como una experiencia de decir ‘tenemos la hoja en blanco, vamos a escribir un disco’. Algo que nunca nos había pasado. Entonces, todo sumó».

Daño colateral: En Ascochinga las brújulas no encuentran el norte (2011)
«Todos esos otros discos que fuimos borrando un poco tienen ese plus de esa cierta inocencia de querer escapar del molde sin poder hacerlo, de querer hacer algo nuevo cuando ya está todo hecho, y tiene esa ingenuidad de querer romper que es muy rica, muy vívida, también muy inocente, pero que tiene mucho de aprendizaje. Ascochinga fue de toda esa etapa el que más nos cerró, de hecho por eso lo editamos, y es muy crudo, muy improvisado, y nos sigue gustando».

Foto de tapa: Renzo Leonard