La escarapela, uno de los primeros símbolos nacionales de Argentina, fue instituida por un decreto del 18 de febrero de 1812 del Primer Triunvirato, quien determinó que sea la de las Provincias Unidas del Río de la Plata de color blanco y azul celeste.

Sin embargo, el 18 de mayo fue la fecha establecida por el Consejo Nacional de Educación en 1935 para homenajearla, y aún hoy esa fecha se mantiene vigente. Con lo cual, como cada 18 de mayo, hoy se celebra el Día de la Escarapela, aquél día cuando la Revolución amanece…

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“En esos primeros años del siglo XIX la comunicación era por barco y tardaba en llegar tres o cuatro meses; tres o cuatro meses después de producirse los hechos”, cuenta el historiador Norberto Galasso, mientras comienza a separar las hebras de la madeja de la Semana de Mayo.

Los hechos, aquellos hechos, decían que el 18 de mayo de 1810 el Virrey del Río de la Plata, Baltasar Cisneros, ya no podía ocultar lo que toda España sabía y gente inquieta como Manuel Belgrano y Juan José Castelli se acaban de enterar con el arribo del último barco al Puerto de Montevideo: que la Junta de Sevilla había caído.

Esto significaba, ni más ni menos, que gobernar en nombre de Fernando VII era una quimera, pero también un imperativo para quienes pretendían encender en Buenos Aires la chispa de una Hispanoamérica democrática y a tono con “las nuevas ideas” de Libertad, Igualdad y Fraternidad forjadas durante la Revolución Francesa.

El grito sagrado

En enero de 1808 las tropas francesas invaden Portugal y después el resto de la península Ibérica. Carlos V entrega el reino de España a su favorito Manuel Godoy y éste a Fernando VII, quien finalmente dimitirá a favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón.

Sin embargo, el pueblo español tenía otros planes y organiza la resistencia a la invasión napoleónica a través de juntas de gobierno instaladas en las principales ciudades, coordinadas por la de Sevilla. Las juntas, unas más que otras, querían también la democratización del reino. Y el fin del absolutismo.

Aquellas juntas de gobierno serían la inspiración de los patriotas americanos. Y el atajo hacia la libertad: si las colonias son del rey y el rey está impedido de gobernar, ergo, nos gobernamos nosotros mismos.

“La Revolución Francesa repercute en España en la revolución de 1808. Se produce una revolución democrática donde se constituyen las juntas populares, entre ellas la Junta Central de Sevilla, que más tarde será reemplazada por el Consejo de Regencia, que ya no tendrá el ímpetu de las juntas populares”, explica Galasso.

Y agrega: “Esta pérdida de vigor revolucionario hace que los patriotas de Buenos Aires y de distintas ciudades de Hispanoamérica tengan resistencia a aceptar el protagonismo del Consejo de Regencia”.

“Cuando se conoce la noticia de que el Consejo de Regencia reemplaza a la Junta Central surge la necesidad de crear órganos locales que formen parte de esa revolución que se está extendiendo en el mundo y que es la revolución por los derechos del hombre, por las libertades, por la democracia”, abunda el autor de “Mariano Moreno y la revolución nacional”.

De boca en boca

Pero Cisneros quiere curarse en salud y el 18 de mayo dice que le importa nada la caída de la Junta Central de Sevilla, que lo había designado el año anterior. Él -insiste para parecer más creíble- seguirá fiel a los Reyes Católicos. Es decir, a don Fernando VII.

Había que ser precavidos. Y los patriotas sabían que no hay conspiración sin comunicación y que ésta, sin Whatsapp ni señales de noticias, se basa en el boca a boca. Y también en la buena información.

“Se actuaba clandestinamente. No olvidemos que tanto en España como en América predominaba la Inquisición, donde cualquier herejía religiosa era también política, en tanto condenaba cualquier intento de pensar libremente”, razona Galasso.

“Los escritos de Rousseau como de los filósofos de la revolución francesa o de pensadores españoles llegaban a América clandestinamente. Mariano Moreno, por ejemplo, se formaba en la biblioteca de su protector, el canónigo Terrazas en el Alto Perú. Allí encuentra lo que los sacerdotes leían y que no dejaban leer a los demás”, explica.

“La comunicación era personal, como en todo movimiento revolucionario. Los pregoneros eran expresión de la opinión oficial. El Virrey comunicaba a través de los pregoneros, pero los hombres que hacen correr las nuevas ideas y convocan a ir a la Plaza son los ‘chisperos de la revolución’”, destaca Galasso, y recupera los nombres de “French, Beruti, Donado, Cardozo, Dupuy y tantos otros”.

Se encendía la Revolución

El 18 de mayo la revolución amanecía, buscaba su forma sobre la marcha y nacía la Escarapela.

Durante las jornadas del 22 y 25 de mayo de 1810 se sabe que los «chisperos» o patriotas identificaban a los adherentes a la Revolución de Mayo otorgándoles unos cintillos blancos que luego usaron en sus casacas y en sus sombreros, una escarapela encarnada acompañada con un ramo de olivo a modo de penacho.

Así, el 13 de febrero de 1812, Manuel Belgrano, mediante una nota, solicitó al Triunvirato que se establezca el uso de la Escarapela Nacional bicolor: blanco y azul celeste. Se fundaba en que los cuerpos del ejército usaban escarapelas de distintos colores y que era necesario uniformarlos a todos, puesto que defendían la misma causa. El 18 de febrero de ese año, el Gobierno resolvió reconocer la Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata con los colores blanco y azul celeste. El rojo o encarnado fue omitido para no confundirlo con el color similar de las cucardas realistas.