El brasileño João Gilberto, uno de los creadores de la bossa nova, una estética que estableció, desde Brasil y para el mundo, una relación entre la música popular y la «alta cultura», falleció hoy a los 88 años en Río de Janeiro, informaron sus familiares.

«Murió mi padre. Su lucha fue noble, él intentó mantener la dignidad incluso con la pérdida de la independencia», escribió su hijo João Marcelo Gilberto, que vive en los Estados Unidos. El músico dejó otros dos descendientes: Bebel y Luisa.

João Gilberto sintetizó junto a un colectivo de artistas, aquel movimiento estético que, en los ’50, decantó en el nacimiento de la bossa nova y que se alimentó de elementos del samba y también del jazz. Fue la expresión de un influjo modernista que promovieron, más que ningún otro, Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes.

Los enciclopedistas registran el nacimiento de la bossa nova con el disco «Canção do amor demais», editado en 1958 con creaciones del dúo Tom Jobim y Vinicius de Moraes y donde aparece la canción «Chega de saudade», consagrada como la pieza fundacional de esta estética.

Poco tiempo después João Gilberto grabó su primer disco, precisamente llamado «Chega de Saudade», que fue un éxito en Brasil y dinamizó su carrera.

Vinicius, acaso el eslabón más renovador de aquel proceso, reconocía que aquel movimiento incipiente abandonaba el afrancesamiento y avanzaba en la estilización de las tradiciones populares; un proceso que excedía la música y comprendía a Mario de Andrade, Jorge Amado y Graciliano Ramos.

Pero antes hubo una historia. João Gilberto Prado Pereira de Oliveira nació el 10 de junio de 1931 en Juazeiro. Aprendió a tocar de manera autodidacta.

En el año 1950, emigró a la ciudad de Río de Janeiro, donde tuvo algún éxito cantando en la banda Garotos da Lua, pero fue expulsado por rebeldía y pasó algunos años sin trabajo aunque con la la idea pertinaz de crear una nueva forma de expresión musical con la guitarra. La concreción de aquella ambición fue posible cuando conoció a Jobim.

Fue el responsable de una revolución en la forma de cantar y tocar la guitarra que cambió todo en la música brasileña. De apariencia transgresora, al principio, pero -sin embargo- precisa y conciliable con todo tipo de canciones. Lograba que la guitarra y la voz se confundieran al punto de no poder disociarse.

Con aires de leyenda se cuenta que, antes del suceso de la bossa, João Gilberto vivió seis meses en la casa de su hermana en Minas Gerais, tiempo en el que -según el relato- no se fue de su casa, habló poco y pasó las noches abrazando la guitarra en busca de ritmos y armonías que terminarían dando forma definitiva a un nuevo estilo. «Fue una influencia para toda una generación de arreglistas, guitarristas, músicos y cantantes», definió alguna vez Jobim.

Luego vino un éxito a escala internacional y la consolidación de un estilo. Su formato preferido para salir al escenario era solo, en traje y corbata, con taburete y la guitarra. Cultivó una relación con el público sumamente exigente y respetuosa y a menudo llamaba al silencio a su audiencia para que se generaran las condiciones para que alumbrara la música.

Llevaba muchos años apartado de los focos, carcomido por las deudas y los problemas familiares. En marzo ganó un juicio por los derechos de autor de sus primeros discos por el que debían pagar 40 millones de euros.

Ya no recibía a nadie en su casa, excepto a algunos miembros de su familia y no daba daba entrevistas. Pero allí está su música y sus discos, todavía dispuestos a conmover y a incomodar a aquellos que ven en la música una fórmula sometida a repetición.