El 20 de febrero de 1827 el ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata vencía al Imperio del Brasil, asestándole una dura derrota en la «Batalla de Ituzaingó», enfrentados por el control de la Banda Oriental en manos brasileñas desde 1820.

El Ejército de Operaciones, una vez instalado en la Banda Oriental, pasó a llamarse “Ejército Republicano”. Hacia fines de 1826, el impulso de Alvear había dado sus frutos. Jefes probados como Soler, Paz, Brandsen, Lavalle, Olavarría, Mansilla e Iriarte integraban la oficialidad; Luis Beltrán, el colaborador de San Martín, estaba encargado del parque. El ejército contaba con unos 5.500 hombres. Alvear, inteligentemente, desdeñó sitiar las plazas fortificadas de Colonia y Montevideo y se lanzó directamente hacia el noreste, para hacer del territorio enemigo el teatro de la guerra.

Las tropas partieron de Arroyo Grande el 26 de diciembre. Se marchaba cubriendo unos 13 kilómetros diarios, en una época calurosa y seca en la que abundaban los incendios de campos. El suelo era yermo, sin ganado ni cultivos, y el único alimento de la tropa era la carne. La escasez de agua dificultaba la marcha, pero Alvear insistía en su plan: una ofensiva sobre la base de la sorpresa y una batalla decisiva, para lo cual se marchaba por lugares desiertos y sin caminos.

Por su parte, el ejército imperial estaba distribuido en varios puntos de la frontera con la Banda Oriental. Contaba con más de 10.000 hombres a las órdenes del marqués de Barbacena, cuyo objetivo era expulsar a los republicanos al otro lado del río Uruguay, para atacar Entre Ríos y obligarlos a firmar la paz. Hubo encuentros parciales como el de Bacacay, en febrero de 1827, en el que Lavalle atacó la división de Bentos Manuel, que debió retirarse, y el de Ombú, dos días después, cuando Mansilla cayó sobre los enemigos que lo perseguían.

Se cuenta que en medio de la confusión el jefe argentino ordenó retirada, pero Segundo Roca, padre del futuro presidente, arrebató la trompeta al soldado, lo que hizo posible la carga decisiva. Cinco días después tuvo lugar la batalla más importante de la guerra, en pleno territorio brasileño. Cuando los argentinos intentaban cruzar el río Santa María por el Paso del Rosario (nombre con el que se conoce en Brasil la batalla que en la Argentina se llama Ituzaingó), fueron descubiertos por el enemigo. Hubo que retroceder e incluso destruir equipos, para colocarse en una posición favorable, El 20 de febrero de 1827, se avistó al ejército imperial desplegado en forma de batalla; a las 7 de la mañana comenzó el fuego, que se prolongó durante doce horas.

Lamentablemente, los brasileños lograron retirarse, dado que la caballada republicana estaba agotada. Sin embargo, se pudo destruir la mayor parte de la fuerza enemiga y se capturaron el parque y los trofeos. En realidad, la batalla se libró sin una adecuada dirección por parte de Alvear, y los triunfadores –como escribiría Paz- fueron los jefes de cuerpo, que siguieron sus “inspiraciones del momento”.

Paz agrega que Ituzaingó “puede llamarse la batalla de las desobediencias pues allí todos mandamos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”. Posteriormente tuvieron lugar otros dos encuentros parciales, pues el triunfo de Ituzaingó, aunque resonante, no bastó para aniquilar al ejército imperial. En abril, en Camacuá, el general Paz triunfó de manera tan rotunda que el marqués de Barbacena fue destituido. En mayo, en Yerbal, Lavalle logró la victoria, aunque debió ser reemplazado por Olavarría a causa de sus heridas. Al comenzar la estación lluviosa, el Ejército Republicano dejó el territorio de Río Grande y se estacionó en Cerro Largo.

El estado de las caballadas era tan lamentable que para llegar a destino los jinetes debían andar a pie a razón de un día de marcha por dos de descanso. Además, el creciente malestar que causaba Alvear entre los oficiales minaba la unidad del ejército. Así le escribía San Martín a Tomás Guido: “Este joven (Alvear) ha declarado odio eterno a todos los jefes y oficiales que han pertenecido al Ejército de los Andes”, y alegaba que como era un ignorante del oficio militar, no quería tener a su lado a los probados veteranos de las guerras emancipadoras.

En julio de 1827, el general Alvear fue relevado por el encargado de las relaciones exteriores, Manuel Dorrego, pues Rivadavia había renunciado a la presidencia de la República y cada provincia había recuperado su autonomía. El nuevo jefe del ejército fue el general Lavalleja, que tampoco contaba con el beneplácito de la oficialidad argentina. La guerra languidecía por agotamiento de los contendientes; las únicas batallas que se libran eran navales y sus protagonistas mayoritariamente ingleses. El jefe de la escuadra bloqueadora del Río de la Plata era inglés y, curiosamente, el almirante de la flota republicana había nacido en Irlanda, aunque Brown era un criollo de alma y por sentimiento.