Con la vista clavada al piso, Manuel aún no sale del asombro de haber sobrevivido a la potente erupción del volcán de Fuego que el domingo dejó al menos 25 muertos en comunidades asentadas en las faldas del coloso, en el suroeste de Guatemala.

Descalzo y sentado sobre una delgada manta junto a su esposa y una bebé de dos meses que duerme, Manuel López, de 22 años, recuerda el momento en el que quedaron atrapados en su vivienda por una correntada de material lodoso ardiente que bajó del volcán tras la erupción y que provocó la tragedia.

«Todo eso (el material volcánico) se entró por puertas y ventanas. Había mucho calor, no se podía respirar, eso hervía», señaló a la AFP Manuel en un rincón del salón comunal de la Ciudad de Escuintla, 40 km al sur de la capital, habilitado para atender a un grupo de damnificados.

Los 272 refugiados en el albergue, de ellos casi la mitad niños, son de diferentes áreas de la aldea El Rodeo, en Escuintla, una de las zonas arrasadas por los flujos piroclásticos que descendieron del volcán.

«Logramos salir rompiendo láminas, cercos, pasando sobre paredes y logramos llegar hasta donde llegaron bomberos y soldados», explicó el sobreviviente del deslave, aunque su otra hija de 4 años fue llevada al hospital local por quemaduras en las piernas.

Según el informe de protección civil, la fuerte actividad del volcán, de 3.763 metros de altura y ubicado a 35 km al suroeste de la capital, causó la muerte de unas 25 personas -incluidos varios niños- en comunidades del flanco sur del coloso al quedar atrapadas y quemadas por el lodo caliente.

Miedo latente

Unas 3.000 personas fueron evacuadas y 653 albergadas en los departamentos de Escuintla (sur) y Sacatepéquez (oeste), que junto al de Chimaltenango (oeste) son los tres más afectados por la erupción que levantó columnas de ceniza de hasta 2.200 metros sobre el cráter.

La lluvia de ceniza recorrió decenas de kilómetros obligando a cerrar el aeropuerto de la capital y el presidente Jimmy Morales decretó tres días de duelo ante la catástrofe.

El volcán después de varias horas de intensa actividad calmó sus erupciones y las tareas de búsqueda de los desaparecidos continuarán este lunes pero el temor por lo ocurrido es evidente entre los pobladores.

«Dio miedo eso, nunca había pasado», señaló Cleotilde Reyes, una sexagenaria nacida en la aldea acostumbrada a las constantes erupciones del volcán y que logró huir momentos antes con su hija y dos nietos en la camioneta de un vecino que las alertó sobre el deslave que venía.

Apoyada en una silla plástica, la anciana no oculta el terror de haber estado tan cerca del siniestro que enlutó a su comunidad, a la que muchos ya no quieren volver por la magnitud de la tragedia y el riesgo de que vuelva a pasar.

«Tengo temor de regresar», expresó Erick Ortiz (36) mientras cuidaba el sueño de su esposa y dos pequeños hijos; la familia decidió abandonar antes la comunidad presintiendo el peligro. «Me asusté al ver la oscuridad (por la ceniza) que venía para abajo y le dije a ella (esposa) que saliéramos antes que nos atrapara», agregó angustiado.

Esperanza

Mientras la mayoría intentaba dormir y las luces se apagaban en el albergue, recostado en una pared Efraín González, de 52 años, no perdía la esperanza de encontrar con vida a su hijo de 10 años y su pequeña de 4 desaparecidos luego del deslave.

«Si esta vez nos salvamos, en otra (erupción) no», dijo González a resguardo en el refugio con su esposa y su otra pequeña hija de un año tras huir de los estragos que causó el volcán.

Otros, como Miguel Tilón (45), espera que con el transcurso de los días puedan recibir más ayuda al sentenciar: «No tenemos a dónde ir».