Por Florencia Vizzi

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Colaboradoras del comedor

Las horas de la vida de María Eva Navarro se cuentan entre caminar los pasillos de la administración pública para golpear las puertas de cuanta oficina encuentre a cada lado y el comedor Los Conejitos, que maneja con reglas claras y mano firme: “Yo no sé ni leer ni escribir, pero a mi me gustan las cosas bien rectas, al pan pan y al vino vino”.

Los Conejitos es un comedor infantil ubicado en el corazón de Fisherton Norte, en Sarratea 1250 Bis, y le da de comer diariamente a más de 200 chicos, de entre 2 y 12 años, familias desempleadas y abuelos sin ingresos de los barrios La Bombacha, Emaús y Stella Maris. Allí se prepara la copa de leche para el desayuno y se cocinan las raciones para la cena.

Lo hacen todo a pulmón. María Eva, la fundadora, y su hija Carolina, que hace más de 20 años, desde que consiguieron la personería jurídica, que es la administradora del mismo, y varias mujeres del barrio que colaboran cocinando “unas cosas riquísimas”, a decir de María Eva.

“Yo comencé a hacer esto en la época más fea… el comedor tiene 34 años, pero yo empecé antes. Arranqué con una carretilla a llevar comida a los barrios. Iba a los mercados a pedir, y juntaba lo que podía, trataba de conseguir verduras, frutas, lo que sea, lo que me daban, y lo cargaba en la carretilla y lo llevaba a los chicos del barrio, que me esperaban con la mesa puesta. En una época alquilé una casita para armar el comedor, pero no la pude pagar, así que me echaron, porque no conseguí ayuda. Después de casarme, pude armar algo en el fondo de mi casa».

María Eva acusa 66 años y cuatro cirugías, algunos achaques en una de sus piernas que le impiden caminar cómodamente. Y la historia de su vida va de la mano de la historia del comedor.

“Al principio empecé a ‘manguear’ en Jefatura. Yo me casé muy jovencita, tenía 15 años, y mi marido era policía. Y allí le daban comida a las familias de las policías, era la parte de lo que llegaba a la cocina de la jefatura para darle de comer a los presos. Así que yo aprovechaba, me iba para allá y pedía para el comedor. Me volvía en el colectivo y caminaba varias cuadras con los bolsones que me daban”, cuenta.

La mujer habla pausado y va y vuelve entre anécdotas e historias. Recuerda muchos nombres, los que dijeron que sí para darle una mano y los que dijeron que no, los que la hicieron esperar horas y horas sentadas frente a alguna oficina y escaparon por la puerta trasera, y los que aún hoy se pegan una vuelta por el comedor para colaborar con lo que se pueda.

Cuenta que el impulso por ayudar y dar de comer a los que no tienen viene de su propia experiencia: “Yo lo viví, y el que lo sufrió en carne propia sabe lo que es no tener que comer. Al que no lo vivió, no le importa un carajo y se gasta la plata de la comida de los pibes en cualquier cosa”.

Poco a poco el comedor fue creciendo, a fuerza de golpear puertas, pedir, insistir y volver a golpear. Con el tiempo, María Eva hipotecó su casa para comprar el terreno que hoy cobija a “Los Conejitos”.

Una vez establecido, con personería jurídica, madre e hija consiguieron el reconocimiento del Ministerio de Desarrollo Social, que envía mensualmente el importe para 120 raciones. Sin embargo, allí comen muchos más, a veces 200 a veces 250, depende.

“La comida no se le mezquina a nadie, si alguien tiene hambre, hay que darle de comer, no hay fronteras en eso», sentencia María Eva. «Supongo que por eso aquí, gracias a Dios, nunca me tocaron nada”.

Los chicos y los políticos

María Eva Navarro, al fundadora de Los Conejitos

“Lo que yo no aguanto es que me mezquinen la comida que es para los pibes. Y que los usen”. Así como tienen una sonrisa amplia y saben agachar la cabeza, las mujeres de Los Conejitos tienen límites muy claros en ciertas cosas, y no se juega con eso. El que lo hace, debe irse.

“No me gusta usar a los pibes para la política, porque la obligación de los políticos es darle de comer a los pibes que no tienen. Acá no se pegan afiches ni se hacen campañas, no se lo permito a nadie, y tuve que echar a varios. Yo lo que quiero es que vengan y hablen con los chicos, no con las madres, con los chicos. Y que se acerquen a conocer la realidad que vivimos y lo que hacemos. A más de uno sacamos de vuelo”.

Carolina y su mamá hacen un raconto de lo que reciben, de lo que han ido haciendo y de lo que les falta, y una y otra vez recalcan que ellas prefieren donaciones y no dinero, “para que todo esté bien claro”. Todo lo que llega, se usa para ir armando el comedor. El terreno del fondo fue donado por una empresa, y una distribuidora de una marca líder de gaseosas les entregó los juegos para armar una placita.

“A fines del año pasado pusimos los pisos. Recibí la plata cuando vino la mujer de un candidato a presidente, y colocamos los cerámicos. Más de uno me dijo, ‘ponelos en tu casa, pero no, esto es para los chicos’”.

Muchas veces, casi siempre, para cubrir los baches, se usa el sueldo de María Eva. Cuando ella cobra, pueden ir a comprar al Banco de Alimentos de Rosario, y eso hace que el dinero rinda mucho más.

Pero hay algo que la mujer recalca: “La idea mía no es sólo darles, sino que ellos aprendan a elaborar sus cosas y tengan algún propósito para salir adelante. Así que ahora tenemos el proyecto de fabricar masas y facturas. Estuve muchos meses caminando, y eso que ya no puedo caminar, pero igual, estuve varios meses para conseguir las máquinas. Y las conseguí. Una amasadora y una sobadora. Con eso podemos armar un micro emprendimiento fabricando masas y facturas. Ya estamos gestionando en Desarrollo Social las materias primas, y mi nieta Silvana les va a enseñar. Así los que están sin trabajo pueden empezar a fabricar, vender y tener sus propios ingresos”.

Es claro que la familia de María Eva está atravesada por su voluntad solidaria. Son nueve hijos, 22 nietos y 12 bisnietos. Y todos de una forma otra colaboran. “No siempre fue fácil, admite Carolina, porque esto te absorbe por completo. Ella se iba y no tenía una hora de vuelta. Capaz que estaba cuatro horas sentada en el concejo esperando que un concejal la atienda. Y como el tipo no la atendió, había que esperar cuatro horas más a otro”. “Y sí –afirma María Eva–, alguno me tiene que atender”. Carolina la señala y asiente: “Es así, es más fuerte que ella, lo lleva adentro”. Hay un notorio orgullo en su voz al pronunciar esas palabras.

Dónde aprieta el zapato

En plena labor, las cocineras preparando la cena.

La cocina de Los Conejitos se puebla de historias que se entremezclan con el ir y venir de los chicos y las cocineras, y con el aroma de la salsa de los tallarines que se preparan para la noche. Pero también sobrevuela cierta preocupación.

Obviamente detrás de esas puertas hay más que un comedor. Allí no sólo se da de comer. Se festeja el Día del Niño, Reyes, Navidad y se organizan eventos del barrio para que los chicos jueguen y disfruten.

Pero además, allí es donde todos van a golpear las puertas cuando necesitan algo, pañales, leche, ropa, zapatos, útiles escolares y mochilas.

Sin embargo, la situación a veces se complica y la pelea se pone más dura. Eso es lo que ha pasado en los últimos meses. “Subieron muchísimo los precios de los alimentos, al igual que de las garrafas. Se hace muy difícil mantener la calidad de los alimentos. Nosotros seguimos dándoles carne, pollo, y víveres de primera calidad. Nosotros pasamos de pagar 400 pesos la garrafa de 45 kilos a 680 pesos. Eso hace que se complique llegar a fin de mes, y cubrir todas las raciones” .

El tono que aplica María Eva para explicar estas dificultades es como si intentara restarle importancia, sin embargo la preocupación no puede disimularse: “Acá lo importante es que ningún chico se quede sin comer”, remarca Carolina, “eso es lo que tratamos de conseguir”. Ojalá lo consigan.

El comedor Los Conejitos recibe donaciones en su domicilio Sarratea 1250 Bis. Se puede coordinar con Carolina al 0341- 156410402.

Facebook: Comedor Los Conejitos