El cerebro de hombres que ejercen maltrato sobre sus parejas funciona distinto al de otro tipo de violentos, reveló un estudio internacional que -según especialistas en neurociencias de Argentina- puede ser útil si no lleva a una conclusión falsa: que la violencia de género puede solucionarse con una pastilla.

Se trata de «uno de los tres únicos estudios que se han realizado en el mundo a través de la resonancia magnética funcional (RMF) para analizar el cerebro de los ‘maltratadores'» (es el término utilizado en el estudio), un terreno casi inexplorado a nivel de la neurociencia.

La investigación de la Universidad de Granada (UGR), que fue difundida por la prestigiosa revista Social Cognitive and Affective Neuroscience, arrojó una conclusión: hay una actividad cerebral particular en estos violentos.

Para Miguel Pérez García, jefe de la investigación y quien probó que el cerebro de los «maltratadores» funciona distinto al de otros violentos, «los resultados del trabajo podrían tener implicaciones importantes para una mejor comprensión de la violencia contra las mujeres».

El estudio consistió en mostrarles a ambos grupos (20 hombres con antecedentes de violencia de género y otros 20 hombres que cometieron delitos) fotografías con escenas de violencia de género, y neutras), mientras se les practicaba una RMF.

El resonador permitió advertir que los «maltratadores», en comparación con los otros hombres evaluados, tuvieron «una mayor activación en la corteza cingular anterior y posterior y en la corteza prefrontal medial, que en la corteza prefrontal superior», según el informe.

Estas áreas, que se activaron más en los «maltratadores» que en el resto de los hombres evaluados se asocian al procesamiento de las emociones, al juicio moral y a la empatía, según las conclusiones del trabajo.

Al tener una mayor activación, aclara el informe, esas áreas revelan una falla en la regulación de las respuestas que exigen procesar las emociones, juzgar si la respuesta es correcta o no, y encontrar alternativas distintas para conectar empáticamente.

Sandra Báez, investigadora del Instituto de Neurociencia Congnitiva y Traslacional (INCYT), que depende de la Fundación Favaloro, del Conicet y de INECO, destacó la importancia del estudio «por incursionar en una problemática poco explorada» pero advirtió «que no podemos decir que hay una relación causal entre el funcionamiento cerebral de una persona y una conducta determinada».

«Es cierto que la falta de regulación emocional puede provocar estrategias desadaptativas (que impiden enfrentar determinada demanda del ambiente) como la incapacidad de buscar entre varias alternativas la resolución de un conflicto», explicó Báez a Télam, a modo de ejemplo.

Pero de ninguna manera, señaló la especialista, «podemos decir que estos hombres maltraten a sus parejas porque tengan un funcionamiento diferente al de otros violentos».

«En ningún momento el estudio relacionó la información proporcionada por la RMF sobre el funcionamiento de cerebro con variables psicosociales, sociodemográficas, y culturales, aunque la obtuvo mediante entrevistas», opinó.

Miedo, ira o rabia, temor a ser abandonados, aumento de la ansiedad y obsesiones sobre la pareja son algunos de las alteraciones psicológicas recogidas durante las entrevistas hizo el equipo de Pérez García, en el marco del estudio.

La investigación recogió además datos sobre «la situación de la pareja, si había convivencia, si estaban casados, si había abuso de sustancias, dependencia económica y qué tipos de violencia ejercía el agresor, entre otras condiciones».
«Sin embargo, ninguna de estas condiciones quedaron relacionadas en la investigación con el funcionamiento del cerebro», concluyó Báez.

Más contundente aún fue la crítica de Roberto Rosler, neurocirujano, investigador y docente de la Universidad Católica Argentina (UCA) que calificó el enfoque del estudio como de «reduccionismo biológico».

En coincidencia con Báez, que consideró el estudio parcial e insuficiente, Rosler cuestionó el tamaño de la muestra y coincidió en que una sola variable (biológica) no alcanza para «explicar una problemática compleja como es la violencia de género».

«El reduccionismo biológico limita a un tema de ‘áreas cerebrales’ y ‘neuronas’ las conductas humanas que son, en realidad, multifactoriales», sostuvo Rosler, quien admitió que «no es violento el que quiere sino el que puede».

Es decir: «tiene que haber características orgánicas que sustenten la conducta pero -por si mismas- no determinan comportamientos», por lo cual «de ese análisis se desprende que el abordaje deberá ser interdisciplinario».

«La violencia de género no se cura con psicofármacos», añadió el neurocirujano y cuestionó los estudios que «parecen tener un interés más ligado al mercado que a los aportes que pueda dar la ciencia».

No obstante, ambos neurocientistas coincidieron en que personas violentas pueden tener asociados -y ocurre con bastante frecuencia- trastornos de personalidad o cuadros psiquiátricos que requieren de medicación, pero siempre deben abordarse interdisciplinariamente.