Por Adam Plowright

«Nos han machacado durante más de 40 años». La idílica aldea de Puget-Théniers es un claro ejemplo de esta ola de indignación en las zonas rurales de Francia, que se ha traducido en el voto por la extrema derecha.

A medio camino entre las montañas y el Mediterráneo, este pueblo meridional fue contundente en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 23 de abril: el 37% de los 1.300 votantes apoyaron a la líder del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen, y el 18% al izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Otros candidatos «antisistema» sumaron un 10%.

«Estamos hartos de nuestros líderes que favorecen a los grupos financieros, las aseguradoras, los banqueros», afirma Leo Vellutini, de 56 años, mientras bebe algo con unos amigos en la plaza del pueblo.

Nadie en su mesa tiene algo bueno que decir de la política francesa. Y todos votarán por Le Pen en la segunda vuelta del domingo, frente al centrista proeuropeo Emmanuel Macron.»Nos han machacado durante más de 40 años», asegura un jubilado, de unos 70 de edad.

«Como en todas las zonas rurales de Francia, la aldea va mal», admite el alcalde, Robert Velay, en el ayuntamiento desde el que se puede admirar los Alpes.

Nostalgia de tiempos mejores

Las granjas han ido desapareciendo y con ellas las tiendas locales, el empleo. Los habitantes conducen ahora hasta las grandes superficies o se conectan a internet para hacer sus compras.

La nostalgia es palpable. «Ahora hay más gente que tiene lavadoras pero, ¿vivimos mejor?». Se pregunta el alcalde. «Debemos mirar hacia atrás para ver lo que funcionó en el pasado», añade.

En estas elecciones, el desencanto generalizado en las zonas rurales ha aupado más que nunca al Frente Nacional. Los candidatos de los dos partidos tradicionales, el conservador François Fillon y el socialista Benoît Hamon, fueron eliminados en la primera vuelta.

Y pocos en el pueblo creen que Macron -exministro de Economía del presidente François Hollande- pueda aportarles la solución.Su cuartel general en París, rebosante de veinteañeros en zapatillas deportivas que se desplazan a los mítines con sus ordenadores portátiles, les parece al go a años luz de las apacibles calles empedradas de Puget-Théniers.

No hay duda de que los guiños de Le Pen al «pueblo olvidado», sobrepasado por los grandes cambios económicos y tecnológicos, encuentra aquí un terreno fértil.

«Los seguidores de Le Pen quieren otro tipo de Francia, una Francia del pasado», apunta Sylvie Poitte, una vecina de 70 años que en activo gestionó varias peluquerías.

Pero admite que la vida era mejor cuando llegó con sus tres hijos en los años 1980. «Si llegara ahora, no me quedaría», apostilla.