Treinta y cinco años después del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero, el Vaticano reconoció que hubo una campaña para denigrar al religioso centroamericano, cuya beatificación estuvo bloqueada en la época de Juan Pablo II y reivindicada en la nueva era de Francisco, que lo considera un modelo para América Latina.

La Comisión de la Verdad para investigar los crímenes durante el conflicto armado en El Salvador señaló al mayor de inteligencia Roberto D’Aubuisson, fundador del partido de derecha Alianza Republicana Nacionalista, como el autor intelectual del crimen.

Asesinado en San Salvador cuando oficiaba misa el 24 de marzo de 1980 por un francotirador contratado por la ultraderecha, monseñor Romero fue tildado tanto en los últimos años de su vida como después de muerto de ser «un desequilibrado», «un marxista», un «títere manipulado por curas de la teología de la liberación
que le escribían sus encendidos sermones» contra la oligarquía, las injusticias sociales y la represión en su país.

Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, a unas 99 millas al este de la capital, en el departamento de San Miguel. Fue el segundo de ocho hermanos de una familia formada por Santos Romero, un telegrafista y empleado de correos, y Guadalupe Galdámez.

El papa Francisco aprobó el 3 de febrero pasado el decreto para su beatificación, en el que se reconoce el «martirio» del arzobispo «in odium fidei», es decir, que fue asesinado por «odio a la fe».

El libro «Si me matan, resucitaré en el pueblo. Inéditos 1977-1980», publicado por Editrice Missionaria, recoge por primera vez esos escritos.

El arzobispo italiano Vincenzo Paglia, actual presidente del Consejo Pontificio de la Familia y postulador de la causa de beatificación de monseñor Romero, reconoció en febrero pasado las numerosas trabas que el proceso sufrió.

En el prefacio, monseñor Vincenzo Paglia, destaca que sus cartas definen «el verdadero rostro del obispo-mártir, en que emerge con fuerza la conciencia de ser el blanco de los violentos por su fidelidad al Evangelio».

«De no haber sido por el papa latinoamericano Francisco Romero no hubiera sido beatificado», confesó.

«No hay que desanimarse por la persecución que nos prende en su mira, más bien verla como una señal de que estamos realmente tratando de construir el reino de Dios», escribió Romero en 1978.

En una carta a un coronel rechazó las acusaciones de ser un representante de la ideología marxista.

Escribe Romero: «Otra manera de acusar a la Iglesia de infidelidad es tratar de hacer pasar por marxista la acción de la Iglesia cuando ésta recuerda los más elementales derechos humanos y pone todo su poder institucional y profético al servicio de los pobres y los débiles».

Y rechaza imputaciones: «La Iglesia está siempre interesada sólo en defender los derechos fundamentales de la persona en el ejercicio de los bienes materiales. La mueve el interés ético de la fe. A la Iglesia no le interesa ninguna ideología», añade. «Ni siquiera el actual sistema capitalista y materialismo práctico», reafirma Romero.

«Cuando la Iglesia trata de ser levadura, sal y luz en medio de tanta oscuridad y tanta podredumbre, es atacado en la vida de sus sacerdotes», sentencia.

Acusaciones, denuncias y críticas lanzadas por diplomáticos, políticos, religiosos y hasta cardenales.

Intrigas y presiones que frenaron el proceso de canonización de monseñor Romero, quien será finalmente beatificado el próximo 23 de mayo en su ciudad, 19 años después de que el proceso fuera abierto oficialmente por el Vaticano en 1997.

 

-Los enemigos de Romero-

Entre los enemigos de Romero dentro del Vaticano figuran dos influyentes cardenales, los colombianos Alfonso López Trujillo, ya fallecido y conocido por sus posiciones ultraconservadoras y Darío Castrillón Hoyos, jubilado, los cuales ocupaban en la década del 90 importantes cargos en la Curia Romana.

«López Trujillo temía que la beatificación de Romero se transformara en la canonización de la Teología de la Liberación», recordó Andrea Riccardi, fundador de la comunidad de San Egidio, el movimiento católico que apoyó y financió la causa de Romero.

Los enemigos de la canonización del prelado centroamericano arremetieron aún antes de que la causa fuera abierta formalmente y lo criticaban por su cercanía al teólogo jesuita Jon Sobrino, censurado por años por el Vaticano como uno de los grandes exponentes de la Teología de la Liberación, quien sobrevivió a la matanza perpetrada en 1989 por militares salvadoreños contra seis compañeros jesuitas.

Los problemas doctrinales, el extenuante análisis de sus homilías, el temor de una instrumentalización ideológica por parte de la izquierda de su beatificación fueron algunos de los argumentos para obstruir la causa.