Por Rubén Alejandro Fraga

“Una carrera es una cosa maravillosa, pero no sirve para acurrucarse contra ella en una noche fría”. La cita es de la actriz de cine, cantante y modelo estadounidense Marilyn Monroe, icónica estrella de Hollywood que marcó una época y de cuya prematura muerte se cumplen este lunes 57 años.

La meteórica carrera de Marilyn fue la clásica historia de la chica pobre que se hace rica. Su nombre real era Norma Jean Baker Mortenson, y sus orígenes eran muy humildes.

Nacida en Los Ángeles, California, el martes 1º de junio de 1926, sobrevivió a una infancia muy desgraciada y marcada por los reiterados abusos para convertirse en la estrella de la pantalla grande más idolatrada de su época. Su madre sufría ataques de locura y la niña pasó de hogar en hogar y de orfanato en orfanato. Hija de padre desconocido, fue registrada con el apellido de su padrastro: Mortenson.

A los 15 años fue violada y quedó embarazada. Entregó a su hijo a un orfanato. Con 18 años inició su carrera como modelo fotográfica y a partir de 1946 comenzó a interpretar pequeños papeles secundarios en películas de bajo presupuesto.

Su oportunidad le llegó de la mano de Groucho Marx en la película Amor en conserva (1950). Era insegura e impuntual y retrasaba todo lo posible el momento de ponerse ante las cámaras: llegó a repetir hasta 65 veces algunas de sus escenas.

El reconocimiento vino con el musical Los caballeros las prefieren rubias (1953) y su aparición en el primer número de la revista Playboy.

Estudió en el Actors Studio con Paula y Lee Strasberg y demostró su vena dramática en Bus Stop (1956) y Con faldas y a lo loco (1959). Durante el rodaje de ese film, dirigido por Billy Wilder, Marilyn llegaba todos los días al plató dos horas tarde. A veces, se encerraba en su camarín y se negaba a salir. Wilder se hartó tanto que se aseguró de que no la invitaran a la fiesta de fin de rodaje.

Sus biógrafos cuentan que a Marilyn le gustaba la música de Louis Armstrong, Ludwig van Beethoven y Wolfgang Amadeus Mozart, su perfume favorito era el Channel Número 5, su tienda era Bloomingdale’s, y su bebida preferida era el champán Dom Perignon cosecha 1953.

El color natural de su pelo era castaño, se lavaba la cara 15 veces al día, debido a un temor a las manchas, y consideraba que el lado derecho de su rostro era su mejor perfil.

“El hombre tiene que estimular el ánimo y el espíritu de la mujer para hacer el sexo interesante. El verdadero amante es el hombre que la emociona al tocarle la cabeza, sonreír o mirarla a los ojos”, sostuvo.

Apareció en 29 películas y el American Film Institute la considera entre las 10 mejores estrellas femeninas de todos los tiempos.

Una diosa desgraciada

Pero la diosa era desgraciada (“es mejor estar sola que infeliz con alguien”, decía), y el domingo 5 de agosto de 1962 la hallaron muerta con un tubo vacío de sedantes. Tenía 36 años. El informe policial tildó el hecho como un “probable suicidio”, pero por falta de pruebas los investigadores dejaron abierta la sospecha de que hubiera sido asesinada.

En su funeral, Lee Strasberg dijo: “Ella era el símbolo de la feminidad para todo el mundo”. Era la rubia con la que muchos fantaseaban. Pero no se sentía cómoda con su imagen y sufría. “¿Qué tan bueno es ser Marilyn Monroe? ¿Por qué no puedo simplemente ser una mujer normal? Una mujer que puede tener una familia… Me conformaría con un solo bebé. Mi propio bebé”, confesó.

Para colmo, sus cuatro matrimonios (con el militar James Dougherty, el guionista Robert Slatze, la estrella del béisbol Joe DiMaggio, y el dramaturgo Arthur Miller) no le dieron la seguridad que buscaba. “Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, pierdo el control y a veces soy difícil de lidiar. Pero si no puedes lidiar conmigo en mi peor momento, definitivamente no me mereces en el mejor”, dijo una vez.

Al terminar de rodar Vidas rebeldes (1961), su último film, el abuso de alcohol y medicamentos la había deteriorado tanto que el director John Huston predijo: “Dentro de poco estará muerta o en un sanatorio”.

Así, el tratamiento psiquiátrico no fue suficiente para salvarla de sus demonios o de sus poderosos amantes (entre los que figuraba el presidente John F. Kennedy), que compartieron su cama pero no su corazón.