El duelo entre el «sultán» y el «zar» hace saltar chispas. Desde hace una semana, el turco Recep Tayyip Erdogan y el ruso Vladimir Putin libran un pulso que ha enterrado su vieja amistad y amenaza las relaciones entre ambos países.

Entre acusaciones, amenazas e insultos, la tensión entre los dos presidentes está en su máximo desde que la aviación turca abatió el 24 de noviembre en la frontera siria un cazabombardero ruso, que según Ankara violó su espacio aéreo.    La crisis diplomática tomó un cariz personal cuando Putin afirmó que «la camarilla» de su homólogo turco, incluyendo a su familia, está implicada en el tráfico de petróleo con el que se financia en Siria el grupo yihadista Estado Islámico (EI).

«Calumnias», respondió Erdogan, que lanzó la acusación contra Moscú.    Según los analistas, la guerra de declaraciones entre ambos dirigentes todavía va a durar.    «Ambos tienden a encerrarse en sus posiciones y a no ceder. Y no creo que uno u otro esté dispuesto a hacerlo dentro de poco», observa Philip Gordon, analista del Consejo sobre Relaciones Exteriores (CFR) estadounidenses.

Tanto Erdogan como Putin han construido su carrera política y su legitimidad basándose en su imagen de hombre fuerte y, sobre todo, inflexible.    «Los dos presidentes han puesto en juego su prestigio personal para llegar al poder», señala Fredrik Wesslau, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. «Su credibilidad se vería en cuestión a la menor manifestación de debilidad», añade Wesslau, «por ejemplo si piden perdón o hacen gala de conciliación».

Hasta esta crisis, sin embargo, la semejanza de carácter había hecho de Vladimir Putin y de Recep Tayyip Erdogan una pareja diplomática muy sólida. También su trayectoria política los ayudó a acercarse. Ambos

llegaron al poder gracias a una grave crisis económica, y dirigieron con firmeza sus respectivos países, sin dudar en reprimir protestas en la calle y hacer gala de un autoritarismo que según sus detractores es digno de un sultán otomano o un zar ruso.

Una cooperación dinamitada

Pese a las diferencias flagrantes sobre la crisis en Ucrania o el conflicto sirio, donde Turquía pide la partida del presidente Bashar al Asad, protegido de Rusia, su relación personal había propiciado una cooperación fructuosa.    Los rusos fueron seleccionados para construir la primera central nuclear turca en Akkuyu (sur), y los dos países debían construir juntos un nuevo gasoducto llamado TurkStream, dos proyectos que suman decenas de miles de millones de dólares.

Pero en apenas diez días, todo este idilio propiciado por intereses energéticos ha degenerado en una amarga desilusión.    Rusia ha vuelto a imponer visados a la entrada de ciudadanos turcos en su territorio, ha congelado el proyecto TurkStream y decretado un embargo sobre las frutas y verduras de Turquía.

«Lo siento especialmente, porque a nivel personal puse mucho empeño durante mucho tiempo para construir esta relación», dijo Putin sobre la crisis con Ankara, sin esconder su decepción.    En el mismo tono, Erdogan rememoró con nostalgia los buenos viejos tiempos, en los que podía darle palmaditas en la espalda a su homólogo ruso.    Putin «elogiaba mi valentía y mi audacia. Incluso comentó mucho mi honestidad y mis cualidades como hombre de Estado», lamentó el presidente turco.

Más allá de la relación personal entre ambos, la crisis actual sale del marco estrictamente bilateral.    Tres semanas después de los atentados de París, la disputa complica la formación de una gran coalición  antiyihadista, y las perspectivas de una solución política al conflicto sirio, que se exploran en las conversaciones de Viena.

«Estos dos países están en un alejamiento duradero, lo cual va complicar todavía más el trabajo de los estadounidenses en Viena», estima Philip Gordon.    Las relaciones entre Putin y Erdogan «seguro» que no volverán a ser lo mismo, confirmó el propio jefe de gabinete del presidente ruso, Serguei Ivanov.