Por Alejandra Ojeda Garnero

La historia de Lucía es una de las tantas que ocurren a diario, en el marco de la problemática de violencia de género, pero que por distintas razones no trascienden. Un solo motivo la moviliza a contar su caso, el temor a la muerte. Intenta rehacer su vida pero la situación se torna insostenible. Su ex pareja la hostiga desde hace diez años y no encuentra respuesta en la Justicia.

De un total de once denuncias que realizó en el viejo sistema penal prescribieron diez y sólo sigue vigente una causa por amenazas. En el nuevo sistema la cantidad de presentaciones asciende a ocho, los motivos: amenazas y desobediencia, pero nunca lograron que, al menos, se presente a declarar.

Todo comenzó en 2006 cuando luego de un noviazgo decidieron convivir. El primer año transcurrió con normalidad, “era un hombre servicial y hasta ese momento nunca había percibido ningún comportamiento que me pusiera en alerta”, aseguró Lucía. El hombre simulaba bien su verdadero perfil, se mostraba ante la familia como una persona servicial y correcta que hasta incluso ayudó a Lucía a cuidar a su padre cuando estuvo enfermo.

Pero no pasó mucho tiempo para que todo se convirtiera en un infierno. Lucía tuvo su primer embarazo y en los últimos meses comenzaron los maltratos. Pero “por temor y por vergüenza nunca se lo comenté a nadie, ni a mi familia y tampoco hice denuncias”, se lamentó.

Un año después de la primera golpiza y cuando la hija que tienen en común ya había cumplido un año se produjo el más violento de los ataques. El detonante de esa primera discusión fue porque él maltrató a una de las mascotas de Lucía y ante el pedido para que no lo hiciera más, la respuesta fueron varios golpes e insultos.

Luego el comportamiento del agresor se modificó, “empezó a estar distante, a salir y no decir a dónde iba o me decía que iba a un lugar y yo después me enteraba que no era cierto”, contó Lucía.

Ya en 2008, Lucía decidió no soportar más esta situación y se animó a denunciarlo. Pero antes tuvo que tomar fuerzas y “esperé que se tranquilice, porque siempre pasaba lo mismo, después del momento de ira viene la tranquilidad”.

“Cuando se tranquilizó, agarró la nena y me dijo que se iba al banco, pero antes me amenazó para que no cuente nada”, contó Lucía.

Aterrada y a la vez preocupada porque no pudo impedir que el agresor se llevara a su hija,  tomó coraje y salió a pedir ayuda: «Aproveché para irme de la casa, busqué a mi papá y fuimos a la comisaría  a denunciarlo”.

Pero grande fue la sorpresa cuando la respuesta de la policía fue que vaya a la casa, busque sus documentos y se vaya a otro lado “pero ellos pretendían que fuera sola y tuve que pedir que me acompañen”.

Al llegar a la casa y como en muchas otras ocasiones “lo encontré limpiando, saqué la nena y se la di a la policía y cuando fui a buscar los documentos no me dejó salir, me golpeó y me dejó encerrada. Después salió, le pidió la nena a la policía y se la dieron”.

En el total desamparo, Lucía decidió separarse del agresor, se fue a vivir sola con su hija para tratar de comenzar una nueva etapa de su vida sin violencia.

Pero al cabo de un tiempo, el agresor volvió con su personalidad amable y servicial que supo construir en los inicios de la relación y con el cual volvió a conquistar el corazón de Lucía. Ella aceptó convivir nuevamente, pero la buena vida duró poco, a los dos meses de convivencia comenzaron las golpizas nuevamente. Ante las nuevas agresiones, “le pedí que se fuera pero se negó y empezó a golpearme todos los días y cada vez con más frecuencia y delante de mi hija”.

“Si no hacía lo que él quería me hacía dormir en el piso, me encerraba, me arrastraba contra el piso y una catarata de maltratos físicos y psicológicos y constantes amenazas de muerte”, contó Lucía.

Esa fue la gota que rebalsó el vaso y Lucía decidió ponerle fin definitivamente a esa relación se fue de la casa e intentó comenzar una nueva vida. Pero no le resulta nada fácil, los constantes maltratos, persecuciones, irrupciones en sus lugares de trabajo y en su propia casa le impiden llevar una vida normal.

Además, el hombre se encarga de mantenerla atemorizada las 24 horas del día con mensajes vía Facebook, por WhatsApp  y llamados telefónicos con constantes amenazas de muerte y pedidos para poder ver a la hija de ambos.

Ante esta situación, Lucía se presentó en Tribunales para conformar un régimen de visitas para la nena, pero él nunca se presentó y las veces que pudieron establecerlo nunca los cumplió.

La nena hoy tiemensaje facebookne 8 años y tras sufrir los daños colaterales de la violencia que ejerce el agresor sobre su madre, prefiere no ver más a su padre, cosa que el hombre no acepta y por la cual, además, hace responsable a Lucía.

La mujer se presentó incontables veces a denunciar su caso, pero no consigue que la Justicia ponga fin a su calvario, el hombre sigue libre y hostigando a Lucía.

En uno de los mensajes que le envió vía Facebook, le dijo, entre otras cosas “voy a cortarte en pedacitos y darte de comer a tus perros”, además los mensajes de voz vía whatsapp son escalofriantes, constantemente están presentes las amenazas de muerte.

Lucía vive aterrada, no puede salir sola a la calle y en todo momento está acompañada por algún familiar, amiga o por una persona que debió contratar para que la acompañe.

Mientras el agresor sigue caminando libremente por las calles. ¿Qué debe pasar para que la Justicia tome cartas en el asunto y tome las medidas necesarias para que #NiUnaMenos sea una realidad?