Mientras miles de desocupados conmueven la piel social de la Argentina, la pobreza invade el hogar de millones de familias y la opinión pública se entera que, a pesar de los masivos despidos en el Estado, la burocracia gerencial creció 25 % con funcionarios que cobran varias decenas de miles más que los echados de sus puestos, el 26 de julio se conmemora un nuevo aniversario de la muerte de Eva Perón, ocurrida en 1952, cuando hacía seis años que era la Primera Dama de los argentinos y cuando apenas había cumplido treinta y tres años de edad.

Las masivas movilizaciones y protestas por las injusticias que castigan a los sectores medios y bajos que ocurren cotidianamente, son la contracara de lo que ocurrió durante cada gobierno peronista, en los que las movilizaciones eran para el festejo por nuevas conquistas populares. Ambos aspectos son los dos márgenes de la grieta que se repite dramáticamente en la historia argentina, en la que, de un lado, está la oligarquía codiciosa e inhumana, como la que hoy gobierna la Argentina y, en la otra, el trabajo de figuras que, como la de Eva Perón, sembró de derechos que dignificaron al pueblo, destinatario de todos sus desvelos, por lo que su figura se consagró como un fenómeno político y cultural que, hoy por hoy, alcanzó dimensiones continentales y mundiales.

Evita fue una hacedora incansable de hechos y obras que tuvieron una profunda repercusión política y que respondía al plan estratégico de Juan Domingo Perón de democratizar el poder. Esa acción se expresó en un doble sentido: Por un lado, la consolidación de la organización de los trabajadores para incorporarlos definitivamente como columna vertebral del Movimiento Nacional y, por el otro, la incorporación de las mujeres a la vida política. Lo primero se concretó mediante el fortalecimiento de las organizaciones sindicales y la creación de la legislación y tribunales del Trabajo. Lo segundo, mediante la ley que reconocía los derechos cívicos de las mujeres.

Pero Evita no se limitó a estos revolucionarios logros, ya que se abocó a una fervorosa labor contra la injusticia y la postergación de las grandes masas populares lo que, sumado a lo anterior, constituyó el sustento de la adhesión de todo un pueblo a un proyecto claro por la soberanía y el desarrollo económico y social de la Argentina. Para ello, creó la Fundación de Ayuda Social, que luego llevó su nombre y que le permitió trastocar la limosna –ejercitada por las primeras damas hasta ese momento-, por la solidaridad y por la justicia social, que ella misma se ocupó de diferenciar en el Primer Congreso de Medicina del Trabajo, que tuvo lugar en 1949: “La limosna humilla, la ayuda social estimula. (…) La limosna deja al hombre donde está, la ayuda lo recupera para la sociedad como elemento digno”.

Con esta filosofía, la Fundación creó en escasos seis años quince hogares escuela para niños abandonados en donde recibían instrucción primaria, desplegaban actividades culturales, artísticas y deportivas y, en algunos, se realizaba la recuperación física de niños enfermos provenientes de todo el país. Se crearon hogares de tránsito para la protección de mujeres solas, con o sin hijos; se construyeron y equiparon numerosos policlínicos y hospitales regionales, algunos con funciones específicas de alta complejidad y absolutamente novedosos no solo en el país, sino en toda América Latina. Se protegió la ancianidad, sobre cuyos derechos se legisló en la Constitución de 1949; se organizó la práctica sistemática y masiva de deportes para niños y jóvenes, el turismo social, la creación de proveedurías y el desarrollo de un plan agrario.

En esta apretada síntesis, hay que destacar el impulso que recibió la educación pública, para lo que se destinó recursos solo superados en otro gobierno peronista: los años gobernados por los Kirchner, lo que permitió la construcción y el equipamiento de escuelas en todo el territorio nacional, provistas con todo el confort didáctico para educandos y educadores. Se financiaron experiencias educativas de vanguardia, como la formación universitaria y profesional de gran número de jóvenes, casi siempre provenientes de hogares humildes de todo el país, que se alojaban en la Ciudad Estudiantil, en donde recibían alimentación, vestuario, atención de la salud, transporte, etcétera.

El reconocimiento del pueblo no se hizo esperar y fue propuesta para ocupar la vicepresidenta de la Nación, en la fórmula encabezada por el propio Perón, en una asamblea popular multitudinaria que constituyó hasta ahora la más clara manifestación de democracia directa. Corría el año 1951 y su renunciamiento sigue siendo motivo de especulación histórica y política.

Lo que no se puede discutir es su fanática adhesión al movimiento político liderado por Perón, basado en una doctrina que recogía los valores nacionales de soberanía, independencia y justicia social, cuyo origen se remonta al Plan de Operaciones, de Mariano Moreno y al Plan para el Desarrollo de Cuyo, de José de San Martín.

En esa adhesión depositó todas sus fuerzas y todo el poder que, desde su lugar de Primera Dama, ella supo consolidar. Era joven, muy joven. Era apasionada, desobediente, transgresora y rebelde y, gracias a esas características de su personalidad, el pueblo argentino vivió días felices.

Cuando se iniciaba la campaña para la reelección del Presidente, en 1951, se detectó el mal que la aquejaba y que la llevaría irremediablemente a la muerte, que ocurrió un año después. Pero la muerte de esa mujer increíble que fue Eva Perón no logró apagar jamás la conciencia de dignidad, que ella supo encender entre los viejos y los nuevos descamisados de todos los tiempos.

Ella es un mito, creado por el espíritu tantas veces desengañado de los argentinos, que actúa como un bálsamo en los malos tiempos. Ella y Perón son las imágenes paternales que conviene tener a mano en los momentos en que los poderes fácticos conduciendo el Estado, con el equivocado voto de una circunstancial mayoría, destruyen las conquistas alcanzadas y llevan a cabo la tarea de saqueo y despojos, porque solo pretenden acumular mayor riqueza en sus codiciosas arcas.