Con un despliegue de buen gusto y mucho swing, el músico brasileño Djavan volvió a enamorar anoche al público local en una nueva visita a la Argentina, con un concierto en el porteño teatro Gran Rex.

Con la excusa de presentar “Vesúvio”, su flamante disco de estudio, el cantautor echó mano a un repertorio en el que las diferentes vertientes de la música negra se disfrazaron de pegadizas melodías pop, plagadas de romanticismo y celebración de la naturaleza.

En tal sentido, el samba, la bossa nova, el funk, el jazz y el soul se hicieron presentes de manera sutil, en composiciones en donde las melodías se erigieron como principal estandarte.

El artista brasileño, que hizo gala de su gran carisma y conexión con sus admiradores, estuvo acompañado por una destacada banda que, sin necesidad de hacer alarde de su virtuosismo, descolló por su prolijidad e imaginación en sus ejecuciones.

En ese contexto, el pianista Paulo Calasans y el tecladista Renato Fonseca sobresalieron en cruces en los que ocuparon el primer plano sonoro; en tanto que el guitarrista, el argentino Torcuato Mariano, el bajista Arthur de Palla y el baterista Felipe Alves cargaron fundamentalmente con la base rítmica, aunque siempre haciendo gala de un gran vuelo musical.

Entre tanta prolijidad y buen gusto, fue la voz del protagonista de la noche la que con su habitual leve toque disonante generó la tensión necesaria para romper con tanta prolijidad y darle un rasgo distintivo a cada interpretación.

A lo largo de dos horas de show, y con una puesta escenográfica basada en luces tan sutiles como la música que sonaba, Djavan sumó además su guitarra en algunos pasajes, mientras que en otros optó por desplegar ágiles pasos de baile, con una plasticidad sorprendente y un físico atlético que desmiente los 70 años que acusan su documento.

En la primera mitad del show, el brasileño combinó algunas nuevas composiciones como “Viver é deber” y “Solitude” con clásicos como “Eu te devoro” y “Amar e tudo”, entre otros, en una seguidilla que no presentó mayores matices y en la que predominaron las baladas de tono pop.

En este pasaje, el combo conformado por la guitarra, la batería y el bajo se dedicaron mayormente a sostener el trabajo de los teclados, que llevaron el rol protagónico con sonidos prioritariamente “souleros”.

Al promediar el concierto, se apoderó del lugar un tono más intimista, resaltado por el hecho de que el protagonista se sentó en el centro del escenario con su guitarra acústica, en un breve set en el que el artista manifestó su amor por la naturaleza.

Las flores resultaron las grandes homenajeadas en este tramo del show a partir de las nuevas composiciones “Madressilva” y “Orquídea”, y finalmente “Flor de lis”, una de sus más celebradas canciones, que dio el título a su primer disco, a mediados de los `70.

A partir de allí, el concierto ganó en intensidad, en parte porque aparecieron muchos de sus temas más conocidos, pero también porque el bajo, la guitarra y la batería comenzaron a tomar vuelo propio y dotaron de mayores variantes al show.

Sin abandonar el repaso de las nuevas composiciones, tal el caso de “Vesúvio” y “Esplendor”, cantada en castellano, se hicieron presente hits como “Samurai” y, en especial, “Sina”.

Con el público en éxtasis, aumentado además por la predisposición de Djavan para estrechar la mano de los espectadores de la primera fila y su actitud de subir por las escaleras del costado hacia el pullman para tomar contacto directo con los ubicados en el primer piso, llegaron los bises.

Así se sucedieron “Océano”, “Um amor puro”, “Lilás” y “Seduzir”, todas ellas coreadas en su totalidad por la gente.

“Esta noche quiero ser feliz y hacerlos felices a ustedes”, dijo en un momento del show Djavan y pareció haber logrado su objetivo a juzgar por la cara del público mientras abandonaba satisfecho el teatro tras los bises.