Las autoridades sanitarias se dedicaron a informar a la población mundial sobre los síntomas de la enfermedad COVID-19, mejor conocida como coronavirus, que son entre otros la tos y la fiebre; sin embargo, también es posible que estos no aparezcan de la mano con el virus.

Más tarde, los científicos comprobaron que la neumonía o la fiebre son apenas unas de las posibles manifestaciones del coronavirus, por lo que pueden existir muchos «portadores silenciosos» que sin saberlo estén contagiando a otras personas.

Los estudios realizados en China detectaron también que el COVID-19 puede afectar a órganos como el corazón, el aparato digestivo o el riñón. Sin embargo, la clave de la rápida expansión de la pandemia son los que no sienten nada «raro» en su cuerpo.

Sumado al largo período de incubación en el cuerpo -que supera las dos semanas- y su capacidad de sobrevivir en ciertas superficies, se trata de un virus sumamente contagioso e invisible que ataca a lo largo y ancho del mundo.

Con respecto a los portadores silenciosos, se estima que la ciudad china de Wuhan, donde comenzó todo, dejó escapar al 86% de los infectados porque no tenían síntomas ni se sentían enfermos, lo que causó la rápida propagación del virus.

«Las infecciones indocumentadas fueron la fuente de infección para el 79% de los casos», señala el informe, cuyo resultado se alcanzó con un modelo matemático que toma en cuenta las interacciones de los «enfermos invisibles».

El profesor de ciencias de salud ambiental en la Universidad de Columbia, Jeffrey Shaman, sostuvo que «la explosión de los casos de COVID-19 en China fue impulsada en gran medida por personas con síntomas leves, limitados o inexistentes que no fueron detectados».

Otro estudio de la Imperial Collegue de Londres, que dio alarma al mundo e inspiró el confinamiento, estima que la mitad de los pacientes del coronavirus no fue identificada, por lo que era necesario tomar las medidas de precaución correspondientes.

Por otro lado, es una enfermedad que se aleja de las conocidas, ya que en las anteriores epidemias los síntomas se presentaban más rápido y podían tratarse a tiempo, como lo fue el caso del ébola que no expandió mucho más allá del continente africano.

Por eso la importancia de las pruebas de detección es clave para ayudar a que descienda la curva de enfermos. La OMS instó a realizar «pruebas» a todos los casos sospechosos, pero los países más afectados como Italia, España y Francia solo la realizan a los más graves.

En contrapartida, Alemania está manejando mejor la situación ya que no obligan a realizar los test en los hospitales, donde se produciría un amontonamiento de gente, sino que lo hacen por su parte los médicos de cabecera.