La inestabilidad interna comenzó cuando la propia Merkel salió a disipar una posible fractura en la coalición. Días atrás, su principal socio conservador, Seehofer, la desafió al anunciar la idea de frenar la entrada de refugiados previamente registrados en otros países europeos.

La tensión interna en torno a los refugiados entre la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Interior y aliado conservador bávaro, Horst Seehofer, que hace tambalear al gobierno de coalición se dirimirá en dos semanas, el plazo que tiene la mandataria para alcanzar un acuerdo con sus socios europeos.

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La inestabilidad interna comenzó la semana pasada cuando la propia Merkel salió a disipar una posible fractura en la coalición.

Días atrás, su principal socio conservador, Seehofer, la desafió al anunciar la idea de poner en marcha su plan para frenar la entrada al país de refugiados previamente registrados en otros países europeos.

A último momento, le dio un ultimátum y le concedió a la canciller dos semanas, el tiempo que ella misma le reclamaba, para buscar soluciones dentro de la Unión Europea (UE).

Hoy, Merkel se comprometió a sellar acuerdos a escala europea y bilateral en el Consejo Europeo del 28 de junio y a consensuar una vía común con los conservadores de la Unión Socialcristiana (CSU) bávara, sus ya díscolos socios en el poder.

«Estamos de acuerdo en seguir trabajando conjuntamente para lograr el objetivo de mejorar la gestión de la política migratoria y de reducir la llegada de refugiados», afirmó Merkel en Berlín, para garantizar que no apoyará «soluciones unilaterales», informó la agencia de noticias DPA.

Sin embargo, su ministro del Interior y factótum de la restricción también hoy sentó su postura: si no hay una solución a nivel europeo, su plan se pondrá en marcha a principios de julio.

«Después de la cumbre de la UE, hablaré con la canciller. Pero si no hay resultados que tengan un efecto igual al de esta medida, no quiero ponerme manos a la obra entonces, sino que quiero ser capaz de poder reaccionar rápidamente», explicó Seehofer.

«Es inexplicable que personas que tienen prohibido entrar en el país puedan hacerlo», declaró en una rueda de prensa celebrada casi de manera simultánea a la de Merkel en Berlín. «Es básicamente un escándalo», zanjó en la reunión de la CSU, en Munich.

El plan consta de impedir el paso «inmediatamente» en la frontera alemana a los inmigrantes que tengan prohibido entrar en el país o residir en él, algo a lo que Merkel se mostró abierta.

También quieren denegar la entrada al país a personas que hayan presentado o registrado una solicitud de asilo previamente en otro país del bloque.

Pero desde Berlín, Merkel alertó hoy: «No hay automatismo alguno. Las devoluciones que no estén acordadas podrían producir un efecto dominó negativo y poner en duda todo el proyecto de unidad europeo».

El caso de los más de 600 refugiados a la deriva del buque Aquarius que reveló una profunda crisis en Europa reavivó tensiones, acuerdos y desacuerdos, sobre todo entre los nuevos gobiernos del bloque como el italiano, el francés y el español.

En este marco, Merkel, que aboga por una política migratoria menos restrictiva y que es un desafío a nivel comunitario que necesita una respuesta europea, se reunirá hoy a última hora en la capital alemana con Giuseppe Conte, el primer ministro de Italia, que endureció su política ante el asilo de inmigrantes.

A pesar de todo, la líder alemana recordó que los dos partidos alemanes conservadores tienen «el objetivo común de mejorar la gestión de la migración y el control» para evitar que se pueda repetir lo ocurrido en 2015.

La decisión de la mandataria de abrir las fronteras en plena crisis migratoria hizo que solo en 2015 llegaran aproximadamente 900.000 solicitantes de asilo a Alemania. En ese momento, Seehofer fue una de las voces más críticas y su designación como ministro de Interior en el nuevo gobierno a mediados de marzo auguraba problemas futuros.

Desde entonces, llegaron casi medio millón más y el gobierno alemán se afana por buscar una solución ante el descontento creciente de la población, que quedó reflejado en las pasadas elecciones generales de septiembre, en las que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) salió elegida tercera fuerza política con un mensaje xenófobo y antiislamista.