Por Guido Brunet

Cuando el Salmón ingresó a Rosario vio la periferia, las villas, la exclusión, los relegados a los márgenes. Eso le hizo recordar a algunas zonas de su Buenos Aires, en algún punto similares al paisaje que acompaña la Circunvalación.

La Rosario moderna, cosmopolita, catalana que quieren imponer no se condice con la que se observa en muchos de sus barrios. La ciudad cambió en los últimos años. Sí. Algunas zonas para bien, otras sufren la misma realidad de siempre, o peor. Y casi como desafiante, cuando llegás de Buenos Aires, te lo hace saber, te lo escupe en la cara.

Eso -testimonió durante la presentación Andrés Calamaro- captó su atención. Él es del centro, se crió muy lejos de ese submundo. De chico supo frecuentar galerías de arte y playas de Punta del Este. Cuenta que creció en un ambiente cultural “interesante” dentro de su hogar. Su padre era amigo de reconocidos escritores, actores y músicos.

Vivió sobre una avenida frente a la estación Retiro. También pasó su infancia en San Fernando, en el norte de Capital Federal. No mamó el barrio en el que los amigos se juntan en la esquina para pasar el tiempo. Pero el ocio y la vida sin responsabilidades lo identifica. El artista relata que en la cúspide de su carrera no asistió a una reunión con directivos de la Warner en Estados Unidos, por “bohemio”. Algo en esa suntuosidad no le gustó, no se sentía cómodo en ese lugar.

Ese mundo sin asfalto, sin horarios, donde la vida puede terminar en cualquier momento lo fascina, como los códigos inquebrantables de los amigos que van juntos hasta los límites de la ley, y los exceden. Su revista Nervio está repleta de historias del hampa. Y el tema «My mafia» de su último disco fue dedicado al «Frente» Vital, un muchacho de 17 años conocido por repartir entre los vecinos los frutos de sus atracos y retratado en un libro de Cristian Alarcón. Hace veinte años era asesinado por la bonaerense en el barrio San Francisco de Buenos Aires.

 

En vez del lujo, el Calamaro prefiere jugar con los bordes y hacerse el bandido. Lo atrae la sangre, la tauromaquia, el matar o morir, los pistoleros. Encuentra allí valentía, la mismísima pulsión de muerte sin reprimir, una curiosa honestidad para él.

Pero paralelamente escribe versos crueles. Un poeta tan brutal como puede un autor ser. Quizás nadie pueda expresar mejor que cuando el amor duele, el pecho quema o que si ella no está uno se pierde en un laberinto oscuro. E invitar a llorar donde lo hacen las gaviotas.

De espaldas al río y ante un anfiteatro colmado agradeció el recibimiento a la ciudad mientras sorbía mates entre tema y tema. El músico estuvo aplacado. El show fue sólido y contundente. Un recital digno de un verdadero mister del rock, que en casi dos horas demostró respeto absoluto por la música, el público y una ciudad entera.

Calamaro es un artista que se mueve a los márgenes como motor creativo, que dijo que del centro fue hacia los barrios, tal vez para ir en contra de la corriente, o tan solo para hacer canciones.