Un 9 de octubre, pero de hace 51 años, Ernesto ‘Che’ Guevara era asesinado por la dictadura boliviana en una escuela de la pequeña localidad de La Higuera, tras haber sido capturado un día antes en la Quebrada del Churo.

Más de medio siglo ha pasado de la muerte de uno de los personajes más icónicos del comunismo y la lucha revolucionaria, pero su legado aún continúa escribiéndose y analizándose a cada paso que da la sociedad.

Este martes, Luis “Lucho” Molinas presentó en el Teatro de Empleados de Comercio su flamante libro “El Che y Bolivia”, que combina un reportaje en primera persona de un viaje realizado en representación de la Federación Universitaria Argentina a Bolivia tres meses antes del asesinato con una parte de reflexión sobre la decisión del Che de ir a aquel país y cuáles son las implicancias de su lucha en la actualidad.

En diálogo con Conclusión, el escritor, además secretario general del Partido Comunista Revolucionario en la provincia de Santa Fe, contó acerca de estas dos partes claramente definidas que tiene el libro.

“La primera es un recuerdo de un viaje que tuve que hacer en aquella época en virtud de mi participación en la Federación Universitaria Argentina, que se trataba para pedir por la libertad de un escritor francés, Régis Debray, que saliendo de la guerrila del Che había sido detenido por los militares bolivianos. Se suponía que estaba mal y entonces se formó una delegación argentina”, contó Molinas, quien además era miembro de un movimiento estudiantil nacional de acción popular que junto con una parte de la Federación Juvenil Comunista dirigían la FUA.

Para la época de aquel viaje, hacía más de un año y medio que no habí a ninguna noticia oficial sobre el ‘Che’ Guevara: “Él desaparece cuando vuelve del discurso que hace en la Conferencia de Argelia y no puede aparecer públicamente más. No hay ninguna foto más oficial que la última en el aeropuerto de La Habana”.

Sin embargo, todo el mundo sabía que en algún se encontraba y que estaba luchando. En aquel entonces, además, era público que se había armado un frente guerrillero en Bolivia, por lo que todos los comentarios indicaban que el Che estaba ahí.

“En Argentina estaba la dictadura de Juan Carlos Onganía, pero en aquella época tan particular era muy importante para todos saber si él estaba o no”, relató Luis Molinas, quien aseguró que el viaje, en ese sentido, fue desafortunado ya que “la conclusión había sido que no se sabía si el Che estaba ahí o no”, y que “si estaba, se encontraba muy aislado”.

Ese mismo viaje se dio pocos días después de la Masacre de San Juan, un terrible asalto militar a los campamentos mineros de Catavi ordenado por el presidente de facto René Barrientos Ortuño, tres meses antes de la muerte del Che.

Volver a casa y enterarse

Luego de aquel viaje, sin saber aún sobre el paradero del líder guerrillero, el 8 de octubre el gobierno boliviano anuncia que el Che ha muerto, pese a que en realidad lo asesinarían un día después.

“La inmensa mayoría no queríamos creerlo. Todos decíamos que no era cierto. No podía morir así el Che, aislado, solo, como un perro, sin que nadie supiera. Ese estado de ánimo, esa angustia, esa bronca, duró diez días, hasta que Fidel Castro anuncia en Habana que murió”, narró Molinas a Conclusión.

A partir de allí es que comienza la segunda parte de su libro, donde se vuelcan las reflexiones que desde ese momento tanto Luis Molinas como otros miles comenzaron a tener sobre por qué había sucedido eso. Si era justo, si era útil, si era necesario, y por qué no había podido aparecer el Che en ningún lado: “Es un estudio exhaustivo sobre qué pasó, para tratar de explicar por qué fue a Bolivia, que no era el peor destino sino el único posible, ya que allí dentro había condiciones favorables, pero que la izquierda boliviana, particularmente el PC, estaba decidida a que el Che no apareciera nunca más”.

A la hora de responder este interrogante, para el secretario general del PCR santafesino Guevara “hizo lo único que tenía que hacer”, y que eso fue muy útil para hoy, a 51 años, “siga siendo el Che y no sea utilizado por los enemigos y los reaccionarios”.

“Esa es la tésis principal, aunque sea dura, porque una revolución no es un baile de salón. Arrinconado, aislado, perseguido, él quería cumplir lo que le había prometido a su madre, que es un personaje muy importante en la vida del Che, de que él iba a seguir luchando contra el imperialismo, y que en una revolución se triunfa o se muere”, comenzó explicando Molinas.

¿Por qué Bolivia?

En ese sentido, en su análisis encontró que Bolivia tenía algunas cosas muy a favor para que Guevara decidiera ir a luchar allí: “Había habido una revolución muy importante en el 52, se había disuelto el ejército durante un tiempo, había un poderoso ejército minero, un movimiento estudiantil de izquierda. Eran bastantes condiciones teniendo en cuenta que el Che no quería tomar el poder en Bolivia, sino instalar un frente donde se pudieran formar dirigentes políticos y militares para toda América Latina y particularmente para la Argentina que era su sueño último volver aquí”.

Además, Molinas considera que Bolivia “es un país que apasiona porque en la América profunda (o como el Che la llama, América mayúscula), es increíble cómo nos han escondido a todos la verdadera historia del continente”, y que en la nación trasandina en particular “es donde las contradicciones llegan al límite máximo”

“Es donde fue la insurrección de Tupac Amaru; donde la Guerra de Independencia tenía miles y miles de muertos en la guerrilla del Alto Perú con Juana Azurduy; donde el proletariado minero fue uno de los más avanzados de América Latina y con una revolución donde para poder arrancarle las minas a los dueños y poder arrancar las tierras tuvieron que disolver al ejército”, describió.

El Che, 51 años después

Finalmente, en el libro también se analizan las implicancias e influencias actuales del ‘Che’ Guevara en las sociedades latinoamericanas, explicando primeramente que las causas profundas por las cuales se dio el auge revolucionario “siguen intactas”.

“Hubo gobiernos que quisieron arreglar algunas cosas, ir por caminos alternativos, fáciles, y no pudieron resolver el drama profundo de nuestra América que depende de los imperialismos y de los terratenientes. Después, de esas experiencias hay algunas más valiosas y otras más ridículas, pero de fondo no pudieron resolver eso y por lo tanto está abierto ese camino. Yo no sé si es esperanza o ciencia, pero creo que se están creando movimientos porque hay gobiernos de una vuelta de tuerca absolutamente reaccionaria, como Macri, Bolsonaro, Trump, y sin embargo, por lo menos en Argentina y en otros países que visitamos, hay un auge muy grande de la juventud, donde por ejemplo la rebelión de las mujeres forma parte, como así también lo que fue acá la lucha universitaria. Para los que nos formamos en la lucha estudiantil haber visto lo que pasó en estos últimos meses es un premio de la vida. Aquello de “obreros y estudiantes, unidos y adelante” que fue el corazón del Cordobazo. Por lo tanto, si hay algo que nosotros no hemos perdido es la fe, y si uno tiene fe, tiene esperanza”.