Raly Barrionuevo, que aportó un renovado compromiso a la canción folclórica, está cumpliendo un cuarto de siglo de su álbum debut «El principio del final» y atravesando la gira de verano donde ratifica el impacto de su obra, confesó que «uno es una personita, con mucha gente que lo escucha, pero no deja de ser una personita frágil y por momentos muy frágil».

«Esta época del año es el momento en que más frágil me siento y en el que con más intensidad toco», aseguró Raly en un alto del tour que tuvo nueve fechas en enero y contempla otras ocho presentaciones en febrero.

La sensación que atraviesa al artista nacido en Frías el 14 de agosto de 1972 se funda en lo que definió como un tiempo en el que «vengo de emoción tras emoción» en el marco de una temporada de recitales que inició volviendo a su pueblo santiagueño después de siete años,

«La vuelta a Frías me movió toda la estantería porque después de la muerte de mi mamá (el 28 de enero de 2013) no podía regresar allí, me costó muchísimo y se fue estirando», contó Barrionuevo durante una charla telefónica con Télam donde cada palabra necesitó de su tiempo y en ese silencio se filtraron los murmullos camperos de su casa cordobesa en Unquillo.

«Se me viene todo lo de mi mamá que fue todo un tema para mí. Cuando estuvo internada yo seguí tocando y volví en la semana de su partida y fue una despedida sabia como lo describí en ‘Niña de los andamios», se explayó citando la canción con la que tituló su más reciente álbum y donde escribió: «Hoy puedo verla, sí/disfrutando su viaje/tan lúdica y feliz/mirando desde allá/en geométrica oración/consagrando el nombre de mi Dios».

La recorrida de enero incluyó pasar por el Festival de Doma y Follcore de Jesús María, «que es un lugar que mi mamá soñaba conocer. Una vez, cuando éramos chicos, nos llevó en tren a mi hermano y a mí y otras veces me di el gusto de llevarla como artista, así que tengo un afecto especial por ese festival y siempre es movilizante tocar allí», consignó.

La serie de recitales que dará este mes seguirá el viernes 7 en Sumampa y el sábado 8 en La Banda (ambos en Santiago del Estero), el 14 estará en Recreo (Catamarca), el 15 en La Rioja, el 21 en Santa Fe y el 22 -cerrando la recorrida- cumplirá con el ritual de presentarse en verano en la ciudad de Buenos Aires, como casi siempre en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) y al aire libre.

«Ya es folclórico para nosotros estar allí en febrero -asegura- y estamos contentos porque se pone hermoso y cumple con algo que es muy importante para nosotros que es ir a los lugares donde con cariño nos quieren tener y que nada sea forzado ni tirado de los pelos».

-Cumplís con ese ritual después de haber declinado otro importante como es el del Festival de Cosquín…

-Sí, no pasa nada. Necesitaba descansar un año.

-¿Cómo construye los repertorios para estos recitales de verano?

-Hay un lista que armo para no respetarla del todo, me divierte mucho eso y me permite marcar las diferencias con conciertos de otros lugares. Además siempre tengo un momento solo con la guitarra y ahí se genera algo con el público que está afuera de cualquier programación.

-¿Hay espacio para incluir canciones inéditas en ese plan?

-Soy reservado y me gusta que esos estrenos salgan en el momento en que tengan que salir. Por lo general a las canciones nuevas las pruebo con los amigos en la galería de mi casa y tengo amigos y amigas que por suerte me dicen la verdad (risas).

-¿Cuánto pesa saber que está transitando 25 años desde la salida de aquel primer disco donde sumó aportes del Dúo Coplanacu y Peteco Carabajal, entre otros?

-Siento que marcó un norte que trato de no perderlo por más que uno lo pierda cada tanto. Lo que más rescato es esa inocencia del primer disco y que cantaba distinto. Me escucho y me doy ternura aunque no me gusta cómo cantaba en esa época pero me da admiración también ese jovencito de 19 años que tuvo el desprejuicio de hacer ese disco a partir de ganar un concurso de la ciudad de Córdoba por el que me compraban unos discos.

-¿Qué persiste de aquella época?

-El vínculo con Mariana (hija del sociólogo Tato Iglesias, uno de los impulsores de la Universidad Trashumante con la que Raly colabora regularmente) que fue la mujer que de alguna manera me volvió a parir y por la que empecé a mirar el mundo de otra manera. Cuando hice «El principio del final » ya hacía un año y pico que estábamos juntos y aunque ya no somos pareja sí seguimos siendo grandes amigos.

-¿Cómo dialoga aquel Raly con este?

-Aquel, lógicamente, tenía más el signo de la adolescencia, era medio apocalíptico y psicodélico y podía escribir canciones rarísimas como «El helado de espuma» y «La sucursal», pero ahora siento que la formación y el aprendizaje prosiguen de una manera maravillosa.

-¿Llegar al primer disco implicó tomar nota de que el camino era la música?

-Eso no lo dudé nunca más allá de cómo me hubiera ido y a pesar de que dejé de cantar como un año una vez y busqué otros trabajos para tratar de demostrarme que podía hacer otra cosa. Y fui barrendero en el zoológico de Córdoba, me acuerdo (risas).