Por Lucas Biagetti -desde Nápoles, Italia-

Se dieron cuenta que acabamos de pasar por el medio de plaza de despacho”, dice Ciro, un militante social de Scampía, después de dos días de conocer el trabajo de la militancia antimafia.

Scampía es un barrio de las afueras de Nápoles con más de 80.000 habitantes, de los cuales la mayoría no tiene trabajo o lo tiene en condiciones irregulares. Años atrás hubo un proyecto de urbanización que, como muchas políticas de estado, fue modificado para economizar. A diferencia de lo esperado, se redujeron los espacios y se construyó con materiales tóxicos y contaminantes.

Finalmente “le vele” (similares a lo que llamaríamos fonavis) terminaron siendo pequeñas viviendas a las cuales rara vez llega la luz del sol, donde se vivía en condiciones de hacinamiento y precariedad. Hoy están formalmente deshabitadas, pero la necesidad llevó a que cientos de familias las ocuparan nuevamente. Cuando tuve la oportunidad de visitarlas el sol pegaba fortísimo y había dejado de llover hace dos días, pero dentro la luz era escasa y desde los techos aún caía agua.

El altísimo índice de desocupación, las malas condiciones de vida, y sobretodo el abandono estatal fueron el fermento perfecto para que la Camorra (nombre de la mafia napolitana) sentara sus bases y ampliara su enorme negocio criminal.

La llegada de este grupo a Scampía, trajo consigo el acceso a servicios básicos a un altísimo costo. Distintos derechos negados o postergados desde hace muchísimo tiempo se convirtieron en una mercancía en manos de la Mafia.

Con la Camorra llegaron el trabajo y protección. A cambio, se debieron hacer reformas edilicias en “le vele” para hacer más difícil el ingreso de la policía y facilitar la venta de drogas. Así, espacios públicos (como plazas y escuelas) se fueron convirtiendo en lugares privilegiados para el consumo de cocaína y heroína y se comprometieron edificios enteros en la seguridad de los vendedores. Quien no quería colaborar, no tenía otra opción que irse.

Algo se rompe

En 2004, la mafia tortura y asesina a Gelsomina Verde, una joven de 22 años, por negarse a colaborar con la organización. Este hecho marcó una ruptura en la forma de concebir las cosas en Scampía. En ese momento, los códigos empezaron a cambiar y el crimen organizado empezó a perder paulatinamente su poder. Muchas personas comenzaron a animarse a enfrentar a La Camorra y organizarse en agrupaciones antimafia.

Hoy “Gelsomina Verde” es el nombre de un centro cultural que se erige en un espacio condensadísimo de historias trágicas y criminales. Se trata de una escuela que funcionó hasta el 2005, cuando se vio obligada a cerrar porque ya casi nadie quería estudiar en Scampía y las inscripciones caían año a año. En ese momento fue tomada por La Camorra, que la convirtió primero en un depósito de armas y luego en el sitio destinado al consumo de drogas.

La mafia construye así los territorios, como relata Cortázar en “Casa Tomada”: ocupa los espacios que van quedando vacíos y empieza paulatinamente a expulsar a quienes verdaderamente tienen derecho a estar ahí.

Fueron muy conscientes del peso simbólico de sus acciones y apostaron a eso. Pudiendo haber elegido muchos otros lugares en Scampía -el que quisieran-, eligieron una escuela. El mensaje es claro: “Acá no necesitamos escuelas, aprendemos de otra forma, y no queremos ninguna presencia del Estado”.

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Una propuesta pedagógica para luchar contra las Mafias.

Limpiar esto nos costó dos años, estaba todo repleto de jeringas, sangre y excremento. Sólo de jeringas sacamos 45 barriles enteros… de basura, en general, 12 camiones. Todo lo hicimos con trabajo voluntario, sin ningún tipo de apoyo estatal”, comenta Ciro cuando nos presenta el Centro Cultural.

En el 2012, después de años de gestiones, el municipio de Nápoles otorgó a las asociaciones antimafia el derecho a gestionar el espacio donde hoy funciona el centro cultural.

Donde antes había drogas y armas, ahora se practican deportes, se puede participar de talleres de lectura, danzas y fotografía, consultar una biblioteca riquísima con cerca de 3.000 libros equipada con computadoras y tablets donadas por distintos organismos (públicos y privados) y hasta ir a retirar pedidos de Amazon con el sistema “Hub Locker”.

Además, es un lugar de referencia para la economía social, porque en el mismo se venden distintos productos fabricados en cooperativas que funcionan en terrenos expropiados a los mafiosos.

La lucha contra el crimen organizado, necesariamente, es cultural. Cuando la complicidad (aunque sea forzada) con el territorio se rompe, cuando el consenso se cae, empieza a desaparecer también el poder de la Camorra. Es por eso que, como decía al principio, hoy se puede pasar frente a una “piazza di spaccio” sin tener mucho de qué preocuparse. Algo impensado hace pocos años.

Una pelea que se hace con símbolos

Simbólico es convertir un sitio repleto de jeringas destinado al consumo de heroína en un espacio para practicar deportes. La elección no es azarosa, significa un giro de 180°: desde la drogodependencia al cuidado del propio cuerpo, es como decir “si esto puede ser diferente, todo puede ser diferente”. Por otro lado, huir del consumismo cotidiano que nos aísla e invitarnos a pensar una salida colectiva con formas de producción cooperativas que funcionan en terrenos expropiados a los mafiosos y no en otro lado, quiere decir: “En este barrio podemos vivir de una cosa diversa al narcotráfico”.

Como ya se dijo, la Camorra conoce muy bien el poder que ejercen los símbolos sobre la subjetividad y a ellos recurren para amenazar e intimidar. Desde la recuperación de los espacios, hubo dos momentos en los que pudieron generar muchísimo miedo. Primero, cavaron dos tumbas en uno de los terrenos, y tiempo después dejaron varias balas en la puerta del centro cultural. Pueden parecer metáforas bastante rudimentarias, pero también es verdad que suelen ser bastante efectivas.

Las respuestas fueron mucho más creativas y políticas. Con las tumbas hicieron fotos orinándose en ellas y las pegaron por doquier; con las balas, construyeron un hermoso mural que homenajea a la vida. Dónde hay miedo y muerte, es necesario poner risas y vida. Éstas son las estrategias simbólicas de la batalla cultural que está expulsando la Mafia de Scampía.

Mural hecho con balas en Nápoles.