Por Rubén Alejandro Fraga

“Quiero sólo tres cosas en la vida: pintar, pintar y pintar”. La cita es de Frida Kahlo, la notable pintora mexicana que se convirtió en un ícono internacional y de cuyo nacimiento se cumplen 109 años este sábado.

Personaje extraño e intenso, quien buceé a través de su apasionante biografía descubrirá que, entre otras cosas, Frida fue intelectual, feminista, revolucionaria, comunista, transgresora, optimista, sensible y bisexual. También leerá que sufrió de poliomielitis en su infancia y que un accidente la destrozó en su juventud dejándola herida en cuerpo y alma para siempre.

Y entonces se enterará de la valentía de esta mujer que sufrió 35 operaciones y aprendió a convivir con la muerte y a tratar con el dolor como algo familiar, un vecino, un invasor conocido de esos que vienen sin que lo llamen, y se instalan sin permiso.

Quien contemple su rostro en tantos cuadros verá, como en aquella vieja canción “qué bonitos ojos tienes, debajo de esas dos cejas…”. Unas cejas que se unen en una “V” abierta, acompañando una boca plena, un bozo pronunciado, el fuerte cabello negro.

Una estampa inconfundible que la actriz mexicana Salma Hayek intentó reproducir en la pantalla grande en el filme Frida dirigido en 2002 por Julie Taymor.

La estampa de quien está considerada una de las mejores artistas de México y que en 1990 se convirtió en la primera latinoamericana cuyas obras pasaron la barrera del millón de dólares en una subasta.

Todo comenzó en Coyoacán

Magdalena Carmen Frida Kahlo y Calderón nació el sábado 6 de julio de 1907 en el barrio de Coyoacán, en la Ciudad de México. Tercera hija del fotógrafo alemán Guillermo Kahlo y de la mexicana Matilde Calderón González, la vida de la pintora se desarrolló en un momento crucial para su país, entre la gesta revolucionaria y el surgimiento del México moderno.

Hasta tal punto fue así, que Frida decía haber nacido un 6 de julio pero de 1910, año del inicio de la Revolución Mexicana, porque quería que su vida comenzara con el México moderno. Ese detalle muestra su singular personalidad, caracterizada desde su infancia por un profundo sentido de la independencia y la rebeldía contra los hábitos sociales y morales ordinarios, movida por la pasión y la sensualidad. Orgullosa de su mexicanidad y de su tradición cultural se enfrentó a la reinante americanización.

Todo ello mezclado con un peculiar sentido del humor, que le permitió enfrentar una vida marcada por el sufrimiento físico que comenzó con la polio que contrajo a los 6 años de edad y continuó con diversas enfermedades, lesiones, accidentes y operaciones.

La polio le dejó una secuela permanente: la pierna derecha mucho más delgada que la izquierda.

En 1922 entró en la prestigiosa Escuela Nacional Preparatoria de la capital mexicana, donde sus travesuras la convirtieron en la cabecilla de un grupo mayoritariamente formado por chicos rebeldes. Fue en ese colegio donde Frida conoció a su futuro mentor y esposo, el conocido muralista mexicano Diego Rivera, a quien le habían encargado pintar un mural en el auditorio de la escuela.

En 1925 Frida aprendió la técnica del grabado con Fernando Fernández Domínguez. El 17 de setiembre de ese año Frida viajaba con su novio Alejandro Gómez en un endeble ómnibus de la época cuando el colectivo fue chocado por un tranvía.

A raíz del golpe, un pasamanos se soltó y atravesó desde el estómago hasta la pelvis a Frida, quien quedó tendida entre los hierros retorcidos y con graves lesiones también en la columna vertebral –que quedó fracturada y casi rota–, las costillas, el cuello, la pierna derecha, el hombro izquierdo y el pie derecho.

La medicina de su tiempo la torturó con más de una treintena de operaciones quirúrgicas –a lo largo de su vida–, corsés de distintos tipos y diversos mecanismos de “estiramiento”.

En una carta escrita desde el hospital a Alejandro, quien también resultó herido, ella confesó: “Estoy empezando a acostumbrarme al sufrimiento”. Su larga convalecencia duró más de diez meses durante los cuales comenzó a pintar para combatir el dolor y también el aburrimiento que le provocaba su postración. “Pies, para qué los quiero, si tengo alas para volar”, escribió una vez.

En 1926, aún convaleciente, pintó su primer autorretrato, el comienzo de una larga serie en la cual expresó distintos hechos de su vida y sus reacciones emocionales ante los mismos. La mayoría de sus pinturas las realizó estirada en su cama y en el baño. Sin embargo su gran fuerza y energía por vivir le permitieron una importante recuperación y lentamente recuperó la capacidad de caminar.

Fue entonces cuando una amiga íntima la introdujo en los ambientes artísticos de México donde se encontraban, entre otros, la conocida fotógrafa y artista comunista Tina Modotti y Diego Rivera.

Frida le llevó a Rivera algunos de sus primeros cuadros para que los viera y éste la animó a continuar pintando.

Un elefante y una paloma

El 21 de agosto de 1929 Frida y Diego se casaron. Su turbulenta y a la vez duradera relación consistió en amor, aventuras con otras personas, vínculo creativo, odio y un divorcio en 1940 que solamente duró un año.

El singular matrimonio fue llamado “la unión entre un elefante y una paloma”, pues Diego era enorme y muy gordo mientras que ella era pequeña y delgada. Debido a sus lesiones, Frida nunca pudo tener hijos, cosa que tardó muchos años en aceptar.

A pesar de las incontables aventuras de Diego con otras mujeres –que llegaron a incluir a la propia hermana de Frida–, él la ayudó en muchos aspectos de su vida.

Influida por la obra de su marido, Frida adoptó el empleo de zonas de color amplias y sencillas plasmadas en un estilo deliberadamente ingenuo. Al igual que Rivera, quería que su obra fuera una afirmación de su identidad mexicana y por ello recurría con frecuencia a técnicas y temas extraídos del folklore y del arte popular de su país. Más adelante, la inclusión de elementos fantásticos, claramente introspectivos, la libre utilización del espacio pictórico y la yuxtaposición de objetos incongruentes realzaron el impacto de su obra, que llegó a ser relacionada con el movimiento surrealista.

Sus cuadros representan fundamentalmente su experiencia personal: los aspectos dolorosos de su vida, que transcurrió en gran parte postrada en una cama, son narrados a través de una imaginería gráfica. Expresa la desintegración de su cuerpo y el terrible sufrimiento que padeció en obras como La columna rota (1944, colección Dolores Olmedo, Ciudad de México), en la que aparece con un aparato ortopédico de metal y con el cuerpo abierto mostrando una columna rota en lugar de la columna vertebral. Su dolor ante la imposibilidad de tener hijos lo plasma en Hospital Henry Ford (1932, colección Dolores Olmedo), en la que se ve a un bebé y varios objetos, como un hueso pélvico y una máquina, diseminados alrededor de una cama de hospital donde yace mientras sufre un aborto. Otras obras son: Unos cuantos piquetitos (1935, colección Dolores Olmedo), Las dos Fridas (1939, Museo de Arte Modernos de México) y Sin esperanza (1945, Dolores Olmedo).

La creciente reputación de Rivera en Estados Unidos los llevó entre 1931 y 1934 a pasar la mayor parte del tiempo en Nueva York y Detroit.

Entre 1937 y 1939, el político y teórico revolucionario soviético León Trotsky (Lev Davídovich Bronstein, protagonista de la revolución bolchevique en Rusia en 1917) vivió acogido en la casa de Rivera y Kahlo junto a su mujer. Allí Frida tuvo un romance con el líder comunista.

Tras el asesinato de Trotsky a manos de un asesino estalinista oriundo de Barcelona (Ramón Mercader), Frida fue acusada como autora del mismo y estuvo arrestada, pero finalmente fue dejada en libertad.

Kahlo expuso en tres ocasiones. Organizó las exposiciones de Nueva York de 1938 y de París de 1939 a través de sus contactos con el poeta y ensayista surrealista francés André Breton. En abril de 1953 expuso por primera vez en la galería de Arte Contemporáneo de Ciudad de México. Ese mismo año las heridas de una operación encorsetada por el yeso se pudrieron y llevaron a que se le gangrenara una pierna, que finalmente le fue amputada.

Frida Kahlo murió de una embolia pulmonar en su casa de Coyoacán el martes 13 de julio de 1954, una semana después de haber cumplido 47 años de edad.

Fue velada en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México y su féretro fue cubierto con la bandera del Partido Comunista, un hecho que fue muy criticado por la prensa mexicana. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas descansan en la Casa Azul de Coyoacán, el mismo lugar que hace un siglo la vio nacer y que cuatro años después de su muerte se convirtió en el Museo Frida Kahlo. Las últimas palabras que Frida escribió en su diario fueron: “Espero que la marcha sea feliz y espero no volver”.