Cien años después de conmover al mundo, la Revolución Rusa aparece hoy desteñida en el tiempo, producto de los cambios democráticos que han aparecido en el planeta, donde el comunismo sigue vivo como bandera social.

La Revolución de Febrero se alimentó de muchas causas, entre ellas las sucesivas derrotas del ejército ruso frente al moderno ejército alemán en la Primera Guerra Mundial.

Contribuyó, además, al derrocamiento del zar Nicolás II, cuyo ineficiencia para controlar la corrupción de esa época era alarmante, luego de haber disuelto el Parlamento (la Duma) en la revolución de 1905.

Ante la escasez de alimentos, el 23 de febrero de 1917 (según el calendario juliano), 8 de marzo (según el gregoriano), estallaron disturbios encabezados por obreros y campesinos en Petrogado (San Petersburgo).

Los enfrentamientos provocaron que el zar abdicara a la corona, el 2 de marzo de 1917, luego de que el ejército ruso se plegara a las protestas.

Tras la caída de Nicolás II, se designó a un gobierno provisional encabezado por Gueorgui Lvov, quien intentó prolongar la participación rusa en la Primera Guerra Mundial. Pero el soviet (formado por obreros, soldado y campesinos) de Petrogrado se opuso firmemente.

Los soviets eran liderados por el Partido Socialista Revolucionario, a los que apoyaban los mencheviques y los bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin).

Sin embargo, en los primeros meses de 1917, los bolcheviques eran una organización minoritaria en Rusia, ya que la mayoría de sus líderes, incluyendo a Lenin, estaban en el exilio en Suiza.

En julio de ese año, el gobierno provisional empezó a ser liderado por Aleksandr Kerenski, un influyente abogado revolucionario que no logró impedir que Rusia caiga en el caos.

Para septiembre, los bolcheviques y sus aliados, los socialistas revolucionarios de izquierda, empezaron a dominar los soviets de Petrogrado y Moscú.

El programa de los seguidores de Lenin, denominado «paz, tierra y pan», fue ganando apoyo entre los hambrientos trabajadores urbanos y los soldados, quienes habían desertado del ejército ruso en gran número.

Entre el 24 y el 25 de octubre (noviembre 6-7 gregoriano), los bolcheviques y los Socialistas Revolucionarios de izquierda realizan un golpe de Estado, sin mayores derramamientos de sangre.

Con gran fervor patriótico, miles de trabajadores ocuparon edificios públicos, estaciones de telégrafos y otros sitios de las principales ciudades rusas. Kerensky intentó organizar la resistencia, pero fracasó en su intento y tuvo que huir del país.

Cuando triunfó la Revolución de Octubre, que llevó al poder a los bolcheviques, el zar fue ejecutado posteriormente junto a la Zarina Alejandra y sus cinco hijos, el 17 de julio de 1918.

Para Alejando Asimonoff, profesor de Historia Contemporánea y doctor en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), hay diversos momentos en la Revolución Rusa.

«El primer momento fue heroico, como escribió John Reed en su libro ‘Diez Días que conmovieron al mundo’, pero a media que la revolución fue institucionalizándose fue tomando un sentido que acentuó un nuevo registro político; después, durante la Guerra Fría, esa falta de democratización se agudizó», dijo Asimonoff a Télam.

Inspirados en las ideas del economista alemán Karl Marx, los bolcheviques creían que la clase obrera podía conquistar en algún momento el poder económico y dominar al resto de las clases sociales, mediante un sistema basado en la igualdad de oportunidades.