El 3 de febrero de 1813, en la ciudad de San Lorenzo, se produjo una de las batallas más importantes en la historia de la lucha por la liberación de nuestra patria. Paradójicamente, fue la única batalla que libró José de San Martín en suelo argentino, y si bien la escaramuza duró tan sólo quince minutos, el combate fue feroz y la victoria contundente.

Proteger las costas

Hacia 1813, Buenos Aires, que había sido la ciudad más importante del virreinato del Río de la Plata, estaba en manos de los patriotas, así que la corona española estableció la capital temporal en la ciudad de Montevideo, el último bastión español en el territorio. Desde allí, los realistas, que tenían una amplia supremación naval, realizaban constantes ataques armados con el objeto de poner fin al movimiento independentista. Además, estas incursiones servían también para incautar víveres y para explorar el territorio en búsqueda de un punto del litoral donde hacerse fuertes para iniciar una ofensiva. 

Fue entonces que se decidió enviar al coronel José San Martín y a su flamante unidad, el Regimiento de Granaderos a Caballo, para proteger las costas occidentales del Paraná desde Zárate hacia el norte.

Haste ese momento, no había un regimiento de caballería en el Río de la Plata y su importancia era casi desconocida. El regimiento de San Martín, cuyo bautismo de fuego fue el Combate de San Lorenzo se terminó transformando en una unidad de élite, con un duro entrenamiento y disciplina, regido por un férreo código de honor escrito por el entonces coronel. Era un calco de la caballería napoleónica, a la que San Martín conocía muy bien por haberla enfrentado.

El 29 de enero de 1813, el regimiento llegó a Santos Lugares y tuvo su primer inconveniente: el maestro de postas no había recibido la orden de dejar lista la caballada, lo que supuso el primer retraso en la marcha.

A partir de San Nicolás, donde las tropas patriotas alcanzaron el río Paraná, San Martín decidió marchar solo de noche, para evitar ser visto por los españoles. Ya a esa altura, ahbía dejado de usar uniforme y usaba un chambergo de paja americana para pasar lo más desapercibido posible.

El portaestandarte Pacheco fue el que seguía más de cerca los movimientos de los barcos españoles y reportó a San Martín que en la madrugada del sábado 30 de enero habían echado ancla en San Lorenzo. Un destacamento español había desembarcado y se dirigió al convento de San Carlos Borromeo en busca de carne fresca. Previsores, los frailes habían alejado al ganado y los españoles debieron contentarse con algunas gallinas y melones. Hasta los propios curas habían partido. Quedó el padre guardián, fray Pedro García.

De pronto, irrumpió Emeterio Celedonio Escalada, a cargo de la comandancia militar del Rosario, que al ver al contingente español lo atacó con 20 hombres de infantería y 30 de caballería. E hizo tronar el pequeño cañón que llevaban. Si bien logró la dispersión de los españoles, el fuego de la artillería de los barcos frenó a Escalada.

En la noche del 31 un paraguayo, prisionero en la flota española, que logró fugarse, dio datos más concretos: aseguró que la tropa realista era de 350 hombres y que lo que pretendían era registrar el convento, ya que pensaban que allí se guardaban los caudales de la localidad.

El combate

San Martín llegó a San Lorenzo el 2 de febrero por la noche. Escalada lo proveyó de caballos frescos, existentes en la posta del lugar. Los granaderos ingresaron por la puerta trasera al convento y tenían prohibido hacer fuego o hablar en voz alta. San Martín subió a la torre de la iglesia y ahí mismo diseñó el plan de batalla.

En el amanecer del 3, los granaderos ocupaban los patios ubicados del lado opuesto al río Paraná. A las 5 de la mañana 250 españoles desembarcaron al mando del capitán de artillería urbana Antonio de Zabala. No sospechaban nada, pero eran precavidos: marchaban en doble columna, a paso redoblado, con bandera desplegada en dirección al convento.

San Martín ordenó a sus granaderos montar, que no disparasen un solo tiro y que usasen sables y lanzas. «En dos minutos estaremos sobre ellos, sable en mano. Espero que tanto los Señores Oficiales como los Granaderos, se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento», dijo antes de la batalla.

El gran jefe dividió su fuerza en dos compañías, de 60 hombres cada uno. La primera, a su cargo, atacaría de frente mientras que la segunda, a cargo del capitán Justo Germán Bermúdez, daría un pequeño rodeo y atacaría el flanco izquierdo realista para cortarles la retirada.

Cuando los españoles vieron la carga de San Martín, se formaron en martillo, y efectuaron una cerrada descarga de fusilería y metralla, según señala Bartolomé Mitre en su Historia de San Martín.

El caballo bayo de cola cortada al garrón de San Martín recibió una bala en su pecho. Se desplomó y la pierna derecha del coronel quedó aprisionada por el cuerpo del animal. Junto a él estaba su cuñado, el portaestandarte Manuel Escalada. Le gritó: «Reúna usted al Regimiento y vayan a morir».

Ese momento de indecisión de los granaderos, al ver a su líder caído, fue desbaratado por el capitán Bermúdez, que había hecho un rodeo demasiado largo y que recién llegaba a la acción. Al grito de «viva la patria», junto al teniente Manuel Díaz Vélez, persiguieron a los realistas hasta la barranca misma del Río.

Pero alrededor de San Martín se desarrollaba otro combate. Un soldado español, al verlo inmóvil, le lanzó un golpe de sable a la cabeza que el jefe de granaderos alcanzó a esquivar, a pesar de que le provocó un corte en su mejilla izquierda. Otro español arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria lo mató. Fue el correntino Juan Bautista Cabral quien logró sacar a San Martín, pero a costa de su vida.

Mientras el teniente Hipólito Bouchard mataba al abanderado español y capturaba la bandera, Julián Navarro, capellán accidental del regimiento, que San Martín había incorporado, se movía en el fragor del combate dando la extremaunción y alentando a los granaderos.

Bermúdez y Díaz Vélez encabezaron la persecución de los españoles que buscaban la costa. Una esquirla de metralla le destrozó la rótula a Bermúdez, con lo que quedó fuera de combate. En su ímpetu, Díaz Vélez cayó por la barranca, recibiendo una herida de bala en la cabeza. Fue el único prisionero que tomaron los españoles, y que sería canjeado al día siguiente. Moriría el 20 de mayo de ese año a causa de sus heridas.

A las 6 de la mañana, la acción había finalizado. Había durado 15 minutos. Los españoles tuvieron 40 muertos, 13 heridos y 14 prisioneros, mientras que los patriotas 15 muertos, 27 heridos y un prisionero. San Martín tenía una herida en la mejilla y una dislocación del brazo. Los heridos fueron llevados al refectorio del convento, donde recibieron las primeras curaciones. En ese lugar, moriría Juan Bautista Cabral. De Buenos Aires habían enviado al cirujano Francisco Cosme Argerich.

En el parte de la victoria, San Martín destacó: «Los ataqué de derecha a izquierda, hicieron no obstante una esforzada resistencia sostenida por los fuegos de los buques pero no capaz de contener el intrépido arrojo con que los Granaderos cargaron sobre ellos sable en mano». Y finaliza: «Seguramente el valor y la intrepidez de mis granaderos hubiera terminado en este día de un solo golpe las invasiones de los enemigos en las costas del Paraná, si la proximidad de las bajadas que ellos no desamparan, no hubiera protegido su fuga, pero me arrojo a

Fuentes:

Batalla de San Lorenzo – EnciclopediadeHistoria.com

El combate de San Lorenzo, 15 minutos que quedaron en la historia – Aldo Pignatelli – Infobae