Miles de personas salieron a las calles de París y las principales ciudades de Francia en una jornada de paro general, convocada para reclamar un alza salarial que compense la inflación y defender el derecho a la huelga en las refinerías intervenidas por el Gobierno de Emmanuel Macron ante el desabastecimiento de combustible.

Más de 200 manifestaciones estaban previstas en todo el territorio, según anunció la CGT, uno de los gremios organizadores, en un comunicado.

La convocatoria, lanzada también por otros dos sindicatos y diversas organizaciones, afecta a funcionarios, comerciantes, estudiantes, trabajadores sanitarios, del sector de la energía y también de los transportes, entre otros.

«Pedimos un salario mínimo de 2.000 euros (1.970 dólares), que equivale a un aumento de 300 euros (295 dólares)», dijo en la radio RTL el secretario general de la CGT, Philippe Martinez, que abogó por ajustar también el resto de sueldos a la inflación.

No obstante, fue la controvertida decisión del Gobierno de obligar a trabajar al personal indispensable de refinerías en huelga la que desató esta medida de fuerza.

Unas 2.200 personas marcharon en la sureña Marsella, la segunda ciudad del país, según la policía, que cifró también, 3560 manifestantes en Le Havre (norte), 2.700 en Lille (norte) y 2.200 en Lyon (centro).

La movilización más importante se registró en París, donde se produjeron algunas tensiones al final de cortejo entre las fuerzas de seguridad y un grupo de personas vestidas de negro intentó erigir barricadas y lanzó proyectiles contra los agentes.

 

La capital y su área metropolitana fueron también las principales afectadas por las perturbaciones en el servicio de transportes, aunque fueron moderadas. Aunque todavía no hay datos globales sobre esta jornada de huelga, la CGT ya anunció una «continuación» de las protestas.

Francia, la segunda economía de la Unión Europea (UE), registró en septiembre la tasa de inflación armonizada más baja de la zona euro, un 6,2% anual, por debajo de otras economías como Alemania (10,9%), Italia (9,5%) y España (9,3%), según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat).

Pero el clima social es tenso. El temor a perder poder adquisitivo fue la principal preocupación de los franceses durante las últimas elecciones y el llamado a ahorrar energía para evitar cortes en invierno enrarece el ambiente.

Cuando Francia empezaba a pasar página de la pandemia, Rusia lanzó una ofensiva en Ucrania que, junto a la respuesta de Moscú a las sanciones occidentales, disparó los precios de la energía y de los alimentos para hogares y empresas.

Curtido por la protesta social de los «chalecos amarillos», cuyo detonante en 2018 fue el alza del precio del combustible, el Gobierno de Macron aprobó rápidamente medidas para limitar el encarecimiento de la energía.

Pero los sindicatos rechazaron la decisión del gobierno de obligar a trabajar al personal en huelga de TotalEnergies para paliar el desabastecimiento de combustible, que afecta desde hace días a casi un tercio de las estaciones de servicio del país.

Además del alza salarial, los huelguistas piden un mejor reparto de los beneficios obtenidos por el gigante energético -más de 10.000 millones de dólares en el primer semestre de 2022-, un reclamo que entiende más de la mitad de los franceses.

Al rechazar gravar estos «superbeneficios» a nivel nacional, Macron situó al gobierno «en el campo de la gran patronal, en total desconexión con una gran parte de los franceses que sufren la inflación cada día», según un editorial del diario Libération.

El Ejecutivo se dispone incluso a recurrir a un polémico método parlamentario, llamado 49.3, para adoptar su presupuesto de 2023 sin el voto necesario de la Cámara baja, que lo debate actualmente.

Macron busca así evitar las enmiendas adoptadas por los diputados contra la opinión de su gobierno, como un alza del impuesto a los «superdividendos».