Por Santiago Fraga

La lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo por recuperar a sus nietos sentó precedentes de todo tipo. Además de todos los logros judiciales, en el camino de búsqueda de este grupo de mujeres que en plena dictadura, a fines de los 70′, se reunían en confiterías y fingían ser maestras jubiladas festejando un cumpleaños para poder pasarse datos útiles con los que pudieran encontrar a sus nietos apropiados, se obtuvieron logros para toda la humanidad. Uno de ellos fue de gran importancia en el campo de la ciencia, y tiene que ver con el “índice de abuelidad”.

Pero, ¿cómo llegaron las Abuelas argentinas a influír en la ciencia moderna? Todo se remonta a aquellos últimos años de la década del 70′.

Mientras aquellas mujeres se encontraban en la búsqueda de los descendientes de sus hijos desaparecidos, que habían sido entregados a otras familias o apropiados por los propios represores que llevaban adelante lo que fue la última dictadura cívico militar argentina, surgió un inconveniente.

Pese a que en la información que recopilaban encontraban datos sustanciales, por más que una de ellas lograra identificar a su nieto o nieta y hubiera estado convencida de eso, debían de obtener alguna prueba que resultase irrefutable jurídica y científicamente para demostrar (y demostrarse) que esos niños eran quienes creían que eran.

En aquel momento, una mañana de 1979, apareció una noticia en el diario que terminaría siendo una pieza clave en el rompecabezas que estaban intentando armar. En Estados Unidos, un hombre se realizaría un análisis de sangre para demostrar su paternidad. ¿Podría hacerse una prueba similar para abuelos y nietos?

Ante semejante duda, las Abuelas comenzaron a recorrer sin éxito universidades y academias del mundo en busca de una respuesta, hasta que un grupo de científicos en Nueva York les daría esperanzas y aceptaría el desafío.

En la Universidad Cornell, de la ciudad estadounidense, se encontraba Víctor Penchaszadeh, un genetista argentino que años atrás se había exiliado del país tras un intento de secuestro por parte de la Triple A. Él sería el primero en decirles, tras varias desilusiones, que era posible lograr esa comprobación y que trabajarían duro para llegar a ese hallazgo. Para ello, Penchaszadeh reuniría a un grupo de científicos, entre los que se encontraba la hoy premiada y renombrada genetista Mary-Claire King.

Previo a este trabajo, en el currículum de King se podía encontrar el haber logrado demostrar a principios de los 70′, a través de un análisis comparativo de proteínas, que humanos y chimpancés eran un 99% idénticos geneticamente.

“El mayor problema científico planteado por las Abuelas era la forma de obtener una prueba definitiva de la identidad de un niño, dado que los padres estaban desaparecidos y presuntamente muertos. Este problema era mucho más difícil que las pruebas de paternidad, sobre todo en la década de 1980, antes de la prueba de ADN moderno”, aseguró King en una entrevista con el diario español El País en 2015.

En el ADN es donde se encuentra la base física de la herencia. Cada molécula está compuesta por dos cadenas de nucleótidos, que pueden ser analizados. Los genes existen de a pares denominados “alelos”, siendo uno heredado de la madre y otro del padre.

El descubrimiento que alcanzaron los expertos genetistas fue que, como cada padre a su turno había heredado un par de su madre y otro par de su padre, los alelos del nieto serían entonces copia del de sus abuelos. Entonces, con la comparación de los genes de dos o más individuos de esa generación, se establecería con exactitud la existencia o no del parentesco.

La eficacia del análisis resultaba de un 99,9% para comprobar la filiación entre un abuelo y un nieto, con lo cual las abuelas habían encontrado en sus propios cuerpos la llave para recuperar a sus nietos y hacer tambalear ese plan sistemático del Gobierno que implicaba el robo de bebés.

No obstante, sería recién hasta el 11 de diciembre de 1983 que la Justicia comience a aceptar el análisis como prueba jurídica. Así, en junio 1984, Paula Eva Logares fue la primera en recuperar su identidad a través de este método.

Paula había sido inscripta como hija propia por el subcomisario de la policía bonaerense Rubén Lavallen y Raquel Leiro, su esposa, y fue recuperada luego de haberse iniciado las acciones legales en donde se ordenó realizar el estudio, que terminó demostrando que era hija de Mónica Grinspon y Ernesto Logares, desaparecidos en 1978. Tres años más tarde, Elena Gallinari Abinet sería la primera en ser localizada nacida en cautiverio.

Banco Nacional de Datos Genéticos

Según los documentos oficiales de Abuelas de Plaza de Mayo, a mediados de la década de 1980, tras la eficacia demostrada con el «índice de abuelidad», se impulsó la creación de un banco para almacenar sus perfiles genéticos, garantizando de esa forma la identificación de sus nietos aún cuando ellas ya no estuviesen vivas.

Fue así que el Congreso de la Nación en 1987 creó por ley el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), encargado desde entonces de resolver la filiación de las niños y niños apropiados durante la última dictadura militar.

Allí se encuentran almacenadas todas las muestras de los familiares que buscan a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado, y de todas las personas que sospechan ser hijas de desaparecidos, sumando con los años las técnicas más avanzadas de identificación genética y forense.

(1) Foto: Abuelas
(2) Referencias: Abuelas y El País.