Por Fabrizio Turturici

A diez años de su partida física, el legado artístico de Roberto Fontanarrosa se encuentra más vigente que nunca. Sobre todo en la ciudad que lo vio nacer y cultivó sus pasiones más intensas: el dibujo y Rosario Central. “Fontanarrosa sigue estando presente en los bares de Rosario”, se escucha por las calles.

Miguel Ángel Brulé, artista popularmente conocido como “El Noke”, abrió las puertas de su hogar a Conclusión, desde donde dialogó entre galardones y pinturas. Nos muestra con orgullo la historieta que dibujó junto al Negro, el reconocimiento que tuvo en el Gigante de Arroyito y varios tesoros que están, como acostumbran los artistas, desparramados por el lugar.

“Me gustaría que la gente recuerde a Fontanarrosa no sólo como un artista fenomenal, sino como una gran persona y un humorista de la puta madre. Y además canalla. Fue un sueño haberlo conocido y trabajar con él. Lo digo con orgullo, porque no soy millonario pero sí afortunado”, retracta el Noke.

Al mismo tiempo, el dibujante sostuvo que “yo siempre fui bohemio y tuve pasión por el dibujo, casi desde que estaba en la panza de mi madre. La vida me llevó a conocer a un referente como el Negro, con quien luego formamos una amistad y surgieron cosas lindas”.

A la hora de recordar sus pasiones compartidas, el Noke aclaró: “Las mujeres, el dibujo y Central. El Negro no se iba de Rosario porque decía que las mejores minas y el mejor fútbol estaban en la ciudad… y no le erraba. Cuando íbamos a los bares del centro, siempre se ponía pegado a las ventanas de la peatonal para tener «vista al mar», como decía con mucho humor”.

—Más allá de tu relación laboral, ¿llegaste a formar una amistad con Fontanarrosa?

—No sé si una amistad íntima, porque con el Negro nunca se sabía. Era medio parco. Pero después me enteré que me apreciaba mucho, como yo a él. Cuando estaba mal por su enfermedad, preguntó por mí y yo hasta el día de hoy me arrepiento de no querer ir para no molestarlo en ese momento crítico. Cuando quise ir a verlo era tarde y no paro de llorar hasta el día de hoy.

—¿Cómo era en la intimidad?

—Parco, sencillo y extremadamente generoso. Un día se me ocurrió una idea para llevar a cabo y se la conté. Trataba de que los hinchas de Newell’s querían secuestrarlo para transformarlo en «Fontanarrojinegro», entonces aparecen Inodoro Pereyra, Eulogia y todos los personajes para intentar rescatarlos. A todos les gustó mucho y estoy honrado de la vida: que el Negro haya dibujado un guión mío, no es poca cosa…

—¿También en persona desplegaba su repertorio humorístico?

—Fontanarrosa tenía un cinismo exquisito, que al mismo tiempo transmitía una gran confianza a los que estaban presentes. Era sobre todo sincero y sencillo, pero un campeón irrepetible. El Negro se fabrica una vez cada cien millones. No existen tipos con esa visión aguda e irónica de las cosas, que busquen el humor en cada detalle posible. Creo que está dentro de los diez mejores humoristas del mundo, porque se inventaba frases con tal facilidad que te dejaban pasmado.

—¿Cómo nace su pasión por el fútbol, teniendo en cuenta que su padre era fanático del básquet?

—Por un tío que lo llevó a ver a Central y desde ahí, quedó enamorado para siempre. Él siempre decía que nunca llegó a jugar en primera división porque dos motivos: uno, su pierna izquierda; y otro, su pierna derecha. Los partidos de Central no eran lo mismo si no estaba el Negro sentado en la platea. Con él estuve varias veces, pero yo era de irme a la del Río porque allá estaban mis amigos.

—¿Y cómo es que te invade la pasión canalla a vos?

—Mi vieja Eulogia me inculcó desde chiquito el amor por Central, por la patria y sus próceres. Con ella empecé a ir a la barra del Tula, todavía recuerdo ese bombo. De todos modos, no es muy difícil hacerse hincha de Rosario Central, es un contagio terrible.

—¿Qué sensaciones tenías al leer sus cuentos de fútbol?

—Los cuentos del Negro eran excepcionales, porque tenían una contextura mundana, muy del pueblo, pero a su vez tan elevada en la literatura. Fontanarrosa sigue siendo uno de los grandes escritores del humor, con una pluma exquisita. «Lo que se dice de un ídolo» y «19 de septiembre de 1971» creo que son mis preferidos. No existe un canalla que no se pueda sentir identificado con este último.

—¿Cómo es ser artista en esta sociedad de hoy?

—El artista debe ser valiente y no caer en el elitismo. Yo seguí el ejemplo del Negro y me convertí en un artista popular. Mientras otros piensan en sus bienes personales, como la casa o el auto, el artista sobrevive únicamente queriendo hacer su arte. Y eso lo transforma en un ser extremadamente valiente. Siendo un hombre tan prestigioso, al Negro podías verlo de todos modos en cualquier café, compartiendo mesa con amigos. Todavía recuerdo que yo lo hacía reír mucho y eso es un halago. Estuve muy triste cuando se fue, porque me parecía mentira la desaparición física de un grande como él…

—¿Cómo viviste el proceso de su enfermedad?

—Lo viví con muchas expectativas, siempre pensando que iba a recuperarse. Uno cree –o quiere creer- que a la gente que te hace reír nunca le va a pasar nada. Y es un gran error del que aprendí. Estuve seis meses llorando como un niño, porque el Negro encerraba todo lo que a mí me gustaba: dibujante, canalla, artista, humorista, bien de barrio. En este sentido, teníamos muchas cosas en común: salir en pantuflas a hacer los mandados y tomarse un porrón del pico con los amigos, por ejemplo.

—Más allá del dolor, viéndolo a la distancia podría decirse que cumpliste tu sueño…

—Totalmente, de pibe yo siempre decía que iba a trabajar con el Negro Fontanarrosa y es algo que pude cumplirlo. Yo soñé que León Gieco me grabe una canción y lo hizo. Soñé que iba a dibujarle a Víctor Heredia y lo hice. Soy un soñador, pero también un cumplidor de sueños. Mucha gente no se anima a realizar sus sueños, porque piensan que son inalcanzables, pero están equivocados. Yo tuve un accidente gravísimo donde me salvé de milagro, pero me recuperé y nunca perdí las ganas de seguir dibujando. A esta altura de mi vida, puede decirse que estoy realizado, pero tampoco dejo de soñar. Me gustaría volver a dar la vuelta en la cancha de Central.

—¿Cómo fue la experiencia de pintar el mural del Negro, en la sede fundacional  de Central?

—Cuando vi al Negro en el cajón con la camiseta de Central puesta, me hizo tan mal que enseguida le dije al oído mi idea de dedicarle un mural donde se había fundado el club de sus amores. Al otro día, todavía llorando, fui con dos latitas de pintura y me puse a dibujar. De a poco fue apareciendo la gente, que empezó a tirar flores, incluso cuatro autos seguidos chocaron por mirar el trabajo cuando lo estaba terminando.

—¿Te dolió cuando vandalizaron el mural con pintadas de Newell’s?

—La primera vez que lo vi arruinado me dolió en el alma, pero nunca bajé los brazos. A la segunda ya fui con más ganas porque la gente me acompañaba, se armaban las choripaneadas y todo. Perdí la cuenta, pero estoy seguro que lo restauré más de 160 veces. Lo lindo es que cada vez que lo arruinaban era una fiesta. Incluso la gente del club fundacional me dejó la llave porque era el único que siempre estaba (risas).

—¿Qué sensaciones te dejó ser reconocido en el Gigante de Arroyito?

—Fue lo más lindo que me pasó en toda la vida. Es que se formó un vínculo lindo con la gente de Central,  y de repente estar en la mitad de la cancha recibiendo un galardón y un reconocimiento, es increíble. En mi vida he recibido muchos premios, pero tener la camiseta canalla número ‘10’ con mi nombre, es algo que no lo cambio por nada.

—Para terminar, ¿algunas palabras de recuerdo al Negro Fontanarrosa?

—El Negro para mí sigue estando presente en los bares de Rosario, es imposible que se haya ido. Parece mentira, pero pasaron diez años de su partida y parece que fuera ayer. Yo todavía lo sigo dibujando, por el día del amigo le voy a hacer mi regalo. Ah, yo fui el inventor del Día del Amigo Canalla, algo de que lo que también me enorgullezco. Lo dije una vez en joda en el café y quedó.