Por Ángel Horacio Molina

La llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan, primero como primer ministro y luego como presidente, ha generado cambios decisivos en la política exterior turca. El anhelo de Mustafá Kemal de ver a una Turquía integrada al conjunto de naciones europeas tropezó durante décadas con la negativa de estos países a incorporar al país euroasiático, obligando a Ankara a reorientar su mirada hacia las antiguas posesiones otomanas y estableciendo nuevas relaciones con Europa occidental.

Repensando al Imperio Otomano

Finalizada la Primera Guerra Mundial, el desmembrado Imperio Otomano dio lugar a la República de Turquía que, tras cuatro años de lucha contra los ocupantes, estableció (mediante el Tratado de Lausana) sus límites actuales. El proyecto de Mustafá Kemal (posteriormente conocido como Atatürk, “padre de los turcos”) no sólo contemplaba la recuperación de Estambul y Anatolia sino también la completa reestructuración del Estado turco: se abolió el sultanato y el califato, se impuso la occidentalización de la vestimenta, se avanzó contra el poder de las instituciones islámicas, se eliminó el alfabeto árabe de la lengua turca (adoptando uno derivado del latino) y se orientaron todos los esfuerzos en política exterior a promover la inclusión de Turquía en los espacios políticos, militares y económicos europeos.

Para el fundador de la Turquía moderna, el Imperio Otomano representaba (junto al Islam) el atraso y la “barbarie” asiática que se debía dejar definitivamente en el pasado. Atatürk hizo todo lo posible por desvincular al turco de a pie del pasado imperial, fortaleciendo, desde las instituciones educativas, la idea de un Imperio que, junto a sus símbolos, era conveniente mantener en los sótanos de la historia.

Sin embargo, todos los cambios que instrumentalizaron Atatürk y sus sucesores en el poder, sólo le permitieron a Turquía sumarse a la OTAN (único país asiático de la Alianza) pero no a los otros espacios de integración y decisión europeos; la Unión Europa fue desde el inicio, ante los ojos de los turcos, un “club cristiano”.

Volviendo a Oriente Medio

Erdogan entendió, con la incorporación a la Unión Europea de países del este del continente con economías endebles y dudosa transparencia política, que ya era hora de abandonar las aspiraciones de una Turquía europea. El presidente turco volvió su mirada a Oriente Medio y aprovechó ciertas coyunturas para presionar y negociar con Europa en otros términos.

En lo que se define hoy como un proyecto neo-otomanista, Erdogan decidió disputar hegemonía regional en los antiguos territorios del extinto imperio. Diseñó para ello una política exterior con intervenciones en varios frentes en Asia y África y recuperó la historia y los símbolos del período de esplendor del Imperio Otomano. Incluso el estudio del turco otomano (con los caracteres árabes) se fortaleció desde 2014 mediante su reincorporación oficial en los planes de estudio.

La intervención turca se dejó sentir con fuerza en el apoyo explícito que brindó al gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto bajo la presidencia de Muhammad Mursi y puso a Turquía en un tablero en el que se vio rápidamente confrontada a proyectos de hegemonía regional de otros actores importantes en la zona (Arabia Saudí, Israel, Irán).

Con la intervención turca en Siria, donde el rol de sus servicios de inteligencia fue determinante tanto para la cooptación de militares sirios a las filas “rebeldes” como para el fortalecimiento del “Estado Islámico”, Erdogan dejaba en claro que sus palabras sobre la relación de Alepo (en Siria) y Mosul (en Irak) con la historia turca no eran sólo declamaciones destinadas a sus seguidores sino una forma de entender el rol del Estado turco en las disputas políticas en esos países.

Fracasos, triunfos y las relaciones con Israel

La caída de Mursi en Egipto y el éxito del gobierno sirio al evitar la fragmentación del país, fueron duros golpes para las aspiraciones de hegemonía regional de Turquía que, sin embargo, ha cosechado también una serie de triunfos.

La crisis de los refugiados sirios le permitió al gobierno turco presionar a la Unión Europea para obtener enormes sumas de dinero y “blindaje político” a cambio de contener la ola migratoria. Los mismos países europeos que se habían mostrado contrarios a los pedidos turcos de mayor integración debieron ceder en esta oportunidad a las demandas de Erdogan. Aunque en términos militares y políticos el saldo para Turquía ha sido negativo en Siria, su explicita intervención y su rol como primer “hogar” de la oposición en el exilio, hizo del gobierno turco un actor ineludible a la hora de pensar en espacios de negociación en la región.

La publicitada reconversión en mezquita de Santa Sofía fue mucho más que un gesto demagógico hacia sus electores, con este acto Erdogan señalaba que estaba dispuesto a constituirse en el nuevo referente del mundo islámico sunni, disputando ese lugar a la monarquía saudí (que tiene su propio proyecto hegemónico compitiendo con el turco) y cosechando un fuerte apoyo entre referentes islámicos de distintos puntos del planeta.

La más reciente intervención turca en el conflicto armenio-azerí por Nagorno Karabaj, se ha cerrado por el momento con una clara victoria para Erdogan. Turquía que, junto a Israel, se expresó tempranamente a favor de las aspiraciones de Azerbaiyán fue decisiva en la victoria militar de este último país y puso nuevamente a Ankara en una mesa de negociación clave.

El conflicto armenio-azerí sirvió, además, para clarificar los espacios de cooperación de Turquía con Israel, más allá del discurso pro palestino de Erdogan y de situaciones de máxima tensión entre ambos países como el abordaje del Mavi Marmara en 2010, que condujo a la suspensión de una serie de acuerdos militares entre ambos países. Desde el 2016, Turquía e Israel han retomado formalmente una estrecha colaboración militar que busca potenciar los intereses de los dos estados en escenarios en los que comparten enemigos (Siria y Nagorno Karabaj, por ejemplo).

La posible oferta turca a Israel con respecto a la cooperación en el Mar Mediterráneo, que se conoció en la primera semana de diciembre, se sitúa dentro del amplio proyecto de reposicionamiento de Turquía en espacios que considera vitales, atento a las relaciones de poder en cada conflicto y las instancias de cooperación que se presentan como útiles a la hora de disputar hegemonía regional.