“Los tres mosqueteros”, famosa novela del escritor Alejandro Dumas, y publicada inicialmente en folletines por el periódico francés Le Siècle, entre marzo y julio de 1844, relataba las aventuras de un joven gascón, de 18 años, llamado D’Artagnan, que viaja rumbo a París para convertirse en mosquetero.

D’Artagnan no es uno de los mosqueteros del título, sino que lo son sus inseparables amigos Athos, Porthos y Aramis, quienes viven bajo el lema “uno para todos, todos para uno”.

Juntos, sirven al rey Luis XIII y enfrentan a su primer ministro, el cardenal Richelieu, y a sus agentes Milady de Winter y el conde de Rochefort, para así resguardar el honor de la reina Ana de Austria.

Y un día como hoy, 10 de julio, pero del año 1844, los franceses se quedaron sin nada que leer, ya que Le Siècle publicó el último de los dieciséis capítulos de esa novela que toda Francia consumía sin descanso.

Este día está retratado por el recientemente fallecido Eduardo Galeano en su original libro “Los hijos de los días” (Buenos Aires 2012), donde expresa textualmente:

“En este aciago día de 1844, los franceses se quedaron sin nada que leer. La revista “Le Siècle” publicó la entrega final de los dieciséis capítulos de la novela de aventuras que toda Francia devoraba.

“Se acabó. ¿Y ahora? Sin “Los tres mosqueteros”, que en realidad eran cuatro, ¿quién se jugaría la vida, cada día, por el honor de una reina?

“El autor, Alejandro Dumas, escribió esta obra y trescientas más, a un ritmo de seis mil palabras por día. Los envidiosos decían que esta hazaña del atletismo literario era posible por su costumbre de firmar páginas ajenas, robadas de otros libros o malpagadas a los obreros de la pluma que trabajaban para él.

“Quizás sus banquetes interminables, que le inflaban la panza y le vaciaban sus bolsillos, lo obligaban a producir, en serie, obras por encargo.

“El gobierno francés le pagó, por ejemplo, la novela “Montevideo o la Nueva Troya”.

Sus páginas estaban dedicadas a “los heroicos defensores” de ese puerto que Adolphe Thiers llamaba nuestra colonia de Montevideo, y Dumas no conocía ni de oídas. La obra debía otorgar alturas épicas a la defensa del puerto contra los hombres de la tierra, aquellos gauchos descalzos que Dumas llamó salvajes azotes de la Civilización”.