Todas las semanas se emite por Conclusión un ciclo que buscará acercar la realidad, para poder intepelarla profundamente. Es por ello que Catalejo, con la conducción de Gisela Gentile y Alejandro Maidana, a lo largo de treinta minutos, abordará diversos temas ligados a la actualidad, cultura, salud, política, opinión e investigación, tratando de amplificar en todos los casos, un imprescindible debate.

En esta emisión, Sandra Gobbo y Oscar Marinucci, una familia campesina de Bigand, que trabaja la tierra hace más de un siglo y resiste el fraudulento desalojo impulsado por una Fundación, narró su historia de arraigo y resignificación de la tierra, una estoica lucha que problematiza el debate del acceso a la tierra y la concentración deshumanizante de la misma.

Impiadoso y opulento, así se pasea el actual modelo de producción adlátere de las minorías y enemigo de quiénes por campo y producción entienden otra cosa. Una realidad escabrosa, que no ha descansado a la hora de generar incesantes migraciones internas, desarraigo, hambre y concentración de las riquezas. Sin embargo, se sigue apostando a lo mismo, en ese pasamano que incluye exportaciones, dólares y pago de la deuda externa.

En los últimos 30 años se esfumaron casi 200.000 chacras mixtas, y por ende la pérdida de más de 900.000 puestos de trabajo en el sector rural. Siguiendo la ruta de un modelo productivo que sigue impulsando el abandono de la ruralidad, la Fundación Honorio Bigand busca despojar de sus tierras a quiénes vienen habitando con las manos en los surcos hace más de 100 años.

“Bigand se encuentra a unos 70 km de Rosario en el sur de Santa Fe, el fundador del lugar, Víctor Bigand, tuvo tres hijos quiénes no dejaron descendencia. Las 3500 hectáreas que poseía la familia, ante la muerte en 2004 de la última heredera, Mercedes Bigand a los 95 años, esos campos que fueron habitados y trabajados por 24 familias, en nuestro caso desde 1920. Hace 102 años que estamos arraigados en nuestra tierra, al fallecer Mercedes deja un testamento que después de mucho luchar pudimos conseguir. Entre otras cosas sostiene que se va a formar la Fundación Honorio Bigand, de asistencia y desarrollo solidario, que va administrar los campos. La última heredera deja una cláusula muy importante, que los campos no pueden ser vendidos, y en caso de compra, tienen prioridad los arrendatarios. La ide de Mercedes era que aquellas familias que tanto cuidaron de sus tierras, permanezcan en ellas”, indicó Sandra Gobbo.

Una Fundación integrada en su totalidad por personas que moran en Buenos Aires, profesionales de esa provincia, no hay nadie de Santa Fe, se ha intentado a través de la comuna de Bigand llegar a tener participación en esa Fundación, ya que el dinero que esta maneja sale de los campos del lugar. “La voluntad de Mercedes Bigand no está cumpliendo. Esta historia está relacionada al intento de desalojo de nuestra única vivienda, de nuestro único trabajo, allí tanto mi compañero de vida como su papá nacieron, es un dolor muy profundo el que nos atraviesa. En lo particular llegué con 18 años a Bigand, fui por amor, me enamoré de un chacarero para dejar de ser rosarina para convertirme en una chacarera”.

Los pequeños productores siguen desapareciendo, la agricultura familiar grita por políticas públicas que siguen siendo esquivas, la tierra para quién la trabaja sigue siendo un bello canto de sirenas que lejos está de concretarse en la realidad rural. “La chacra fue desapareciendo, distintos gobiernos se fueron encargando de eso, fomentaron la parte técnica, pero se olvidaron de lo más importante, la gente. Aquel que tiene más espalda se va quedando con las pequeñas chacras, incrementando sus hectáreas productivas, mientras que los despojados se abrazan a la soledad y el desarraigo. Si hoy se volviera a las chacras, a ese tipo de trabajo con la gente adentro, todo sería muy distinto. Las chacras les daban vida a los pueblos, ya que generaban mucho trabajo, algo que hoy no sucede, ya que se maneja todo desde una computadora. Destacando que el sistema de alimentación sería mucho más sano”, concluyó Oscar Marinucci.

A la falta de políticas públicas que puedan beneficiar a los sectores más golpeados -pequeños y medianos productores, cooperativas y familias campesinas-, se le suma el respaldo judicial que reciben quienes, de manera maniquea, manejan a su antojo una marioneta a la que denominan República. Sin tierra no hay producción de alimentos saludables, no hay precios populares, no hay sustentabilidad ni futuro para las próximas generaciones.