Foto: Twitter @Archillect

Por Facundo Díaz D’Alessandro

¿El romance está en crisis? ¿Asistimos, como asegura algún que otro best seller de la hora, al fin del amor? En estos tiempos posmodernos, cuando prácticamente toda experiencia está mediada por pantallas y la ansiedad crece al ritmo de la inmediatez virtual, ¿uno se enamora más fríamente que antaño? ¿O acaso se vive hoy de forma más libre ese estadio trascendental?

Para mucha gente, San Valentín (Día de los Enamorados) es una ocasión ideal para entregarse a la celebración amatoria sin pensar en mucho más que el disfrute de la pareja en esa jornada, o incluso para ponderar la importancia de ese ser especial en la propia vida.

En contrapartida, también están aquellas personas que prefieren dedicarse a ignorar la fecha, por cuestiones ideológicas, epocales o las que fueren, más allá de que tengan pareja estable. Asimismo, quienes transitan la soltería pueden pararse desde veredas similarmente opuestas a observar el fenómeno: indiferencia o añoranza.

Más allá de esas posturas o modos de vivir esta fecha, con el calendario como excusa, Conclusión dialogó con la psicóloga Karina Abella, para alejar un poco el zoom de la escena romántica y abordar la temática desde una perspectiva analítica, que permita no dar certezas respecto al cómo se vivencia el amor en esta era (mucho menos a si es más correcta una u otra manera de vivirlo), sino al menos repensar si todo nuevo concepto o premisa en torno al amor posmoderno no es algo que ya lo preexiste, o en todo caso, si el solo hecho de ser contemporáneo lo hace bueno.

– ¿Cuál es la característica actual de la forma de vivir el amor? ¿Está en crisis en esta época la idea del “amor romántico” tal como se lo conoce tradicionalmente?

– Desde el momento en que todos, sobre todo generaciones jóvenes, ponen entre ellos y el mundo una pantalla, estamos modificando todo nuestro modo de vincularnos. Y en esta modificación total e inédita, porque en realidad es una experiencia nueva, mutaron todos los procesos, no solo internos sino también de ir hacia el otro, entre esos también el enamoramiento.

– ¿Es decir que la causa fundamental de esos cambios es tecnológica, más precisamente la relación afectiva que tiene la tecnología para el humano? ¿En qué lo advierte puntualmente?

– Ya no hay momentos majestuosos donde quedamos inertes ante lo que sea, inmediatamente buscamos un celular, y desde que buscamos congelar la imagen ya nos fuimos a la cabeza, no importa cuán magnifico, inusitado o abarcador sea el fenómeno que nos toque atestiguar, nuestro primer impulso es buscar una pantalla, y ahí ya nos fuimos del cuerpo, aunque seamos conscientes que ese instante no lo vamos a vivir más. Si colapsaron y quedaron en el camino hasta los instantes únicos, porque ir a una pantalla es ir a la cabeza primero y retirarnos del cuerpo, imaginemos todo el proceso. Los más grandes, si rebobinamos y llevamos la memoria lejos, entendemos el enamoramiento como un acto somático y visceral. Teníamos una vivencia del cuerpo como infinito, nos estallaba en la piel, nos quedaba chico. Es una experiencia que sólo se compara con el orgasmo: lo más cercano al infinito, al no límite. Esa cosa de ir al baile y estar atento por si pasaba, tener palpitaciones ante la presencia inminente.

– Naturalmente, hoy las costumbres y modos de acercarse son otros… ¿también entonces de vivenciarlo?

– Las generaciones más jóvenes, al estar todo el tiempo entre el cuerpo y el otro una pantalla, hasta el mismo cuerpo creo que se va opacando. Creo digo, porque también es verdad que esta es una experiencia nueva, estamos atravesando el río, no sabemos que vamos a hacer cuando lleguemos a la otra orilla. Todavía no tenemos adultos que hayan nacido con redes, no sabemos cómo va a ser la corporalidad y la afectividad de esos adultos. En realidad no sabemos qué va a ser de todo esto.

– ¿Cómo ve el fenómeno de las aplicaciones de citas, siendo que muchísima gente (y no sólo jóvenes) se vinculan a partir de ellas e incluso son el puntapié inicial no sólo de relaciones fugaces sino también de parejas duraderas?

– Hoy ya es una práctica social que acontece. Por lo que trae la gente al consultorio -todo es muy inminente- me va quedando la duda respecto a cómo vamos a mantener o a reconstruir lo privado y lo íntimo: necesita de la permanencia o constancia de otro. Y si con este nuevo modus operandi predominantemente virtual, el otro es fácilmente intercambiable o desconocido todo el tiempo, si comienzo a cuestionarme lo privado o lo íntimo… Lo más paradójico es que lo privado y lo íntimo necesita de lo previsible – yo ya sé cómo va a comportarse- y para que yo sepa, necesitamos una interacción a lo largo del tiempo, estamos asistiendo predominantemente a un modo de interacción y encuentro con el otro y le estamos sacando el tema de la permanencia en el tiempo. Qué va a implicar para la especie humana, repito, es todavía desconocido. Si sabemos que en nuestro organismo se fueron gestando, a lo largo de muchos años, estructuras neurológicas, fisiológicas y con ellas hormonales y químicas, para poder reconocer que otra o que otro me gusta o seduce, poder reconocer una voz, olfatear, tocar una piel y saber quién es, y a qué me retrotrae. Tenemos muchos dispositivos en el cuerpo para el reconocimiento de otro en lo permanente.

– ¿Hoy esa dinámica vincular está en un proceso de transformación irreversible?

– Creo que eso se modifica en tanto y en cuanto (quizás dentro de uno años me arrepiento de decir esto) los cuerpos están totalmente bordeados por la pantalla desde los comienzos. Son cuerpos menos efervescentes visceralmente, porque tienen una cognición más infinita, pensemos que muchos de mi generación, el lugar más lejano que conocíamos es el pueblo que seguía después del nuestro y el mundo terminaba ahí. Hoy un pibe de 5 años, mientras la mamá le sirve la comida, puede conectarse con un nene de Japón que está en el parque. Tenemos cuerpos menos conectados y menos fervorosos en lo inmediato, en el presente, en el contexto y más informado y más sabido de realidades y existencias más lejanas a las que el cuerpo puede llegar. Eso también va a modificar el fuego con el que una persona se enamora.

– ¿Entonces esa comunicación y acceso a la información más ilimitado no intensifica el vínculo?

– Enfrían la inmediatez. Es una comunicación más distante. La tecnología y me arriesgaría también a decir las nuevas generaciones, van teniendo otra crianza, otra llama interna. No se pelearon entre brazos de 5 tías, abuelas, vecinas. Con mucha suerte tuvieron a mamá y papá y a corta edad ya fueron al jardincito de niños. Menos abrazadas y tocadas por grandes clanes y más miradas visualmente, eso probablemente también genera otra cosa.

– Yendo quizás a un tipo de relación de otra época (aunque, como ha dicho Platón, la humanidad nunca descubre algo sino que simplemente lo recuerda), ¿es una proyección hablar en términos eternos en una relación? ¿Es algo así como no querer descubrir el truco del mago creer en un amor “para siempre?

– Tendríamos que preguntarle eso a generaciones mayores que construían estos vínculos a largo plazo, con un sistema de creencias que acompañaba eso, para sostener eso en un punto y en forma sutil y no explicita, quedaba circulando que esas parejas iban a seguir juntas independientemente de si se aman mucho, poco o nada. No podemos asegurar el siempre para nada. Quizás ‘para siempre intentaré hacer lo mejor posible’.

– ¿Es inevitable el desgaste de la pasión? ¿O el que se desgasta es uno y lo traspola al otro y al vínculo?

– Acá nos estamos olvidando de un elemento vital y es el contexto; si vos revisás honestamente cuantas horas de tu día te lleva la burocracia de tu cotidianeidad por ser un adulto que vive en la urbe. Cada vez nos lleva y quita más tiempo y existencia. Esto inevitablemente nos quita energía y disponibilidad para todo lo que nos lleve a la horizontal. Para estar en la vertical necesitamos tanto de nosotros (auto, carnet, tarjeta, descuento, supermercado, etc.), lo que queda de nosotros para la horizontal es, con mucho viento a favor, respirar y juntar las pestañas. A la hora de revisar qué pasa con nuestra capacidad de apasionarnos en tiempos posmodernos, tenemos cada vez vidas más complejas para poder funcionar, con más vericuetos, exigencias. Cuando la vertical nos requiere y nos toma tanto, queda menos de nosotros para la horizontal, y en eso está incluido la pasión, que sería un despertar de lo más visceral. Pero si tenemos 16 horas elucubrando cómo llevar el cotidiano, no es que porque sea la noche y me horizontalice me viene lo pasional.

– ¿Es alocado pensar, como ya narran algunas películas y/o series, en una relación amorosa y un sistema de inteligencia artificial?

– No estamos tan lejos, hay gente que tiene una relación por cámara durante dos años antes de llegar al primer café, por distintos motivos. Empezamos a tener consultas por gente que prefiere toda previa de cámara y en el momento de ir a un encuentro, evita. Creo que esto es una consecuencia directa de que cada vez armamos un mundo con menos otros reales y más otros imaginarios. Hoy la generación joven sabe muy poco de abuelos, no saben que existe la figura del padrino, no escucha padres de mi edad que hablen de compadres, el paisaje humano de todos se va reduciendo más. A su vez, otros, nómades, se mueven constantemente y se conectan con amigos del próximo lugar donde viajan.

– Por último, ¿qué piensa de la proliferación de otros tipos de relaciones en boga, gente crítica de la monogamia, relaciones abiertas, poliamor, y otros epítetos con los que se habla de estos vínculos, si se quiere, “no tradicionales”?

– Mi abuelo decía que no hay nada nuevo bajo el sol. Quizás en estos tiempos posmodernos, tenemos lupa para ver de cerca lo que el sol siempre mostró y hay nuevos permisos y se están naturalizando y legitimando prácticas y modos, tal vez antes en nombre de priorizar uno o dos modelos todo lo demás quedaba condenado al ostracismo. Son modos y maneras de construir relaciones y vínculos tan valiosas y legitimas como las anteriores. Comienza a haber lugar para todos, en tanto y en cuanto todos hagamos uso dentro de nuestras posibilidades de nuestro mayor grado de humanidad, hacia nosotros y hacia el resto.