Por Alejandro Maidana

Los hechos trágicos de la historia argentina se pueden explicitar de una manera muy concreta: el aniquilamiento de la raza negra, el primero de los genocidios producidos en la Argentina. Reducidos a la esclavitud y a la servidumbre, un dato revelador del general José de San Martín en 1816, dejaría al descubierto que 400.000 negros estaban a disposición para ser reclutados en distintas batallas. Entonces ¿Qué pasó con esos seres humanos que supieron habitar estas tierras?

El segundo genocidio fue el de los indios, en la ya famosa Conquista del Desierto, que fue una conquista porque en realidad no era un desierto. A los aborígenes, especialmente los del Sur, se les aplicó la guerra bacteriológica mediante el envío de comerciantes a las tolderías que les entregaban mantas que habían estado en contacto con enfermos de viruela. Así fueron diezmados y luego asesinados -hombres, mujeres, niños y ancianos- por el ejército de línea, una tarea que llevada adelante primero por Alsina y después por Julio Argentino Roca

Podemos identificar como el tercer genocidio, el de los obreros -en la Patagonia de 1921- donde el Ejército reprimió las huelgas obreras y fueron fusilados cerca de mil quinientos trabajadores. El cuarto genocidio o masacre -que apuntó especialmente a la juventud- lo hemos vivido en los años del llamado Proceso militar. Pero el menos conocido sigue siendo el de los hombres y mujeres de color y con ellos aquella experiencia liberadora, destruida de cuajo, del primer socialismo en Buenos Aires.

Un dato revelador

La esclavitud no fue totalmente abolida hasta la consagración de la Constitución Nacional de 1853, es decir, cuarenta y tres años después de haberse iniciado el proceso emancipador. Esta demora se produjo por dos razones, una, porque los negros esclavos fueron utilizados, en esa calidad, como fuerza de los ejércitos criollos; en segundo lugar, porque el partido esclavista era muy poderoso entre los comerciantes porteños.

Fueron esos negros los que nutrieron con su sangre y sacrificio a los ejércitos libertadores y San Martín reconocerá el valor de sus tropas negras y también el ambiente racista de la época ya que no logró unir los batallones negros con los de los mulatos y blancos. Los negros esclavos morirían en la lucha por la Independencia, «por separado», es decir, en riguroso «apartheid».

Sarmiento, en su obra de la vejez, Conflicto y armonía de las razas en América, recordará la epopeya negra en nuestra tierra. Esos valerosos negros murieron luchando durante el Cruce de los Andes, en la campaña sanmartiniana, en los famosos batallones (regimientos) 7º y 8º, en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto Perú.

La invisibilización del del actor negro en la historia oficial Argentina

“La negación es otra forma desenmascarada del racismo moderno y uno de los modos más recurrentes en América Latina, siguiendo a Teun Van Dijk. Las élites simbólicas tienen una responsabilidad enorme en la reproducción del racismo a nivel social para mantenerse en el poder y conservar su status. Para este grupo, la mejor forma de protegerse contra elementos considerados peligrosos es la negación discursiva del colectivo afroargentino o “invisibilización” del actor negro en la historia oficial Argentina”, cuenta Omer Freixa, historiador africanista.

Sobre el ingreso a esta parte del hemisferio sur y los censos posteriores sostuvo, “a primera entrada formal se dio en 1588 con tres negros esclavos en Buenos Aires. La escasez de mano de obra en las latitudes australes fue constante y como las autoridades metropolitanas desoyeron, imperó el contrabando, en el cual participaron muchos poderosos y el esclavo fue uno de los productos más redituables. A comienzos del siglo XVII, el gobernador de Buenos Aires, Hernandarias de Saavedra, decretó el cese del flujo anual de quince navíos con dos mil negros cada uno, pero la población africana fue creciendo con la misma intensidad del tráfico”

“Para 1778, el primer censo de lo que luego sería territorio argentino, arrojó que de 200 mil censados unos 92 mil eran negros y mulatos (46%). Varias provincias tenían más de la mitad de su población “parda y morena”. No obstante, el censo de 1895 reveló solo 454 afroargentinos entre cuatro millones de habitantes. De ahí que comenzara a tomar fuerza el mito de la desaparición sin que nadie cuestionara la validez de las cifras oficiales. Tal mito defiende que el negro, por su extinción, no pudo dejar nada tras su paso”, relató quién llevó adelante un trabajo que interpeló de sobremanera la palabra hegemónica.

Mina, mucama, quilombo, tango, son algunas de las palabras muy utilizadas en el habla argentina y acusan etimología africana, principalmente de la familia de las lenguas bantúes, muy habladas en el centro y sur de África, aunque esclavos de la región occidental también fueron a parar al área Río de la Plata. En toda América al diablo se le dice mandinga y no por casualidad este vocablo define un grupo étnico puntual de África Occidental que conoció la penuria de la esclavitud en América.

Utilizados como carne de cañón en distintas batallas, reducidos a la servidumbre más indigna, hambreados y desterrados una vez más, los afroargentinos siguen elevando un grito sordo plagado de dolor pero no de resignación.

Si la historia la escriben los que ganan, es menester seguir escudriñando la que no pudo escribir el oprimido. Las líneas de un camino espinoso que fue transitado por los explotados, ninguneados, masacrados y silenciados por la elite dominante.