Por Florencia Vizzi

«Protégenos de todo aquel que no escucha. Ampáranosde la mufa de los que insisten con la patita de pollo
nacional. Ayúdanos a entrar en armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción
cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que nos parta los huesos y no nos deje en silencio
mirando un bandoneón sobre la silla.»

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«Estampita de San Pugliese»que pulula por camerinos de músicos, salas de ensayo y estudios de grabación

San Pugliese,  dicen muchos, cuando se refieren a él. Es símbolo indiscutido de buena suerte en los corredores artísticos. Casi todos los camarines lucen una estampita con su figura, que se ha hecho popular con el correr de los años. Cuentan en el “ambiente”  que si antes se decía “mierda, mierda, mierda”, antes de salir a escena, desde hace varios años es “Pugliese, Pugliese, Pugliese”, porque sólo nombrar a Don Osvaldo es garantía absoluta para ahuyentar la «mufa». Ya en vida era considerado un amuleto de buena suerte. “Siempre mencionamos a Pugliese”, contaba  León Gieco en ese himno noventoso “Los salieris de Charly”.

Don Osvaldo sonreía, lo tomaba con picardía. Aunque a sus camaradas del Partido Comunista, al que pertenecía desde 1936,  la idea no les terminaba de hacer mucha gracia.

Será porque el legado de Osvaldo Pugliese trasciende la inmensa herencia dejada por el “maestro” a la historia de la música argentina. Fue un músico talentosísimo, un compositor exquisito y un delicado director, pero fue, además, un ejemplo de coherencia, de conducta y de convicciones pocas veces visto.

Nacido en 1905 en el barrio de Villa Crespo, donde vivió toda su vida en el seno de una familia obrera y amante de la música. Su padre, músico aficionado, tocaba la flauta en cuartetos tangueros de barrio. Fue él  quien le enseño el solfeo, y quien lo sentó al piano, por primera vez, contra su voluntad.

“Yo empecé con la música clásica; a mi padre y hermanos les gustaba la música y yo comencé tocando de oído. Con dos amigos que tocaban la guitarra y bandoneón, rascábamos todo lo que estaba en boga. Era por el año 1918, después de la guerra mundial. Iba a la escuela, terminé el cuarto grado y le dije a mi viejo que la escuela no me gustaba, que quería trabajar. Me llevó a una imprenta que quedaba en la calle Triunvirato, entre Vera y Velazco, cuyo dueño era un pianista muy conocido en aquellos tiempos, un tal Mazzone; ahí aprendí el oficio de gráfico, después pasé a otra imprenta en la calle Canning. Una buena tarde, al volver del trabajo, me encuentro con un piano en mi casa, regalo de mi padre, que me dijo ‘tenés que aprender a tocar el piano’. Yo me negué, fue una lucha bárbara pero al final me llevó a estudiar con el maestro Antonio D’Agostino”.

Desde ese entonces, la carrera de Pugliese fue imparable. Su primer trabajo profesional fue en el “Café de la Chancha”, donde estrenó sus primeras composiciones, como “Recuerdo”, que años  más tarde grabaría  De Caro.

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Pugliese y Troilo, tangueando.

De orquesta en orquesta, de tango en tango, formó la suya propia en 1939, unos años después de haber impulsado la formación de un sindicato, la Sociedad de Músicos y Artistas Afines, y haber fogoneado algunas huelgas de músicos en protesta por las condiciones “feudales” de trabajo que mantenían los artistas en esa época, sobre todos en cabarets y varietés.

El exitoso debut fue en el muy prestigiosos palco del Café Nacional de Buenos Aires. Probablemente, la clave de su éxito haya radicado en innovar el estilo melodioso de la época, pero manteniendo el ritmo milonguero, lo que hacía las delicias de los bailarines. Puso fin al tipo tradicional, adoptando un esquema de dos compases que se desarrollaba a partir de contrapuntos. Fue, sin dudas, un adelantado, y abrió caminos a orquestas como las de Horacio Salgán o el mismo Piazzolla.

Los años trajeron los clásicos. Su orquesta no dejó de tocar nunca en 42 años. Osvaldo decía que se debía a que “eran una cooperativa”. Eso ponía a todos por igual, y cada uno daba batalla para poder mantener la orquesta en pie. No sólo por el sustento, sino por el orgullo.

La cooperativa fue, claro, idea de Pugliese, en línea con su ideología, con su forma de ver la vida. Su militancia no era una mera postura, ni un número en el carnet del Partido Comunista. Eso le ganó el amor y el respeto popular, aún de aquellos que no comulgaban con sus concepciones políticas. Y también muchas horas tras las rejas. Sin importar el color del gobierno, tanto durante el primer gobierno peronista, como en  las dictaduras subsiguientes, Osvaldo, por comunista, cada dos por tres, terminaba preso. Nunca renegó de ello, nunca se arrepintió. De hecho, fue enterrado con su carnet del partido.

Pero su orquesta tenía prohibido dejar de tocar. En esos casos, actuaban con un reemplazante y un clavel rojo sobre el piano.

«Osvaldo nunca aflojaba, hasta creo que se ponía contento cuando iba en cana porque adentro lo mimaban todos: los presos y los compañeros del partido. En esos momentos lo bancábamos a muerte» (Oscar «Cacho» Herrero, violinista).

Algunas de sus composiciones son verdaderos himnos para los amantes del tango. Temas como “Negracha”, “Recuerdo”, “A los Amigos”, y, claro está, en primer lugar “La yumba”, han marcado y cambiado la historia del tango, de la mano de su extraordinario impulso creativo e inigualable talento interpretativo.

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Histórica noche de «el maestro»en el Colón

Y, junto a la historia del tango, cambió también la historia del Teatro Colón. El arrabal entró al Colón de su mano, la noche del 26 de diciembre de 1985, cuando su orquesta cumplía cuarenta años. «El Colón se lo dedicó a su vieja que se paraba en el marco de la puerta cuando él ensayaba y lo alentaba diciendo «al Colón, al Colón», porque ella sabía que ese era uno de los escenarios más importantes del mundo”. Y logró tocar allí” (Lidia Eidelman de Pugliese).

Una multitud llenó el teatro y aplaudió a rabiar al excelentísimo músico, pero, también, y sobre todo, al hombre, a su humildad, su sencillez y su conducta.

San Pugliese

Parece que el mito (nada es seguro, como ocurre con todo mito), comenzó en la previa de un recital de Charly García.  Una desastrosa prueba de sonido en la que todo salía mal. Los músicos tomaron un descanso, pusieron un disco de Pugliese, y, como por arte de magia, todo empezó a sonar celestialmente.

Así, poco a poco, comenzaron a circular sus fotos en los camarines, su nombre antes de los recitales, sin importar el género, si uno era músico, quería tener cerquita una imagen del “maestro”.

Es probable también que esta devoción tenga menos que ver con lo religioso que con el sentido  pertenencia, y de admiración por conducta y por  compromiso social y político .

Lo cierto es que San Pugliese, «el maestro”, “Don Osvaldo”, cumple hoy 20 años tocando desde el cielo, en el olimpo de los inmortales, fuera de la tierra, pero nunca ausente. Lo cierto es que está arraigado a la cultura popular y a la historia cultural y musical del país. Y lo cierto es que no es posible escucharlo sin estremecerse, sin que tiemblen los huesos y la piel con cada golpe de cada compás sobre el piano.

Link para descargar la  «estampita»182_SanPugliese_est

La Yumba