Por Juan Manuel Martellotto

Se cumplen 36 años de la muerte del ídolo popular Alberto Olmedo, quien puede considerarse como uno de los capocómicos más importantes en la historia del espectáculo argentino por su destacada labor en televisión, cine y teatro.

Su fallecimiento se produjo en la ciudad de Mar del Plata, en un confuso episodio junto a Nancy Herrera, su pareja de ese momento, luego de una noche de excesos. El “negro” cayó desde el balcón de su departamento del piso 11 del edificio Maral 39, y falleció en el acto a la edad de 54 años.

Nacido en Rosario en el barrio de pichincha (que hoy porta orgullosamente su apellido), su niñez y adolescencia estuvieron signadas por la pobreza. Vivía junto a su madre y trabajó en diferentes empleos para ganarse la vida hasta que en 1954 decide probar suerte en Buenos Aires y es así como al año siguiente ingresa como operador al Canal 7, a través de referencias de un amigo. El golpe de suerte se da en la cena de fin de año en la que se reunían las autoridades y el personal del canal. Allí Olmedo realiza una formidable improvisación y Julio Bringuer Ayala, interventor de la emisora, le ofrece trabajar como actor. De allí en adelante, su carrera ascendente no paró nunca más. Todo lo demás es historia conocida…

Creador de decenas de personajes, entre los que mas se recuerdan al día de hoy como “El Capitán Piluso”, “El Manosanta”, “Chiquito Reyes”, “Rogelio Roldán” y Rucucú entre otros. También participó en decenas de series y películas de TV, entre las que se destacan “Capitán Piluso”, “No toca Botón”, y “El manosanta está cargado”, por citar unas pocas de tantas otras.

El pueblo aún lo recuerda y lo extraña pese al tiempo transcurrido desde su deceso porque “El negro” no fue sólo un gran humorista sino una persona muy sencilla que nunca se olvidó de sus orígenes e hizo de la amistad un culto. De hecho, muchos de sus personajes los creó a partir de ciertas características de sus amigos de la juventud.

En su vida personal aparentemente arrastraba una tristeza profunda que disimulaba muy sutilmente y nada hacía presagiar el desenlace fatal que sucedería esa fatídica madrugada del 5 de marzo de 1988.