Todas las semanas se emite por Conclusión un ciclo que buscará acercar la realidad, para poder intepelarla profundamente. Es por ello que Catalejo, a lo largo de treinta minutos, abordará diversos temas ligados a la actualidad, cultura, salud, política, opinión e investigación, tratando de amplificar en todos los casos, un imprescindible debate.

La discusión sobre la importancia de salir definitivamente de perdedor, en un país que cuenta tantos pobres como hectáreas de soja, sigue profundizándose. Mientras que las marrones aguas del río Paraná continúan mezclándose con la sangre derramada de los pueblos sacrificables, el capital financiero sigue su avance con la anuencia estatal.

Pero, ¿cuánto sabemos de aquello que rodea este monstruoso negocio? En tiempos de cosecha, la postal sigue siendo la misma que hace décadas, camiones ocupando extensos kilómetros de ruta propugnando entregar una carga tazada en dólares, vías férreas que ofician de ariete, para que ese desierto verde al que convirtieron a la Argentina, pueda seguir expandiéndose.

Luciano Orellano lo plantea claramente, y con elementos irrefutables, en su reveladora obra «Argentina sangra por las barrancas del Río Paraná». Allí, el investigador no duda en hacerse una serie de cuestionamientos necesarios a la hora de tratar de analizar una coyuntura asfixiante, que tiene como perdedores a los mismos de siempre. Se pregunta el autor: ¿qué objetivo podemos tener que no sea recuperar nuestra soberanía comercial, nuestra soberanía monetaria, nuestra soberanía industrial?

Resulta inadmisible que un puñado de miles de latifundistas sigan oficiando de titiriteros del destino de millones de argentinos, que buscan sobrevivir gambeteando la desesperanza, hacinados en asentamientos irregulares, que hoy se intentan romantizar con la calificación de «barrios populares». Un subproducto de las incesantes migraciones internas que ha impulsado un modelo productivo concentrador, envenenador y por sobre todas las cosas, expulsivo para campesinos y campesinas. Pequeños productores agropecuarios siguen siendo barridos hacia los márgenes de una historia escrita con una pluma embebida en agrotóxicos.

En la provincia de Santa Fe hay 2.044 propietarios que concentran casi el 60% de las tierras. Esto quiere decir que, en un área territorial en la que viven 3 millones y medio de personas, el 0,06% es dueño del 60% de las tierras. Un dato demoledor que demuestra de manera explícita, en donde se encuentra el foco de una discusión que debe problematizarse, para poder comprender que lo debe concretarse en Argentina, es una profunda política redistributiva con base en una necesaria revolución cultural.

Concentración de privilegios, un puñado de agroexportadoras junto al gran latifundio gozando de las mieles de un modelo garante de hambre e inequidad. “Argentina ha sido de uno de los países más privilegiados en estos últimos 3 años, ya que se han duplicado y triplicado los precios internacionales de commodities. Ahora la pregunta que debemos hacernos todos los argentinos, es ¿Por qué en lugar de traernos felicidad, nos produce infelicidad? ¿Por qué en lugar de igualarnos nos desiguala? ¿Por qué en lugar de convertirse en un país más justo, es más injusto? Vimos en los últimos días la queja de la Sociedad Rural, pero lo que no se dice, es que la soja se sembró a 400 dólares y se va a exportar a 650, y con el maíz sucedió algo similar, se sembró a 150 y se vendió a 280 dólares, estamos hablando de un aumento exponencial”, indicó Orellano en Catalejo.

Desacoplar los precios externos de los internos, una tarea imprescindible que pareciera haberse transformado en una dulce utopía. “Otro dato de relevancia es que existen compras anticipadas, ya que los exportadores suelen hacer este tipo de transacciones, es decir, compraron a 400 o 500 dólares para venderlo al mercado internacional a un precio muy superior. Nunca ganaron tanto como en estos años, hay que remarcar que lo que sucede en este país es único, nunca se han desacoplado los precios externos a los internos. Por ello esto no solo modifica e impacta en el precio del pan, también hace imposible la subsistencia para quienes producen de manera familiar o a menor escala”.