Por Florencia Vizzi

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“¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad? ¿Qué derrotó a la utopía? ¿Por qué, con la suficiencia pedante de los conversos, muchos de los que estuvieron de nuestro lado, en los días de mayo, traicionan la utopía?

”La revolución es un sueño eterno” (Andrés Rivera)

El 20 de junio de 1820, la soberbia y convulsionada Buenos Aires tuvo tres gobernadores y al mismo tiempo ninguno. Era el reflejo de un país que se devastaba en guerras civiles y se debatía entre distintos proyectos políticos y económicos, un país que, no acabando de conformarse, ya se desangraba, habiendo apenas acariciado el ideal de aquellos hombres y mujeres que se desangraban junto a él.

A las siete de la mañana de ese martes, en la casa ubicada en Regidor Antonio Pirán y Avenida del Rey, a pocos metros del Convento de Santo Domingo, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano musitó un lamento por su patria y dejó con él su último aliento.

Había llegado a su casa natal a fines de marzo, luego de una amarga y dura travesía desde Tucumán, que comenzó poco después de entregar el mando del Ejército del Norte al coronel Fernando Francisco de la Cruz. A pesar de que había planeado no alejarse del campo de batalla, los estragos que las muchas dolencias que padecía habían hecho en su cuerpo, lo obligaron a pedir una licencia al Director Supremo José Rondeau y, con una escolta de 25 hombres, se dirigió a esa provincia buscando descansar y reponer su salud.

Pero Tucumán no fue el remanso que el cansado general buscaba.  A su llegada fue sorprendido con un motín que buscaba proclamarla república y terminó detenido. Sus otrora camaradas parecían no recordar quien era y no faltó quien quisiera ponerle grilletes a pesar del estado lastimoso en que, a causa de la hidropesía, estaban sus piernas.

Belgrano comprendió que allí ya no quedaba nada para él, ni los rastros de las viejas glorias, ni los vestigios de las mujeres que amó, ni el amor del pueblo que años atrás lo llamaba “padre de la patria”. Aquel sueño eterno de la revolución parecía haber sido arrasado y con él, todo a su paso.

El penoso retorno a Buenos Aires fue el preámbulo del fin. Sumido en la pobreza, tuvo que recurrir al préstamo de un amigo y un comerciante cordobés para lograrlo. Y en el último tramo, debió ser cargado todo el camino porque sus piernas ya no respondían.

Entre mayo y junio dictó su testamento, trató, sin éxito, de pagar algunas deudas, encomendó el destino de su hija a su hermano, recibió algunos pocos fieles amigos y pasó, gran parte de su tiempo, tratando de recuperar aquellos detalles que se iban deshaciendo en el laberinto de la memoria, de volver al principio y encontrar el recodo en el que la patria se había perdido. Lo atormentaban decenas de males físicos pero además, el desasosiego febril de lo inacabado

Con ese desasosiego, Manuel Belgrano cerró su última batalla dejando, tras de sí, la estela de una revolución inconclusa.

Libertad, igualdad, fraternidad

Aquel hombre que se conformaba con ser un buen hijo de la patria y que quemó su vida en intensos cincuenta años fue, ante todo, un intelectual y un desobediente. De hecho, algunos de esos actos de desobediencia (unos más sutiles que otros) a un poder centralista y algo ciego, son los que se convirtieron en los hitos más importantes de nuestra historia, como la creación de la bandera nacional, el éxodo de Jujuy o la batalla de Tucumán. Y esas desobediencias no eran caprichosas ni carecían de fundamento, Belgrano sabía adonde conducían, a afianzar los primeros pasos de un proyecto independentista.

Mucho antes de ser protagonista de Mayo y hombre clave de la revolución, con apenas 16 años, partió a España para estudiar comercio en Salamanca y Valladolid. Su llegada a Europa se produjo en plena gestación de la Revolución Francesa y esa filosofía se hizo carne en él. Fueron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y el contacto con las nuevas ideas que despuntaban en el viejo continente lo que cambiaron para siempre su visión del mundo y cimentaron las bases de acción y pensamiento de uno de los pilares de la rebelión de mayo.

Entre romance y romance, Belgrano se convirtió en brillante estudiante de economía y leyes y en presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Este antecedente, acompañado de sus excelentes notas favorecieron la decisión del papa Pío VI, cuando decidió otorgarle la dispensa para leer los libros prohibidos del Índex. El permiso papal lo habilitaba a leer y retener todos y cualesquiera libros de autores condenados y aun herejes, de cualquier manera que estuvieran prohibidos, custodiando sin embargo que no pasen a manos de otros. Exceptuando los pronósticos astrológicos que contienen supersticiones y los que ex profeso tratan de asuntos obscenos”.

No sólo los leyó y los retuvo, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús devoró los escritos de Rousseau, Voltaire, Montesquieu y con particular afición a los economistas Adam Smith, Gaspar Melchor de Jovellanos, Pedro Rodríguez de Campomanes, Antonio Genovesi y Francois Quesnay ( a quien también tradujo).

Su pensamiento entonces, dio un salto de enormes consecuencias para su futuro y para la visión de país por la que dejó la vida. En su retorno a Buenos Aires, como Primer Secretario Perpetuo del Consulado (nombrado por el rey Carlos IV), Manuel llevó consigo un bagaje de ideas tan adelantadas y revolucionarias que, a día de hoy, no han perdido ninguna vigencia.

Entre los ejes fundamentales de su pensamiento la centralidad estaba puesta en la educación gratuita y en el campo económico otorgaba un rol esencial al desarrollo de la industria, la protección de la producción nacional y el consumo, la distribución de la riqueza, la reforma agraria y a integración de los pueblos originarios. Y tal vez, la más radical de sus ideas, la absoluta igualdad entre el hombre y la mujer.

Educando al soberano

Otro es el “prócer” que lleva el nombre de padre del aula o padre de la educación argentina. Sin embargo, muchos años antes de que Domingo Faustino Sarmiento entrara a la historia, Manuel Belgrano, desde su puesto en el consulado, redactó lo que podría considerarse uno de los primeros proyectos de enseñanza pública, gratuita y obligatoria.

“¿Cómo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el Gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay enseñanza, y si la ignorancia va pasando de generación en generación con mayores y más grandes aumentos? «

Su visión de una sociedad más justa e igualitaria estaba precisamente cimentada sobre la cuestión educativa, que debía ser accesible para todos por igual, algo totalmente inaudito para esa época, y arengaba para que «los Cabildos, los Jueces comisionados y los curas de todas las parroquias tomen con empeño un asunto de tanta consideración, persuadidos de que la enseñanza es una de sus primeras obligaciones para prevenir la miseria y la ociosidad…«

El creador de la enseña patria entendía además que uno de los principales medios que se pueden adoptar para la construcción de una sociedad son las escuelas gratuitas “a donde puedan los infelices mandar a sus hijos sin tener que pagar por su instrucción. “Allí se les podrán dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria”.

Pero fue más allá aún, en una giro que lo adelantó cientos de años a su tiempo, también incluyó en su proyecto educativo a niñas y mujeres, en todos los niveles, a tono con su visión de una sociedad más igualitaria. Destacaba el rol imprescindible que ocupa “el bello sexo” como lo denominaba y bregaba para que activamente para que se les permitiera “estudiar y enseñar”.

“El sexo que principalmente debe estar dedicado a sembrar las primeras semillas lo tenemos condenado al imperio de las bagatelas y de la ignorancia…(). Ellas nos son sumamente dolorosas a pesar de lo mucho que suple a esta terrible falta el talento privilegiado que distingue a nuestro bello sexo y que tanto más es acreedora a la admiración cuanto más privado se halla de medios de ilustrarse”.

Un ejército con mujeres

A pesar de las muchas versiones que acechan por allí, parece que Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús era un hombre que gozaba de gran popularidad entre las mujeres y supo hacerla valer. Pero sólo se le conocieron dos amores profundos a lo largo de los años, María Josefa Escurra y Dolores Helguera. Con ambas tuvo hijos: el primero de ellos, Pedro Pablo, que fue criado por Juan Manuel de Rosas, y Manuela Mónica, concebida con Dolores, que quedó a cargo de su hermano Domingo.

Pero, a pesar de las intensas relaciones que mantuvo con ambas mujeres, el gran amor de Belgrano, el primero, era su ideal revolucionario, el sueño de la Patria independiente y a él todo quedó subordinado.

Dentro de ese ideal, las mujeres tenían un rol fundamental. En su primera memoria, leída en mayo de 1796 argumentó sobre el rol que debían desempeñar en la sociedad

“Parecerá una paradoja esta proposición, a los que deslumbrados con la general abundancia de este país no se detienen a observar la desgraciada constitución del sexo débil. Yo suplico al lector que esté poseído de la idea contraria, examine por menor cuáles son los medios que tiene aquí la mujer para subsistir, qué ramas de industria hay a que se pueda aplicar, y le proporcionen ventajas, y de qué modo puede reportar utilidad de su trabajo: estoy seguro que a pocos pasos que dé en esta aspereza, el horror le retraerá, y no podrá menos que lastimarse conmigo de la miserable situación del sexo privilegiado, confesando que es el que más se debe atender por la necesidad en que se ve sumergido, y porque de su bienestar que debe resultar de su aplicación, nacerá, sin duda, la reforma de las costumbres y se difundirá al resto de la sociedad”.

Así, su postura no se quedaba en la arenga sobre colegios gratuitos donde las niñas pudieran aprender oficios y habilidades que les permitieran sustentarse o en el reconocimiento de la importancia del lugar que ocupaban como formadoras de futuras generaciones.

Por mucho menos Olympe de Gouges, había sido guillotinada en Francia por los mismos revolucionarios cuando se atrevió a publicar su Declaración de los Derechos de la Mujer, declaración que, ni de cerca, era tan osada como las ideas del general.

Pero, lo que era prédica en Manuel Belgrano era también práctica. Escribir fue para él una pulsión de vida y también un deber ser, el deber ser de un hombre totalmente entregado a la causa que lo desvelaba. En ese deber ser estaba la coherencia.

Por eso, el jefe del Ejército del Norte incorporó 120 mujeres en su tropas, que pelearon codo a codo en heroicas batallas de Tucumán y Salta, y fue además, el único general en concederles el grado de capitanas, de María Remedios del Valle y Martina Silva de Gurruchaga. Además, muchas otras desempeñaban roles de logística o espías.

 Cuando tenga la tierra

Los proyectos de país que se debatían en aquel entonces podrían no ser tan diferentes a los que se siguen debatiendo a día de hoy. Hay quienes lo llaman grieta, hay quienes lo denominan política. Esa historia que nos desvela, que desveló a aquellos hombres y mujeres que sabían muy bien que detrás de la bandera vendría todo lo demás, sigue su curso y para muchos, aquella gesta que comenzó en la semana de mayo ha quedado inacabada.

Es entonces cuando la mirada vuelve nuevamente hacia Manuel Belgrano. Tal vez porque su proyecto político y económico era de tal magnitud que cabe preguntarse, aunque digan que no valga la pena, que hubiera pasado con nuestra patria si alguien se hubiera aplicado en ello.

El abogado general era también un gran economista, quizás ese haya sido su talento máximo y es justo decir que se adelantó varios años a las teorías keynesianas y ya en 1802 abogó por el fomento de la industria, la producción nacional, la protección del mercado interno. En 1810 incorporó a su proyecto una reforma agraria basada en el reparto de tierras sin producir entre los indigentes.

Con una especie de fusión de las ideas de Adam Smith, François Quesnay y Jovellanos elaboro una visión ecléctica. Su obsesión estaba puesto en fomentar la agricultura, el comercio y el desarrollo de las manufacturas de origen nacional. Y desconfiaba de ganadería porque daba trabajo a poca gente y concentraba las riquezas en pocas manos.

-Mercado interno y consumo:

El amor a la patria y nuestras obligaciones exigen de nosotros que dirijamos nuestros cuidados y erogaciones a los objetos importantes de la agricultura e industria por medio del comercio interno para enriquecerse enriqueciendo a la patria. Porque mal puede esta salir del estado de miseria si no se da valor a los objetos de cambio. Solo el comercio interno es capaz de proporcionar ese valor a los predichos objetos aumentando los capitales y con ellos el fondo de la nación porque, buscando y facilitando los medios de darles consumo los mantiene en un precio ventajoso tanto para el creador como para el consumidor y resulta el aumento de los trabajos útiles, en seguida la abundancia, la comodidad y la población como una consecuencia forzoza”.

-Industria y manufactura

«Ni la agricultura ni el comercio serían casi en ningún caso suficientes a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria; porque ni todos los individuos de un país son a propósito para aquellas dos primeras profesiones, ni ellas pueden sólidamente establecerse, ni presentar ventajas conocidas, si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una, y materia y pábulo a la perenne rotación del otro; cosas ambas que cuando se hallan regularmente combinadas, no dejarán jamás de acarrear la abundancia y la riqueza al pueblo que las desempeñe felizmente”.

“Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a manufacturarse y todo su empeño es conseguir no sólo darles nueva forma, sino aun extraer del extranjero productos para ejecutar los mismos y después venderlos. Nadie ignora que la transformación que se da a la materia prima, le da un valor excedente al que tiene aquella en bruto, el cual puede quedar en poder de la Nación que la manufactura y mantener a las infinitas clases del Estado, lo que no se conseguirá si nos contentamos con vender, cambiar o permutar las materias primeras por las manufacturadas”.

Reparto de la tierra

“La falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores: este es el gran mal de donde provienen todas sus infelicidades y miserias, y de que sea la clase más desdichada de estas provincias…(). Sí; la falta de propiedad trae consigo el abandono, trae la aversión a todo trabajo; porque el que no puede llamar suyo a lo que posee que en consecuencia no puede disponer […]; el que no puede consolarse de que al cerrar los ojos deja un establecimiento fijo a su amada familia, mira con tedio el lugar ajeno, que la indispensable necesidad le hace buscar para vivir…

«No ha habido quien piense en la felicidad del género humano que no haya traído a consideración la importancia de que todo hombre sea un propietario, para que se valga a sí mismo y a la sociedad: por eso se ha declamado tan altamente, a fin de que las propiedades no recaigan en pocas manos, y para evitar que sea infinito el número de no propietarios: esta ha sido materia de las meditaciones de los sabios economistas en todas las naciones ilustradas, y a cuyas reflexiones han atendido los gobiernos, conociendo que es uno de los fundamentos principales, sino el primero, de la felicidad de los estados.

El repartimiento, pues, subsiste a poco más o menos como en los tiempos primeros; porque aun cuando hayan pasado las tierras a otras manos, éstas siempre han llevado el prurito de ocuparlas en aquella extensión, aunque nunca las hayan cultivado, y cuanto más se hayan contentado los poseedores con edificar una casa de campo para recreo, plantar un corto monto de árboles frutales, dejando el resto eternamente baldío, y con el triste gusto de que se diga que es suya, sin provecho propio ni del estado.

Se deja ver cuán importante sería que se obligase a estos, no a darlas en arrendamiento, sino en enfiteusis a los labradores, […] para que se apegasen a ellas, y trabajasen como en cosa propia, que sabían sería el sostén de su familia por una muy moderada pensión; y seguramente muy pronto por este medio nos presentaría el campo, que nos rodea, una nueva perspectiva, subrogando este medio justo a la propiedad.

Pero todavía hay más; se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña…”

Cada uno de los escritos de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, aún aquellos más técnicos o los más volcados a lo económico repiten determinados términos: felicidad, miseria, patria, familia… Y se revela, a través de ellos una genuina sensibilidad y preocupación por los habitantes de la tierra a la que tantos afanes le dedicó. Cada uno de los pensamientos volcados febrilmente en sus Memorias o diarios de campaña contienen ese gesto de amor que lo hacía tan humano, que lo alejó del bronce y lo sembró en la tierra. Esa es la sensibilidad que según el relato de muchos de sus contemporáneos dejaba hecha girones en los campos de batalla y le ganaba la lealtad y el amor de sus soldados y compañeros de campaña y que lo mantuvo en vilo hasta que exhaló su último suspiro preguntándose que podría haberse hecho diferente para salvar a la Patria.

«Mi querido amigo y compañero: mi corazón toma nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca porque estoy firmemente persuadido de que usted salvará a la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto. Soy solo, esto es hablar con claridad y confianza, no tengo ni he tenido quien me ayude. En fin mi amigo, espero en usted un compañero que me ilustre que me ayude y conozca la pureza de mis intenciones que Dios sabe que no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”.(Carta al general José de San Martín poco antes del encuentro cercano  la post de Yatasto).

>> Artículo complementario: A 200 años de su muerte, ya no hay margen para seguir fallándole a Belgrano

Edición: Santiago Fraga.