Por Alejandro Maidana

Rehenes de sus negocios, de su avaricia y falta de escrúpulos a la hora de consolidar su rinde. Marionetas de un modelo productivo a base de venenos y un paquete tecnológico que, con el fin último de amasar dólares, no deja de avanzar contra la salud y la vida que, a esta altura del partido, está al borde de que le canten jaque mate. Despojar, alambrar, fumigar y cosechar, los cuatro mandamientos de un campo que no alimenta y socializa venenos para consumo interno y externo.

El debate sobre que tipo de producción necesita el pueblo argentino sigue cayendo en saco roto una y otra vez, la cultura agroexportadora sigue marcando la agenda y el camino que solo puede conducirnos a consolidar mayor desigualdad. Una lógica tan añeja como la injusticia, los números no mienten por más crudos que resulten, en nuestro país el 1% de los propietarios concentran más del 40% de las tierras en Argentina, un índice muy similar al de la provincia de Santa Fe. Inviable.

La soledad y el abandono que padecen los pueblos fumigados, se funde invariablemente en aquello que denominamos alimento y llevamos a nuestras mesas sin tener la mínima certeza de su procedencia. La trazabilidad de lo que consumimos es una incógnita que choca de frente con la certeza de que los venenos han arrinconado tanto nuestra salud, como el futuro. No va más, mientras la agricultura familiar sigue exigiendo políticas públicas para no desaparecer, el sector más concentrado y desprejuiciado del campo, goza del beneficio del dólar soja utilizando como ariete extorsivo, el enorme poder amasado durante décadas.

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La tierra, un derecho esquivo para casi la mitad de los habitantes de un país que solo ha sabido concentrar privilegios en un puñado de facinerosos. El poder de la casta oligárquica, jamás ha perdido fuerza, si bien se ha visto interpelada políticamente en más de una oportunidad. Terratenientes locales y foráneos conformados en prestidigitadores de commodities, padres de la desigualdad y la avaricia, no cesan en su camino voraz por conseguirlo todo. En un país donde todavía algunos se regocijan hablando de soberanía cuando se referencia a la campaña sureña de Julio Argentino Roca, pero poco se animan a enumerar para quiénes quedaros esas tierras “recuperadas” que se encontraban en manos de los “incivilizados”.

¿Quiénes son los dueños de un derecho que se ha convertido un verdadero karma? ¿Es posible discutir tierras sin antes discutir los privilegios de clase? ¿Quiénes ostentan el poder real en Argentina? ¿Hasta cuándo vamos a sostener este modelo productivo de hambre? ¿Es posible pensar en una reforma agraria? ¿La tierra es para quién la trabaja? Podríamos seguir haciéndonos un sinfín de preguntas, pero la única verdad es la realidad, la madre de todas las batallas sigue siendo cultural, y a la misma la estamos perdiendo por escándalo.

Mientras tanto, en Santiago del Estero nació un cerdo con tres hocicos producto de los agrotóxicos

En abril del 2022, la finca de la familia Santillán ubicada en el Arenal, provincia de Santiago del Estero, fue arrasada por los venenos que arrojó un avión fumigador que sobrevoló el campo. Allí la cosecha de maíz y hortalizas fue destruida, el agroquímico asperjado fue el denominado “secante”, que se utiliza para acelerar la cosecha de soja. El empresario tucumano Agustín Blasco reconoció su responsabilidad, pero se negó a hacerse cargo de la pérdida sufrida por la familia Santillán, situación que complejizo los días de la familia a la hora de alimentar a los animales y disponer de su cosecha.

“Somos cinco hermanos que vivimos de nuestro campo, cosechamos para poder alimentar a nuestros animales, tenemos chanchos y ovejas, por ello el cultivo de maíz es tan importante para nosotros. También tenemos zapallos, alfa y distintas verduras. Nos secó todo el sembradío, no podemos alimentar a nuestros animales por el miedo a que los mismos se nos mueran producto de los venenos utilizados”, le había dicho a Conclusión en el momento posterior a la fumigación Jessica Santillán.

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La escena fue verdaderamente dantesca, los niños jugando a la pelota al aire libre mientras que un avión de manera intempestiva acabaría con la tranquilidad solo en segundos, asperjando agrotóxicos en desprecio de toda manifestación de vida. Lamentablemente esta historia tendría un nuevo capítulo, y este mostraría una escena tan explícita como espeluznante, uno de los animales que se expuso a la fumigación, parió a una de sus crías con malformaciones emparentadas con el impacto que generan los venenos del agro.

“Cuando llegamos a la finca para ver y atender a los animales, pudimos percatarnos que una de las chanchas estaba dando crías. Llegando al sexto chanchito nació el fenómeno, algo que ya nos habían adelantado los ingenieros cuando nos dijeron que a su determinado tempo llegan las consecuencias sobre lo ocurrido. Nuestros animales han bebido el agua en donde cayó el veneno, ya que tenemos una represa, ya hemos tenido este tipo de inconvenientes, no con deformidades, sino con el nacimiento prematuro de animales muy pequeños, o directamente nacidos muertos”, indicó Santillán en dialogo con Conclusión.

El juicio iniciado por la familia Santillán al productor tucumano Agustín Blanco sigue su curso, pero en el mientras tanto, los daños se siguen manifestando de manera cruda y deshumanizante. “Después de la fumigación nos hemos quedado sin cosecha, tanto para la comercialización como la que sirve de alimento para nuestros animales, situación que nos empujó a tener que dejarlos que transiten la finca comiendo lo que puedan, y allí la contaminación generada por los venenos hizo su trabajo. Necesitamos no solo justicia, sino que se deje de producir con venenos, ya que arrinconan la vida en todo su conjunto, nuestra familia y animales no pueden ser rehenes de una persona a la que poco le importa la vida”.