Rudolf Hess, el lugarteniente de Adolf Hitler que durante la Segunda Guerra Mundial protagonizó un hecho curioso al viajar a Escocia para una supuesta misión de paz del Führer, se ahorcó hace 30 años cuando purgaba delitos de lesa humanidad.

Cuando Hess puso fin a su vida, el 17 de agosto de 1987, era el único prisionero desde hacía veinte años de la prisión de Spandau, construida por los Aliados (Estados Unidos, Rusia, Francia y Gran Bretaña) en Berlín para alojar a los jerarcas del nazismo.

Hess permaneció 40 años en dicha cárcel y en numerosas oportunidades reclamó su libertad que le fue denegada por la tajante oposición de la entonces existente Unión Soviética.

Sus defensores alegaban cuestiones humanitarias (algunos incluso ponían en duda la magnitud de los crímenes nazis), mientras se desarrollaba en Francia el proceso judicial contra el agente de las SS y la Gestapo (policía) Klaus Barbie, llamado «El carnicero de Lyon», deportado desde Bolivia.

Barbie era un nazi fanático, educado por Hitler y Hess. Fue condenado finalmente a cadena perpetua.

El 10 de mayo de 1941, en plena ofensiva alemana, Hess protagonizó uno de los hechos más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial: viajó en un avión a Escocia y se arrojó en un paracaídas para una supuesta misión de paz.

Los británicos no entendían que hacía allí el hombre que había participado con Hitler del putsch (golpe) de la cervecería de Munich en 1920, y que había ayudado al Führer a redactar su autobiografía Mein Kampt (Mi lucha).

Desde el principio de su llegada a Escocia, Hess fue mantenido como un prisionero en lugar de ser tratado como un enviado de paz, y poco después fue encarcelado en la Torre de Londres hasta el final de la guerra.

Hitler dijo que no tenía conocimiento de la misión y advirtió que el Partido Nazi declararía «insano» a Hess.

Algunos historiadores, sin embargo, creen que Hess estaba llevando a cabo el deseo de Hitler de lograr un acuerdo con los británicos, en momentos en que Alemania estaba a punto de invadir Rusia, con el fin de evitar que peleara en dos frentes a la vez.

En aquellos años, el primer ministro británico, Winston Churchill pensaba que Hess era un tema médico más que un caso criminal.

«Se sabe muy poco de su personalidad. Hess estaba siempre a la sombra de Hitler.

Prácticamente era su asistente. Era una especie de ‘monje negro’. En las asambleas del partido, a las que concurrían multitudes, Hess era el que llamaba a aclamar al líder (eso se ve en el filme ‘El triunfo de la voluntad’)», dijo a Télam Abraham Zylberman, profesor de historia de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Para este historiador, especializado en el Holocausto, Hess formó formó parte del círculo íntimo del Führer. «Por eso fue llevado al juicio de Nüremberg. Si bien durante los años más terribles de la guerra estuvo preso, había formado parte de la camarilla que planeó los crímenes del nazismo».

Nacido el 26 de abril de 1894 en Alejandría, Egipto, Hess era el segundo en la línea (después del as de la aviación Herman Göring) para suceder a Hitler.

En el juicio de Nüremberg, la ex Unión Soviética pidió la pena de muerte para Hess, pero Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña -los otros tres grandes vencedores de la contienda- estuvieron de acuerdo en que fuera condenado a cadena perpetua.

Se lo declaró culpable de lanzar una guerra de agresión y otros crímenes contra la paz.

Con Hess murió el último representante de la cúpula del nacionalsocialismo alemán, cuyo cautiverio se había convertido en el símbolo de la expiación de los crímenes nazis que causaron seis millones de muertos en el Holocausto, en su mayoría judíos.

Era un anciano de 93 años que hablaba solo ante la mirada burlona de sus carceleros. Su condena tenía también un costado simbólico. El mundo no había olvidado -ni olvidará- los crímenes nazis.