*Por Carlos Bukovac

A fines del año pasado se cumplieron 100 años de la creación de Yugoslavia, ese Estado plurinacional de particular existencia durante el siglo XX. Muchos la recuerdan por su carismático líder, el Mariscal Tito, y su supuesto “socialismo alternativo”. Otros afirman que podría haber sido una gran potencia, inclusive en el deporte. No obstante, algunos la recordamos como un Estado Artificial que causó demasiada injusticia y persecución. Testigos silenciosos de ello son los miles de inmigrantes que recibió nuestro país de aquella zona, en particular de la hoy República de Croacia.

Repasemos entonces brevemente las causas que llevaron a la creación de este puzle que nunca terminó de armarse. La primer Yugoslavia estuvo formada por el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, pueblos de origen eslavo que se asentaron en sus actuales territorios alrededor del s. VII, formando sus monarquías luego de convertirse al Cristianismo. Cabe aclarar que Bosnia y Hercegovina eran dos provincias que pertenecían al Reino de Croacia, pero que en el siglo XV cayeron en manos de los turcos, manteniendo su población mayoritariamente croata, pero islamizadas a la fuerza.

Además, en tanto que croatas y eslovenos pasaron a mantener una relación íntima con Roma y con el Sacro Imperio Romano Germánico, los serbios lo hicieron con Bizancio, donde, tiempo después, se produciría el cisma que daría origen a la Iglesia Ortodoxa. Ergo, si bien los tres pueblos son de origen eslavo, los eslovenos y croatas pertenecen a la cultura Latina u Occidental, en tanto que los serbios se identifican con la cultura Ortodoxa u Oriental.

Por otra parte, es importante destacar que, en el contexto europeo de aquél entonces, tanto croatas como eslovenos no lograron mantener su independencia, uniéndose los primeros a los francos y los segundos a los húngaros (integrándose luego ambos al Imperio de los Habsburgo). Por el contrario, los serbios pudieron mantenerla durante algunos siglos más, e inclusive llegaron a formar un Imperio en el año 1346, expandiéndose al sur y al este. Imperio efímero al fin, ya que no perduraría más allá de 1389, en que serían derrotados por el Imperio Otomano en la Batalla de Kosovo. No obstante, la nostalgia por los tiempos imperiales perduraría para siempre en los serbios, como se verá en el siglo XX.

En ese marco, durante los siglos XVI a XIX, los tres pueblos disputaban por una mayor autonomía dentro de los Imperios que los dominaban, con la salvedad de que en el caso del Habsburgo las contiendas se desarrollaban dentro de una misma cultura y religión, al tiempo que ofrecían protección frente al peligro turco.

En el siglo de los nacionalismos

Así las cosas, llegamos al siglo XIX, en el que el poder Otomano era sumamente diezmado por Austria – Hungría. Sin embargo, paradójicamente, la victoria sobre el antiguo enemigo también traería aparejada la crisis que llevaría a la desaparición imperial.

En efecto, al emanciparse Italia y Alemania, la Monarquía buscó su razón de ser en los pueblos eslavos del sur, a quienes pretendía dominar con mucho menos margen de autonomía. No obstante, en el siglo de los levantamientos nacionales, ya no podría dominarlos aferrándose al principio de la legitimidad dinástica. En tal sentido, en Croacia, hacia 1830, surgió el “Movimiento Ilírico”, que procuraba defender uno de los mayores símbolos de autonomía, el uso del idioma croata. Posteriormente, el movimiento aspiraría a unir a todos los eslavos del Sur contra la creciente agresión húngara. Es cierto que su idea no tuvo mayor aceptación, pero sirvió como antecedente para lo que luego sería el “movimiento yugoslavo”.

En ese contexto, el siglo XIX trascurrió para Croacia intentando repeler las pretensiones húngaras a través de mejores relaciones con Austria. Asimismo, se solicitaba la apertura del Imperio hacia una organización trialista, en donde Croacia constituiría el tercer factor junto con el binomio austro-húngaro. Lamentablemente para los croatas, esas gestiones no llegaron a buen puerto, en tanto que, hacia fines de siglo, Viena aplicó una política de neutralización de sus pretensiones a través del fraude y la división.

En efecto, generó conflictos entre la población de croata católica y la valaca (pueblo cercano a los rumanos) de religión ortodoxa a través de la catequización realizada por sacerdotes serbios en la que no sólo realizaban una misión espiritual sino también un proselitismo político “serbizando” a una población étnicamente mezclada y nacionalmente desorientada. Aparece aquí un antecedente de las pretensiones gran serbias en añoranza del efímero imperio.

Asimismo, ante la opresión húngara cada vez mayor, en 1906 se formó la Coalición Croata – Serbia, retomando la idea del “Movimiento Ilírico”. Lentamente iría germinando entre los croatas la idea de dejar de lado a sus históricos aliados occidentales, debido a la estrechez y egoísmo de éstos, para asociarse a sus “parientes orientales”, quienes acababan de vencer a Turquía en las “Guerras Balcánicas” de 1912 – 1913 y se mostraban amplios en cuanto a una futura unión. Muchos se arrepentirían luego de su ingenuidad.

Nace Yugoslavia de la mano de la 1º guerra mundial

Llegado el año 1914, se produjo el estallido de la Primera Guerra Mundial, precisamente con el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero del trono Austro-Húngaro en la ciudad de Sarajevo, mientras pasaba revista a las tropas imperiales. El disparo había sido lanzado por Gabrilo Prinzip, un estudiante serbio miembro de la sociedad secreta “Mano Negra”, que luchaba contra el expansionismo austro-húngaro en la zona de los Balcanes. Cabe aquí resaltar que para el nacionalismo serbio, Bosnia y Hercegovina, no obstante su mayoría étnica croata (religiosamente musulmana), era una región que le correspondía, apoyándose en cierta población de origen serbio y en aquél efímero imperio.

Durante la Guerra, eslovenos y croatas combatieron del lado Austríaco, en tanto que los serbios lo hicieron del lado de la Triple Entente. No obstante ello, en 1915, un grupo de emigrados de los tres países (sin mandato popular alguno) constituyeron en París el Comité Yugoslavo, desarrollando una prolífica política dirigida a liberar y unir a todos los eslavos del sur.

Ahora bien, ante el temor de que Francia e Inglaterra negociaran el paso de Italia a su bando a cambio de la costa Dálmata, el sector serbio buscó asegurarse una salida al mar y anexarse regiones de Croacia donde habitaban minorías serbias, desinteresándose por la suerte croata y eslovena.

Esto produjo rispideces entre los miembros del Comité. No obstante, prevaleciendo la buena fe del representante croata Ante Trumbic, el 20 de junio de 1917, el Gobierno Serbio y el Comité Yugoslavo celebraron la “Declaración de Corfú”, que pedía la formación de un Estado común bajo la dinastía serbia Karageorgevic. Sin embargo, el documento calló sobre si el gobierno debía tomar la forma de Croacia pro occidental o de Serbia, pro oriental, incluyendo sí una cláusula en la que se establecía que la organización interna de la comunidad se llevaría a cabo de acuerdo con las disposiciones de la Asamblea Constituyente, la que debía atenerse a la regla de la “mayoría calificada de dos tercios”. Además, la inmensa mayoría de los pueblos de Serbia, Croacia y Eslovenia no conocían la declaración hecha por un pequeño grupo de intelectuales exiliados.

Posteriormente, hacia el fin de la Guerra, en Setiembre de 1918 se formó el Consejo Nacional de los Croatas, Eslovenos y Serbios que vivían dentro de la Monarquía Austríaca, al que el Parlamento Croata le transfirió su “poder supremo”, luego de declararse independiente de Austria – Hungría y de proclamar el deseo de unirse a serbios y eslovenos, aunque con la condición de que la organización de la nueva comunidad se decidiría en la futura asamblea constituyente, asegurando la igualdad completa entre los miembros.

En ese marco, para dar forma más concreta a la comunidad a formarse, los representantes del gobierno serbio, del Comité Yugoslavo y del Consejo Nacional formalizaron el Compromiso de Ginebra el 9 de Octubre de 1918, según el cual, el gobierno de Serbia y el del Consejo Nacional seguirían administrando los asuntos públicos dentro de sus respectivos territorios hasta que la Asamblea Constituyente procurara la organización definitiva del Estado.

Sin embargo, hacia el mes de Noviembre, Italia se precipitaba a ocupar los territorios costeros croata – eslovenos, por lo cual la dirigencia serbia aprovechó la ocasión y convocó con urgencia al Comité Ejecutivo del Consejo Nacional para elaborar las condiciones de la unión y enviar una delegación a Belgrado salteándose las etapas necesarias. Es importante destacar la firme oposición del Partido Campesino Croata, que en congreso multitudinario desautorizó al Consejo por arbitrario e inconstitucional y adoptó unánimemente una resolución pidiendo una “República de Croacia Neutral y Campesina”.

Fue así como, al producirse la reunión en Belgrado, se desconocieron las instrucciones y el 1 de diciembre de 1918 el regente serbio Alejandro proclamó la unión de los Serbios, Croatas y Eslovenos en nombre de su padre, el Rey Pedro. Indudablemente, desde el punto de vista jurídico, la creación de la Yugoslavia monárquica brilló por su nulidad. Por otra parte, es comprensible la venia de las potencias triunfantes como un freno al posible expansionismo germano que pretendían aniquilar.

Asimismo, en la mencionada Conferencia, sería olvidado el contenido de los catorce puntos del Pte. Wilson, sobre todo los relativos a la “libre oportunidad para el desarrollo autónomo de las naciones de Austria – Hungría y a las relaciones entre los Estados Balcánicos de acuerdo a las líneas de lealtad históricamente establecidas y la nacionalidad”.

Finalmente, no hay que dejar de mencionar que en este nuevo Reino, oficialmente “tripartito”, Serbia ya contaba con la anexión de Macedonia (región con población de origen búlgaro) y de Montenegro, logrando luego de la derrota Austríaca, la incorporación de Bosnia Hercegovina.

77 años de la falsa democracia

A partir de entonces, no pasaría mucho para que el Estado se convirtiera en el Reino de Yugoslavia, con una Constitución unitaria primero y luego directamente la Dictadura, incluyendo el asesinato del líder del Partido Campesino Croata, Stjepan Radic en 1928. Tal situación, sobre todo considerando el contexto del período de entreguerras, se convirtió en un caldo de cultivo para el surgimiento del fascismo nacionalista, en la versión croata de los Ustašas liderados por Ante Pavelic.

Si bien este movimiento nunca fue multitudinario, logró convencer al pueblo de que la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial era el momento indicado para lograr la ansiada independencia, aún a costa de aliarse con la Alemania Nazi. Éste sería un pecado que al día de hoy no se le perdona a Croacia, siendo que no fue el primer ni el único país en encolumnarse detrás del poderoso Tercer Reich.

Por otra parte, al finalizar la guerra, a pesar de las intenciones croatas de rendirse ante los aliados occidentales, los ingleses no lo permitieron, entregándolos a las tropas comunistas en cumplimiento a lo acordado en Yalta. A partir de allí comenzaría la “Tragedia de Bleiburg”, esto es, la matanza por parte de tropas comunistas yugoslavas de 200.00 croatas en las inmediaciones de la ciudad austríaca de Bleiburg, sin consideración de edad o sexo, ni juicio alguno. Indudablemente, con esta masacre se produjo una flagrante violación del Derecho de Guerra y de los Principios de las Naciones Civilizadas.

Posteriormente, con la victoria de los partisanos liderados por el Mariscal Tito, Yugoslavia fue reconstituida como una República Federal, con la promesa de igualdad para todas sus naciones. Sin embargo, como siempre ocurrió con el comunismo, sus promesas nunca fueron cumplidas, dando lugar a la persecución y explotación de las repúblicas no serbias. Es cierto que Yugoslavia se negó a obedecer la tutela de la URSS aceptando ayuda de Occidente. Quizás por ello es que a su régimen se lo llamó “socialismo de rostro humano” o alternativo.

No obstante, para la población que veía cercenadas sus libertades políticas (imposibilidad de presentarse a elecciones con otro partido que no fuera el comunista), económicas (imposibilidad de participar en la economía con iniciativas privadas) y religiosas (grandes limitaciones para practicar los cultos religiosos, incluyendo el martirio del Beato Cardenal Stepinac), la supuesta morigeración del rigor comunista nunca fue tal y lo sufrieron tanto o más que en el resto de los países comunistas.

Luego, hacia fines del siglo XX, los países comunistas comenzarían a sufrir un gran desgaste. En ese contexto, hacia 1960 – 70 se produciría un movimiento liberalizador conocido como la “Primavera Croata”, el que sería conducido por el Dr. Franjo Tudjman, un héroe partisano, general retirado e intelectual de prestigio, quién sería duramente perseguido por luchar por la libertad de expresión y atreverse a cuestionar la historia oficial del Estado comunista.

Posteriormente, en 1982 se produciría la desaparición del Mariscal Tito, artífice y sostén de la Yugoslavia moderna. Sin él, cada vez fue más difícil contener las ansias independentistas de los pueblos sojuzgados, los que luego de conseguir elecciones abiertas, protagonizaron un proceso que desembocaría en la Independencia de Croacia y Eslovenia en Junio de 1991.

No obstante, no todo sería tan sencillo: el nuevo líder serbio, Slobodan Milosevic, un oscuro comunista de línea dura, no estaba dispuesto a ceder un ápice de lo que consideraba los dominios de la “Gran Serbia”. Así fue como se desencadenó la conocida “Guerra de los Balcanes” entre 1991 – 1995, con el epílogo de Kosovo en 1999. Eslovenia tuvo la fortuna de tener un enfrentamiento ínfimo –la llamada “Guerra de los Diez Días”- pero tanto Croacia como Bosnia Hercegovina sufrieron las atrocidades del “Carnicero de los Balcanes” (como lo denominaría el New York Times), con los terribles genocidios perpetrados en Vukovar y Srebrenica, los que desnudaron la ineficacia de la ONU. Hacia 1995, la balanza se inclinaba hacia el lado de los independentistas, por una vez asistidos por las grandes potencias.

A casi veinticinco años de aquellos acontecimientos, el mundo recuerda azorado y sin comprender lo que fue el mayor enfrentamiento bélico en Europa desde la 2º Guerra Mundial. Quizás, sabiendo que el multiculturalismo y unir pueblos a la fuerza no es algo sencillo e inocuo, y que las potencias nunca deberían haber jugado a los dados con los pueblos pequeños, se podría haber evitado tanto derramamiento de sangre. Esperemos al menos que la lección sirva para las próximas generaciones.

*Profesor de Historia Constitucional Argentina UNR