Por Alejandro Maidana

«El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro”, Concepción Arenal

El delito de trata de personas consiste en el traslado forzoso o por engaño de una o varias personas de su lugar de origen (ya sea a nivel interno del país o transnacional), la privación total o parcial de su libertad y la explotación laboral, sexual o similar.

Sorteando el peor de los escenarios y tratando de sepultar los espinosos recuerdos de su adolescencia, Vanina dialogó con Conclusión para dar a conocer su dolorosa historia.

— ¿Cómo fue tu vida previamente al desenlace del rapto que la termina de transformar?

— Muy dura. Me tocó crecer en un círculo de violencia en donde mi madre era golpeada, humillada, denigrada, y en ese entorno, tenía que generar mis sueños de un futuro mejor. Me sentía tan indefensa como ella. La veía llorar a escondidas y yo no podía tenderle una salida a tanto dolor.

— ¿No tuviste una posibilidad de cambiar de aire ante la opresión familiar?

— Provengo de una familia muy humilde, repleta de carencias tanto materiales como afectivas, es por eso que una nunca pudo pensar en una salida. Considerás que es lo que te tocó y tenés que cargarlo hasta el final de tus días. Es más, en mi cumpleaños de 15, lejos de disfrutarlo como toda adolescente, sufrí el intento de violación por parte de un familiar cercano. Mis días eran una pesadilla que no tenía final y en la cual sobrevivir era mi meta.

— Por lo que contás, los días difíciles no cesaban en tu adolescencia. ¿Tuviste la posibilidad de concurrir al colegio?

— Sí, claro. Estudiaba hasta que uno de los tantos sucesos perversos que me tocó enfrentar en mi vida me arrancó de la escuela. Sufrí la violación por parte de tres personas que no conocía. Debido a eso, me quitaron la posibilidad de seguir estudiando. Lamentablemente, mi círculo afectivo no me apoyó. Me hicieron sentir culpable de algo que no busqué. Es por eso que decidí ir por un trabajo cama adentro. Lo veía como una vía de escape ante tanta injusticia que se cometía conmigo.

— A lo laboral lo considerabas como una vía de escape. ¿Qué rescatas de esa experiencia?

— Muy pocas cosas. Mi vida está plagada de situaciones oscuras y desagradables. Mi segunda posibilidad laboral fue en una imprenta, y debido a mi enorme grado de vulnerabilidad tuve que tolerar el abuso de mi patrón. Considero que las personas de malas entrañas perciben el momento que atravesás y en lugar de tenderte una mano, buscan sacar un provecho del mismo. Duele muchísimo, pero es una tremenda realidad. En ese ínterin, decidimos huir de nuestra casa con mis hermanos, cansados de la situación de violencia que se vivía en la misma. Eso movilizó a mi papá a buscarnos. Debo decir que desde ese momento, él experimentó un cambio positivo para con todos nosotros.

— Pensar que después de todo esto vendría algo peor es inimaginable. ¿Cuándo sufrís el rapto que te privaría de la libertad durante años?

— Parece un cuento de terror y de hecho lo es. Antes de cumplir mis 18 años, me encontraba cuidando de una mujer y manteniendo el orden de la casa. Un día, como otros tantos, me dirijo a realizar las compras cuando una persona que no alcance a ver me toma por la espalda y con un pañuelo en la boca me produce el desmayo. Cuando recobro el conocimiento, ya me encontraba en una cama atada con precintos y sogas y sumamente golpeada. Después de tanto gritar y llorar desconsoladamente, aparece en escena un hombre de contextura física muy robusta, que me dice que por más que grite ahora yo ya tenía dueño. Bajo amenazas de muerte hacia mi familia y a mí para no intentar escapar o defenderme, pude darme cuenta que allí comenzaría otro calvario en mi triste vida.

— ¿Esta persona te dijo en qué lugar te encontrabas y para qué?

— Sí. Con absoluta impunidad me dijo que su nombre era Rubén, que este era un cabaret de Venado Tuerto y que si no seguía las ordenes que me iban a impartir, me golpearían hasta sangrar. Me cansé de ver ojos negros, bocas rotas y moretones por todo el cuerpo de chicas que caían en el mismo infierno que yo. Adolescentes desde los 13 años, rosarinas, riojanas, misioneras o paraguayas, que llegaban engañadas o directamente raptadas como lo fue en mi caso.

— ¿Cómo era el manejo interno?

— Éramos 20 chicas que nos turnábamos para los servicios sexuales. En el mismo lugar funciona una barra de tragos y lógicamente se consigue todo tipo de drogas. Lo que calculamos es que a $10.000 que hacíamos cada una, nos daba que sólo de explotación sexual esta gente embolsaba $200.000 diarios. A esto habría que sumarle lo que les dejaba la venta de alcohol y de drogas. Un negocio tan redondo como oscuro. Es por eso que no se busca erradicar ni combatir. Nosotras no recibíamos plata por lo que hacíamos, sólo nos daban la comida y algo de ropa. Es algo tan aberrante que cuesta creerlo.

— Con ese panorama cuesta creer en que hayas podido escapar. ¿Quién te ayuda a salir de ese lugar tan inhumano?

— Tuve la suerte de caerle en gracia a un asiduo cliente del lugar, que junto a uno de los empleados del local me ayudaron a escapar. Fueron tres años y medio que padecí todo aquello que un ser humano puede pasar. Me obligaron a vender mi dignidad de mujer, me devastaron física y psicológicamente, y violaron todos mis derechos legales y morales. Hoy lucho por transformar mi vida junto a aquellas personas que se acercaron para tenderme una mano y estrecharme su corazón.

— Después de este relato tan escabroso que cuesta digerir, la pregunta obligada es saber si este lugar sigue funcionando.

— Hasta donde sé, la misma gente que regenteaba este cabaret tenía otro en Teodelina. La realidad es que esto es moneda corriente en nuestro país. No existe una ruta que no tenga un lugar en donde camioneros, policías y jueces, entre otros, paren a saciar sus bajos instintos. Es por eso que no voy a dejar de luchar hasta que paguen. Este horroroso lugar sigue funcionando detrás de donde se encontraba antes de mi huida. Protegido por el poder político, judicial y el accionar cobarde de la policía. Hoy tengo las fuerzas, el respaldo y por sobre todas las cosas, muchas ganas de comenzar a vivir esa vida que soñé desde mis primeros días.

Vanina es sólo uno de los tantos casos de abuso y explotación sexual que abrazan a este enajenado país. La fuerza de sus tres hijos, junto a esa que viene desde lo más profundo del alma, la empujó no sólo a luchar por un mundo sin violencia, sino a sembrar una semilla de fe que pueda transformar la realidad. No a la trata.